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Labios carmesí, brillantes y tentativos. El suave contorno de los labios de Makoto parecía casi irreal, como si fueran una obra de arte tallada con precisión. El labial rojo que los realzaba les daba un brillo hipnotizante, casi una cualidad etérea. Estos labios carnosos y bien definidos parecían suplicar ser besados, como si su simple existencia fuera una tentación constante.
Ishimaru no podía quitar su mirada de ellos. Sus ojos estaban completamente cautivados, incapaces de enfocarse en nada más que en esa boca exquisita. Parecía que los labios de Makoto ejercían una especie de magia sobre él, atrayéndolo irresistiblemente hacia su misteriosa y sensual presencia.
—Y-Yo, ¡puedo explicarlo! —escondió el labial detrás suyo—. ¡No es lo que crees, Taka!
La voz de su amado lo hizo volver a la realidad, parpadeando ligeramente antes de enfocar sus ojos en los de Naegi; aquel hermoso bosque tan profundo expresaba duda e inquietud, parecía ver las consecuencias de su pequeña travesura. Y es que su amado suertudo vio aquel labial a su disposición, sin supervisión cerca, y cayendo como un niño lleno de curiosidad, lo probó.
Solo que no esperaba verse atrapado con las manos en la masa por Kiyotaka, su actual pareja.
—Yo solo veo a un bribón ser descubierto en el acto.
Ishimaru luchaba por mantener la compostura, tragando con dificultad mientras su mirada se perdía en esos labios que parecían llamarlo con n susurro seductor. La idea principal era regañar a Naegi, considerando que el labial que tomó no era de su posesión en realidad, pero cuando el joven volteo a verlo, el aliento se le fue totalmente.
No sabia porqué, pero aquel detalle en aquellas gemas carmesíes lo cautivo, dejándolo flotando en pensamientos que cruzaban de lo más tiernos, a lo más extasiantes. Anhelaba probarlos, explorar su suavidad y calidez, pero sabía que debía contener sus impulsos. Aun así, su mente podía seguir imaginando cualquier tipo de escenarios.
Incluso aquellos donde Naegi estaba en un estado vulnerable, su cuerpo respondiendo a cada uno de sus toques con natural sensibilidad, retorciéndose bajo suyo de una forma estimulante que sólo haría que su deseo se consumiera en su pecho. Podía oír la dulce melodía de su voz en esas notas eróticas, un recordatorio de esas esos momentos infinitos de intimidad y amor incondicional, donde el amor era tan extasiante como el acoplamiento exquisito y perfecto entre sus cuerpos.
¡Pero no! Debía detenerse ahora mismo. Pensar en ello estaba mal, no era para nada apropiado. Carraspeo un poco para retomar su compostura, su ceño frunciéndose ligeramente.
—¿Tienes entendido que ese labial no es tuyo, verdad? —preguntó Ishimaru, tratando de mantener un tono severo, aunque su mirada no podía ocultar el hechizo que ejercía la imagen de Makoto.
El castaño titubeó, antes de responder en un susurro:
—Yo... —se rasco la mejilla—, yo solo quería ver cómo se veía. No era mi intención tomar algo que no me pertenecía.