Capítulo 9

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Capítulo 9: Estragos
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Kimimaro exhaló un suspiro. Kartikeya hizo girar a Vashra en una y otra mano, deleitándose con la fluidez de sus movimientos lograda a través de Kichiro. El aura negra y viscosa que lo rodeaba se asemejaba a lenguas de fuego nacidas de un insondable vacío.

—Ah, cuántos años han pasado desde que me dejaban salir. Hagamos esto bien, ¿quieres? —Kimimaro no respondió—. El ritmo de la batalla no puede forzarse, tiene que fluir como el agua de un arroyo. Como fluirán tus venas una vez las deje al descubierto. ¡Veamos cuánto resiste esa armadura tuya!

"Esta es otra persona. Habla a través de sus labios y se mueve con su cuerpo. Pero… no es él, hace unos momentos estaba en su límite. ¿Tendré que utilizar la marca? Lord Orochimaru debe necesitar mi ayuda de vuelta, a este paso tendrían que haber retirado la barrera ya".

Kartikeya avanzó primero y golpeó en dirección al cuello de Kimimaro. La espada de húmero lo bloqueó, contraatacó sin piedad a la par de un brazo tachonado de púas óseas.

"Necesito combinar la danza del Alerce y la Camelia para dejarlo fuera de combate. No me puedo dar el lujo de matarlo, eso me limita demasiado".

Kimimaro giró en el lugar a una deslumbrante velocidad. Los huesos silbaron intentando alcanzar a Kartikeya. Éste quebró hacia la derecha y levantó una mano en la seña del Tigre.

—Estilo de fuego, Jutsu flor del Fénix.

Las bolas de fuego acribillaron a Kimimaro, que repelió las que pudo con sus brazos. El ardor no perturbó sus sentidos, y una vez acabó la andanada volvió a arremeter. Las espadas chocaron. El hueso no cedía ante el acero, y viceversa. Del pecho descubierto de Kimimaro nacieron unas marcas llameantes que se tornaron negras y lo cubrieron por todo el cuerpo en un patrón de líneas rectas.

—Una marca de maldición, igual que la de Sasuke. Así que eso era lo que trató de inyectarme —dedujo Kichiro, desde la posición que normalmente ocupaba Kartikeya.

—No tendremos que preocuparnos por eso mucho tiempo más.

La tierra tembló con los embates de Kartikeya y Kimimaro. Con los de Gamabunta, el señor de los sapos, y de Shukaku, el espíritu del desierto. La destrucción había anegado la existencia de todos los habitantes de la Aldea de la Hoja, y de sus invasores.

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—Reagrupémonos en la puerta occidental, los del Sonido deberían estar esperándonos allá —dijo un jōnin de la Arena.

—¿Y Baki? Necesitamos que nos indiquen la situación del jinchūriki, sin él tendremos que reformular nuestra táctica —repuso su compañero.

Los siete shinobi de la Arena corrieron por un vecindario desértico, con armas desperdigadas por doquier y cadáveres tendidos a lo largo y ancho de las calles.

—De momento limitémonos a encontrar a los otros y…

Un ninja de la Arena cayó de bruces con un gorgoteo. Sus compañeros pararon en seco. Tenía la garganta cruzada de lado a lado por un kunai.

—Bueno, bueno, parece que la gente del País del Viento ha perdido el toque, muchachos.

Un hombre se alzó desde arriba de un tejado. Lucía un sombrero de ala ancha y un uniforme reglamentario del País del Fuego, de una tonalidad azulada. Sus pantalones acampanados se mecieron con el viento, y pudieron ver bajo la visera del sombrero un par de ojos negros cual una caverna perdida. Su cabello azabache, recogido en una cola de caballo, brilló bajo el sol.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2023 ⏰

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