Solo deseo que mi hijo sea feliz

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Los días fueron pasando lentamente transformandose en semanas, y las semanas, se fueron transformando en meses.
El mes de mayo llegó y con el los once meses de Amanda.
Durante ese tiempo, Armando prácticamente no se había movido de Cartagena más que por dos o tres días en los que inexcusablemente debía presentarse en Ecomoda a resolver asuntos que requerían explícitamente su presencia.

El día que el conoció a Amanda, apenas regreso al hotel llamo a sus padres y sin poder ocultar su emoción, le contó detalladamente sobre su encuentro con su hija, deteniéndose en contarle lo bella y despierta que era, lo mucho que se parecía a él y que habia heredado los hermosos ojos verdes de doña Margarita.
Los abuelos se sintieron felices al oírlo a él tan feliz e ilusionado, como hace mucho no lo escuchaban y le pidieron que hablara con Betty en cuanto pudiese para que les permitiera a ellos ir a conocer a la niña. Armando les dijo que lo haría, y que les avisaría en cuanto tenga la respuesta de ella, también aprovecho la ocasión y pidió a su padre que le conceda una excedencia en su cargo, quería intentar recuperar algo del tiempo que había perdido con Amanda y solo lo lograría si podía pasar con ella todo el tiempo posible.
Don Roberto se lo concedió diciéndole que el y Nicolás Mora se harina cargo de la empresa, con la única condición de que cuando fuese necesaria su presencia en Ecomoda, debería volver y resolver los asuntos pertinentes, Armando acepto feliz aclarándole que el continuaría al pendiente de la empresa a diario a través de internet y del teléfono o del fax y se acostó ilusionado pensando en todo lo que podía hacer con su niña a partir de ese momento.

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Al día siguiente, apenas pasaban las siete de la mañana, cuando un feliz Armando tocaba la puerta de la casita de Betty, vestia informal con jeans y camisa de manga corta de algodón blanco y llevaba en las manos unas frutas, una bolsa del mercado, un muñeco y una bolsita de una panadería cercana que contenía unos deliciosos bollitos y masas finas para desayunar con su niña, y obviamente, con la mamá, si aceptaba.

Betty se sorprendió al abrir la puerta y verlo ahí tan temprano y cargando tantas cosas en las manos, y más de sorprendió cuando el muy serio, formal y correcto, le saludo.

A: buenos días Beatriz, como está?

B: (asombrada) buenos días Armando, que sorpresa tenerlo tan temprano por acá.

A: espero no haberla molestado, pero me desperté temprano y quise venir a desayunar con mi hija, traje frutas, un yogur y cereales de bebé, ya que no estoy seguro aún que come Amanda y... También traje bollos y otras cosas por si usted desea acompañarnos.

B: (intentando disimular sus nervios) no.. no es molestia, solo me sorprendió, no esperaba que viniese antes del almuerzo, pero siga adelante, deje que le ayudo con las bolsas.

A: (tendiendole la bolsa del mercado, la acompaño a la cocina a dejar el resto) gracias... Y si, se que es temprano, pero es que he perdido tanto tiempo con mi niña que ahora que puedo tenerla, deseo aprovechar al máximo todo lo que pueda vivir a su lado y eso incluye verla y acompañarla a desayunar, por cierto dónde está mi princesa?

B: arriba en mi cuarto, ya se la traigo, debo cambiarla de pañal y vestirla.

A: le molesta si la acompaño Beatriz? (Betty lo miro sorprendida) Quisiera aprender a cambiarla porque, como imaginara, jamás he cambiado un bebé y como le dije hace un momento, deseo pasar con Amanda todo el tiempo que pueda, y no quiero estarla molestando a usted cada vez que la niña necesite un cambio de ropa o de pañal, me comprende?

B: (muy asombrada) cla.. claro, siendo así, sígame por favor.

Bety camino nerviosa delante de Armando para guiarlo a su cuarto, desde donde ya se escuchaban claramente los pequeños sollozos de Amanda, estaba tan sorprendida por la presencia de él en su casa tan temprano y por la actitud tan fría y formal que el mantuvo hacia ella que no se dió cuenta que cuando abrió la puerta, aún estaba en camisón y que al verla, Armando sin poder evitarlo, la recorrió de arriba a abajo con la mirada deseando arrancarle ese recatado y suave pijama de algodón celeste.
Betty tampoco era consciente de que, mientras ella guiaba a Armando por la casa hasta su cuarto, este iba perdido en el delicado contoneo de sus caderas y detallando la forma redondeada de su trasero, deseando morderlo lentamente.

Todo Por EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora