Tercero

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Alizó por última vez su falda. Suspiró hondamente, para llenarse de fuerza. Colocó la mejor sonrisa que práctico frente al espejo está mañana, y finalmente, salió del coche con la caja donde venían sus "donaciones".

Se adentro al lugar con una seguridad fingida. Sus tacones resonaban tanto como su corazón, mientras su mente imaginaba la conversación que tendría con Robin, y la forma sutil en la que le pediría una casual salida de amigas. Sin embargo, todas sus emociones se redujeron a un malestar estomacal cuando vio a una pequeña pelirroja colocar un sombrero a una dispuesta y sonriente Robin.

Sus manos se apretaron a los bordes de la pobre caja, la cual sucumbió ante la brusquedad de Nancy, abriendose lo suficiente por debajo para dejar caer algunos pequeños artículos. Los cuales, hicieron el suficiente ruido para que algunas personas voltearon a verla. Entre ellas Nancy y aquella mujer.

Sintiéndose completamente avergonzada, dejó la caja sobre la mesa más cercana que había. Y con la mayor discreción que pudo, se alizó de nuevo la falda, dejando escapar un sutil suspiro, antes de darse la vuelta para recoger el desastre que aquel absurdo sentimiento de posesividad había ocasionado.

Le frustraba horrores cuando todo su ser, respondía inesperada e inconscientemente a Robin Buckley.

La misma con la que se topó de frente al darse la vuelta.
–¡Dios! –fue la palabra que se le escapó a Nancy ante tal sorpresa. ¿En qué momento Robin se había acercado hasta ella, e incluso, había recogido los objetos del suelo?

–Nop, mi nombre es Robin, ¿recuerdas? -bromeo con una sonrisa que flaqueo a los pocos segundos, tras observar que no causó ninguna gracia a Nancy. La cual observaba fijamente sobre su hombro.

–Si quieres nosotras podemos encargarnos de la caja -comentó Becky, quien, al parecer, había seguido a Robin hasta ahí..

Wheleer la miró. Apretó los labios, dejando que solo las comisuras de los labios se levantarán. Regalandole una sonrisa casi plana y simple. –Claro… eemm…

–Beckie. Un gusto.

¿Así que ella es, la tal Beckie?, pensó Nancy. La chica es linda, sí, pero estaba segura que ella lo era aún más. Incluso podía jurar que su estilo era mucho mejor. –Nancy Wheeler. Una muy cercana amiga de Robin. –En cuanto su cerebro captó las palabras que salieron de su boca, deseo que la tierra se la tragara en ese mismo instante. –Bueno – balbuceo, sintiéndose pequeña, cohibida, estúpida. –Espero les sirve lo que traje. Un gusto Beckie. Nos vemos luego, Robin –dijo antes de salir rápidamente del lugar.

Cuando Nancy se sintió a salvo dentro del auto, dejó escapar el aire que no sabía que había retenido durante todo el trayecto.

–Eres una verdadera idiota, Nancy - se reprendio a ella misma, en voz alta. –¿En qué carajos estaba pensando? – Estaba metiendo la llave en el switch del auto cuando Robin apareció por la ventanilla del copiloto.

–¿Te importaría acercarme a casa?

Nancy parpadeo sorprendida. Asimilando la situación –En lo absoluto –Quizás era como lo había planeado, pero al menos, tendría unos minutos a solas con Robin. –Sube.

Los primeros minutos transcurrieron en silencio, cada una entretenida en lo suyo, hasta que Robin distinguio un sobre negro con bordes dorado en el tablero del auto –¿Iras? -pregunto, señalando el papel. El cual era la invitación oficial del alcalde para recordar que eran un pueblo unido pese al terrible “terremoto” que había, casi partido en dos, a la pequeña ciudad.

–Probablemente mis padres querrán que asistamos. Aunque si por mi fuera, preferiría olvidar todo aquello - afirmó Nancy, con una amarga tristeza, que le fue imposible ocultar. Y se odio por eso, por lo frágil que toda aquella situación la había hecho.

