capitulo 2

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-Ya mee canséeee... - Chilló Bill, deteniendo su paso y dando brinquitos, desesperado.

Tom también se detuvo, dándose la vuelta para verlo, con sus pantalones holgados y su jersey de pana beige. Se veía mucho más pequeño porque la ropa le sentaba grande. Tom se acercó a él y se acuclilló, apretando ambos hombros huesuditos con sus manos; sabía que quería ponerse a llorar, de pura desesperación, y es que habían estado caminando por lo menos dos horas, pidiendo en casas algo de trabajo doméstico, pero siempre se les era negado, porque ya tenían quién les ayudase, o porque no querían que Bill entrara.

- Ya lo sé, bebé... pero no hemos tenido nada de suerte hoy. - Se lamentó, quitándose el sudor de la frente. Bill vio cómo los cabellitos que enmarcaban su rostro, se le empezaban a hacer ricitos por la humedad, y sus manos quisieron ir a jalárselos, como hacía con los de su nuca, para arrullarse antes de dormir.

- Auumm... pero ya no quiero caminaaaar... – Aún así, prefirió quejarse, arrugando sus labios y su gesto, en un puchero de bebé. Tom asintió, pasando su mano por la mejilla rojita por el sol.

- Un poquito más, ¿sí?, si en la próxima casa no hay suerte, descansamos.

Bill se talló los ojos, poniendo más atención al palpitar de sus pies y sus rodillas, que dolían por no haber parado ni a beber agua. Quería llorar de rabia, pero, de alguna manera, se daba cuenta de que su hermano estaba también triste, y no quería opacar sus emociones con las suyas de bebé, por eso casi siempre se aguantaba, y comprendía que era necesario obtener dinero para poder tener algo de comer.

- ¿Sí, Billi? - El aludido asintió. Tom le picó la barriguita, haciéndolo gritar y sonreír. - ¡Gracias!

Lo cogió de la mano, y buscó con la mirada otras casas.

A la siguiente que tocó, era una grande, blanca, con un jardín grande, lleno de plantas. Estaba rodeada por una reja estilo victoriano, y tenía ventanas alargadas, una puerta con tallados de ángeles. Tardaron unos segundos en abrir; una mujer adulta, que, al verles, se detuvo, como asegurándose de que no les conocía, y luego habló.

- ¿Sí? - Tom se pasó las manos por el rostro, avergonzado. Sintió el corazón acelerarse, como le pasó en absolutamente todas las casas en las que había tocado hoy.

- Hum... hola... soy Tom... - Empezó, y su voz se escuchó temblorosa. - Amm... estoy buscando algún trabajo... puedo limpiar su casa, barrer su calle... hacerle el jardín... lo que sea por alguna ayuda económica...

La mujer se lo quedó viendo, muy seria. Su primera juzga, fue que no se veía, ni sucio, ni agrietado como lo haría un sin hogar regular. Sus ojos se veían con mucha luz, lo que le hacía creer que era muy joven, y también, sano, dentro de lo que podría serlo si no tenía hogar. Después miró al niño, que se chupaba un dedo, mirando el jardín, siguiendo con los ojos a una libélula que revoloteaba sobre los rosales; estaba muy seriecito, y sus mejillas rosadas le hacían ver cansado, también muy bebé.

- ¿Sabes hacer jardinería? – Dijo enseguida. Y aunque ya tenía quién podía ayudarle a ello, sintió que estaría haciendo mal si no ayudaba a esos niños.

Los ojos de Tom se iluminaron.

- Sí, señora... yo hacía el jardín de mi casa. Era grande, igual al suyo. - Sonrió, y la mujer se acercó a la reja, para abrirla, también con una leve sonrisita.

Sé que fue por qué me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora