Cierta mañana, Amanda se levantó un poco más tarde que de costumbre. Acababa de entrar a la cocina cuando se sobresaltó. Samuel estaba ahí, en una esquina del piso, sentado en silencio. No se movía y estaba de espaldas.
Vaciló un poco sobre hablarle o tocarle el hombro.
-Samuel...oye que te pa...
Samuel se puso de pie de un brinco. Amanda retrocedió bruscamente golpeándose la espalda con la mesa.
-¿Por qué apenas bajas? ¿Acaso no puedes pararte temprano una vez en la vida?
-Es la primera vez que bajo tarde. Y ni siquiera fue mucho tiempo- contestó sorprendida
-¿Ah no? ¿Y piensas que yo no tengo cosas que hacer? – se acercó a ella con furia. Su rostro reflejaba una profunda ira.
El miedo trepó por su garganta. Nunca lo había visto enojado, y resultaba muy intimidante. Sintió que las piernas le temblaban e intentó decir algo, pero sintió que se ahogaba. Samuel estaba apretando su cuello con ambas manos.
Poco a poco sus pies empezaron a despegarse del suelo. Estaba llorando, y se dificultaba más el respirar. Empezaba a desmayarse cuando cayó al suelo.
Jadeando, se quedó recostada en las frías baldosas. No intentó levantarse. No podía dejar de temblar y sollozar. No podía controlar el miedo que sentía por dentro.
-Para la próxima no voy a ser paciente contigo- murmuró Samuel y se fue. Un portazo le siguió.
Ella no alzó la vista.
o
Samuel no regresó hasta la tarde. Amanda ya había puesto la mesa y comía en silencio cuando la puerta se abrió.
Había estado preparándose por si volvía a pasar lo mismo. Aún así los temblores de su cuerpo eran demasiado fuertes. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos mientras agachaba la cabeza y apretaba los puños.
Él corrió a abrazarla mientras lloraba. Se deshacía en disculpas y hundía la cabeza en su regazo.
Lloró como un niño pequeño mientras Amanda acariciaba con miedo su cabeza. Se le partió el corazón al verlo llorar así y sintió mucha pena.
Lo abrazó y ambos subieron a su habitación. Acarició su espalda con ternura, dominando el miedo que la consumía por dentro. Se veía tan vulnerable, como un niño pequeño, llorando desconsoladamente mientras abrazaba sus piernas y sollozaba, casi perdiendo el aire en cada oración.
Lo tranquilizó y estuvo acariciando hasta que estuvo profundamente dormido.
No dijo nada todo ese tiempo. Y aunque él había intentado estrangularla, desde el fondo de su corazón lo perdonó.
Aunque algo que no podía negar era preguntarse a qué lugar iba Samuel. Si sabía que era su trabajo, pero el nunca le había dicho en qué trabajaba o que hacía. Y ella nunca se lo había preguntado.
Pero ahora le parecía algo importante. Porque ¿cómo podía solventar sus gastos y los de ella?
Puede que hubiera vivido de un lado a otro, pero sabía bien el precio de las cosas. Sabía perfectamente que era la razón por la que su madre la odiaba. Por ser una carga.
Se sintió mal. Después de todo lo seguía siendo. No había cambiado en nada.
¿Acaso estaba condenada a serlo toda la vida?
Acomodó con mucho esfuerzo a Samuel, empujándolo a un lado para que le dejara un espacio para dormir.
Se acostó pensando en eso, y la primera punzada de preocupación surgió en lo más profundo de su ser.
o
Había despertado. Ya era de noche. La luna asomaba entre gruesos nubarrones y no había estrellas. Un aire fresco y que olía a tierra húmeda se colaba en la habitación.
Samuel no había despertado aún. Seguía durmiendo apaciblemente, en la misma posición. Se levantó con mucho cuidado para no despertarlo.
Se sintió rara. Un dolor punzante por debajo del vientre la asustó. Nunca había sentido ese dolor y además, algo muy raro. Corrió al baño, y gritó.
Una mancha roja estaba ahí.
Estaba tan asustada que sólo siguió gritando y Samuel abrió la puerta de golpe.
-¿Qué pasa?- al verla, se quedó en silencio con un gesto de preocupación murmuró- oh...ya te ha pasado...
-¿Me ha pasado qué?- gritó mientras estaba al borde del llanto.
-Tu periodo.
Amanda lo miró con los ojos llorosos, sin entender que estaba diciendo.
-Dios...¿cuántos años tienes?- suspiró Samuel.
-Doce.
Él se sorprendió bastante cuando escuchó su edad.
-No pensé que fueras tan pequeña...
-¿Eso que tiene que ver?- preguntó entre sollozos
Samuel respiró profundamente, sopesando la situación.
-Mira, Amanda...cuando tú cumples cierta edad...pasan estas cosas ¿sí?
Salieron del baño y la llevó a su cuarto.
Con la mayor paciencia que tenía, le explicó lo que era. La calmó diciéndole que era normal, que era un ciclo, y que eso indicaba que, a partir de ahora, estaba volviéndose más grande.
-Es normal que te duela, no siempre será así, es una señal de que va a pasar o que ya lo hizo.
Secó con ternura sus lágrimas, y la abrazo un largo rato.
Amanda cerró los ojos, deseando conservar ese momento en su memoria y que el tiempo se congelara.
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El infierno
Non-FictionAmanda, una niña huérfana de 13 años, huye de un orfanato donde sufre maltrato. Al escapar, encuentra a Samuel, un joven más grande que ella, y que se ofrece a ayudarla llevándola a a su casa. Lo que no sabe, es que lo peor está por venir, y tendrá...