– Nancy - llamó quedamente Robin, al darse cuenta del fuerte agarre que tenía Wheeler sobre al volante, mientras se perdía inconscientemente en sus pensamientos –¿puedo preguntarte algo?

–Sí, por supuesto.

–¿Tu estas bien?

La pregunta la tomó por sorpresa. –¿Por qué no habría de estarlo? – Nancy miró a Robin, por una fracción de segundo, detectando un deje de tristeza que le oprimió el corazón. Así que, detuvo el auto. Si algo le pasaba a Robin, ella debía saberlo, necesitaba saberlo para poder ayudarla, para poder borrar cualquier cosa que jodiera el buen humor de la castaña. –Robin, ¿Está todo bien?

–Es lo mismo que yo te pregunto a ti. –Robin se tomó unos segundos antes de proseguir –Porque he notado que pareces tú, pero no eres tú. Tras lo de Vecna, se que todos hemos tenido una forma de sobrellevarlo, sin embargo, la situación que tu viviste con él, fue muy diferente. Ese desgraciado se metió en tu mente… y no imagino el infierno que viviste. Nancy, si hay algo que necesites. Si existe cualquier cosa que yo pueda hacer… Lo que ese bastardo de hizo…

¿Cómo lo hacía?, pensó Nancy. Cómo podía Robin calentar su corazón a tal punto de llenar el vacío que sentía, mitigando el dolor e inundándolo de una felicidad que no sabía que existía. Ahora entendía perfectamente porque su corazón la había elegido. Ese, que se había perdido de nuevo en las embriagantes sensaciones que solo Robin podía provocar. A tal grado, de permitir que su mano acunara aquel bello rostro, y que su pulgar acaricia con parsimonia la suave mejilla.

–Que importa lo que haya hecho. Ya no está.

–A mi me importa. Porque tú me importas, Nancy.

Tras esas palabras, Nancy sintió como el cuerpo de Robin se convirtió en un imán que la atraía incontrolable e inevitablemente.  Y en esta ocasión, no se detendrían.

[Solo vas a causarle asco…]

Pero al final lo hizo. Se detuvo, a medio caminó. Paralizada por el miedo. Por esa maldita voz que lograba adentrarse en cada fibra de su ser. Que la hacían sentir tan desdichada. Incapaz de tener  paz o felicidad.

Sin embargo, de nuevo, Robin le mostró lo contrario. Regalandole la húmeda y aterciopelada sensación de sus labios contra los suyos. En un beso suave. Mortificantemente lento. Que les hizo temblar a ambas. Necesitando más. Y la mano de Robin posándose sobre la nuca de Nancy, fue la señal para que el beso se volviera hambriento, con las lenguas encontrándose en una danza húmeda que calentó sus vientres. Hasta que la necesidad de respirar las separó. Deshaciendo el momento.

Se apartaron lentamente, sin mirarse. Mudas. Anonadadas por la situación. Intentando mitigar las sensaciones que revoloteaban por sus cuerpos.

Tras varios minutos de silencio, Robin carraspeo, dispuesta a hablar, pero un golpeteo en la ventanilla del copiloto las puso en alerta. Dejando en segundo plano, los recientes sucesos.

–Señoritas -saludó el oficial –¿Está todo bien? ¿Algún problema con el auto?

–Para nada. Todo bien. Solo… nos hemos detenido un momento.

–Si es así, entonces me retiro. Que tengan un excelente día, señoritas -se despidió el oficial, haciendo una pequeña reverencia con la mano en el sombrero.

–Por un momento creí que me colocaron alguna multa -comentó aliviada Nancy, poniendo el coche en marcha. –Mi madre me fastidiaria por días, si eso pasaba. Una vez…

Empezó a relatar Nancy, de manera casual, durante todo el trayecto hasta llegar a la casa de Robin.

Aquella actitud tan tranquila, desconcertó a la castaña, quien se bajó del auto creyendo rotundamente que lo que había pasado allí dentro, había sido solo un producto de su imaginación.

Incluso, si sus labios aún hormigueaban.







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