Desde ese día había perdido toda emoción. Ya no sentía nada. Se pasaba las horas llorando. Comía cuando lo recordaba, lo cual ya era poco frecuente. Seguía con su rutina, pero cada vez con más cansancio. Cocinaba tan mal, que un día terminó por colmar la poca o nula paciencia de Samuel. Le aventó el plato a la cara y se marchó murmurando que prefería comer tierra.
Eso le dolió mucho, pero le quitó un peso de encima. Samuel ya no llegaba a comer, solo lo hacía para dormir y salir de nuevo. No quería preguntarle a dónde iba, porque sabía que por cualquier cosa la podía golpear otra vez.
Se estaba consumiendo poco a poco. No le importaba ya el hecho de que estaba embarazada. Apenas llevaba dos meses. Se preguntó a sí misma si había dejado de comer para no tenerlo. Ni siquiera llevaba tanto tiempo, pero sentía que eso la estaba carcomiendo hasta los huesos.
Y lo que más le agobiaba, era el hecho de ver su muñeca. ¿Cómo era posible que ahora ya no podía jugar con muñecas? ¿Cómo iba a cuidar a un ser que no era una muñeca, que iba a llorar y a crecer?
Dominó siempre estaba con ella. Lo cargaba y lo abrazaba, sintiendo que, aún sin hablar, el gatito la consolaba con sus maullidos y ronroneos. En las noches, lo sentía dormir sobre sus pies y se sentía tranquila y acompañada. Así era día tras día.
Una tarde, se quedó profundamente dormida. Había llorado demasiado ese día y estaba tan agobiada, que prefirió dormir un rato. La despertó un dolor intenso en el vientre. Saltó de la cama, para asustarse más al ver una mancha roja en las sábanas. Temblando, bajó la mirada a sus piernas, para darse cuenta que hilos de sangre bajaban lentamente a sus pies.
Sin saber que hacer, bajo corriendo las escaleras, llorando y apretando sus manos, con el miedo apoderándose de ella. Apenas vio a Samuel, le suplicó que hiciera algo. Él la miro con indiferencia, musitando que de seguro era otro de sus dramas.
Cuando ella le mostró sus piernas, él la tomó del brazo y la sacó de la casa. Caminaron por el espeso bosque de prisa, con ella sollozando y apretando su vientre. Hubo un momento en que le suplicó que la cargara, porque no aguantaba el dolor. A regañadientes lo hizo.
Todo el camino le repitió hasta el cansancio que no dijera nada sobre ellos dos. Si le preguntaban, eran hermanos y no tenían a nadie más. Si preguntaban qué hacía, ella diría que el trabajaba todo el día. ¿Y cómo hablaría de su embarazo? Que tenía un novio, pero las cosas no habían terminado bien y ella no sabía que estaba embarazada.
El hecho de que el repitiera eso, la hizo sentirse peor. Se sintió mucho más sucia de lo que estaba, y avergonzada. ¿Qué pensarían de ella? ¿Qué dirían al ver a una niña en ese estado?
Cuando llegaron a la ciudad, él siguió cargándola. Entraron a una clínica, afortunadamente vacía. En silencio, ella agradeció porque no hubiera más gente para verla en esa situación.
En cuanto la recibieron, Samuel le dio un abrazo y sacó las lágrimas de cocodrilo, diciendo que no sabía que ella estaba en ese estado. Lo vio quedarse en el pasillo, mientras ella se alejaba en medio de las enfermeras. Que buen actor era, en su papel de hermano preocupado.
Todo el tiempo la interrogaron. ¿Es tu hermano? ¿Segura que sí? A todo fue un sí.
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El infierno
Non-FictionAmanda, una niña huérfana de 13 años, huye de un orfanato donde sufre maltrato. Al escapar, encuentra a Samuel, un joven más grande que ella, y que se ofrece a ayudarla llevándola a a su casa. Lo que no sabe, es que lo peor está por venir, y tendrá...