Casa
Después de ese suceso, Amanda no durmió. Pasó horas mirando el techo, preguntándose si todo lo que acababa de pasar era su culpa. Ella no había hecho nada que indicara que quería eso, ¿o sí?
Y peor aún, no entendía por qué en ciertos momentos, había sentido una sensación levemente agradable. Quería llorar de confusión, y de rabia. Sentía escozor en la piel y sus ojos hinchados de tantas lágrimas.
Cuando el primer rayo de sol iluminó la habitación, lo único que hizo fue sentarse al borde la cama y suspirar. No soportaba el dolor de cabeza y lentamente volvió a recostarse. Estaba empezando a prepararse para dormir cuando la puerta se abrió de golpe.
Se incorporó de sobresalto. Samuel estaba ahí, inerte, mientras la miraba de un amanera que no pudo descifrar. Trató de arrinconarse, pero él avanzó rápidamente y la tomó con fuerza de los hombros.
La atrajo hacia él y se soltó a llorar. Ella no comprendía que estaba pasando, sentía mucho miedo y se quedó petrificada.
La alejó para verla la cara y le pidió perdón. Estaba llorando amargamente y entre sollozos, le explicó que la noche anterior había estado confundido, no quería lastimarla y no quería que ella le tuviera miedo.
-¿Lo comprendes cierto?- sollozó Samuel. La expresión de su cara era de completo arrepentimiento y Amanda notó que sus manos temblaban.
-Si- dijo con un hilo de voz. Estaba aterrada en el fondo. No quería que fuera a enojarse o hiciera algo peor.
Samuel se agachó un poco para besarla nuevamente. Sintió el sabor salado de sus lágrimas y no dijo nada. La abrazó y acarició su cabello, susurró muchas veces en sus oídos que de verdad lo sentía, y que no había sido otra cosa más que un arranque de confusión de su parte.
Le explicó, de manera dulce y relajada, que era algo normal, que en verdad no dolía, y que en otra ocasión, sería algo más hermoso para ella. Le pidió perdón por haber hecho que su primera vez fuera dolorosa y un poco torpe.
Le dijo que era otra manera de demostrar amor, de manera física, más que los besos y abrazos. Que era normal que hubiera sentido cosas raras en su cuerpo, y que no era algo de avergonzarse. Y la hizo ruborizar cuando le dijo que era una chica hermosa, que nunca había sentido algo así por alguien
Dijo todas las cosas que Amanda quería escuchar. La hizo sentir amada, por primera vez, con tantas palabras dulces.
Y ella no sospechó nada.
Poco a poco, su miedo se disipó lo suficiente para acercarse a él.
Empezó a ayudar en la casa, y el le enseñó pacientemente a hacer todas y cada una de las tareas del hogar. Le explicó que ahora era su tarea, puesto que él tenía que salir a trabajar y no tendría tiempo de hacerlo.
Ella aceptó gustosa, sintiéndose útil finalmente.
Las comidas, al principio, se quemaban o estaba demasiado saladas. Pero Samuel se controló lo suficiente para corregirla y enseñarle nuevamente.
Le agradaba el sonido de la estufa al encender, la dedicación que ponía al rebanar y preparar cada comida, y la emoción de que Samuel lo probara. Cuando la comida no sabía bien, él sólo reía y le preguntaba que había hecho. La escuchaba atentamente y le señalaba qué había cometido mal.
Le enseñó a lavar la ropa y los trastes, a planchar y a barrer. Cada cosa le explicaba detalladamente y no la hacía sentir mal si no lo hacía bien. y fue que empezó a ganarse su cariño.
Cada vez que algo salía bien, le daba un beso en los labios. La rodeaba con sus brazos y le murmuraba cosas hermosas. Poco a poco, sus caricias se volvieron más amorosas y delicadas.
Algo que a ella le fascinaba era lo delicado que era con ella y la manera en que lo hacía.
Deslizaba su dedo índice lentamente por su mejilla derecha, acariciaba la punta de su nariz, y recorría a la su otra mejilla. Se posaba con delicadeza en sus labios y al hacerla reír, la sorprendía con un beso.
Otras veces, ella sentía miedo de dormir sola. Los recuerdos regresaban para atormentarla entre las sombras del cuarto. Se quedaba despierta, y se arrinconaba, deseando que la noche acabara pronto. Él se dio cuenta, y todas las noches sin falta, aparecía en su puerta, sosteniendo su almohada y dándole una sonrisa adormilada.
La abrazaba contra su pecho y ella se aferraba aél, cerrando los ojos con fuerza, deseando que nunca se fuera, que por cadaminuto que pasara, se aumentaran los años para estar junto a él.
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El infierno
Non-FictionAmanda, una niña huérfana de 13 años, huye de un orfanato donde sufre maltrato. Al escapar, encuentra a Samuel, un joven más grande que ella, y que se ofrece a ayudarla llevándola a a su casa. Lo que no sabe, es que lo peor está por venir, y tendrá...