2. Un pódcast de true crime, tarifas de taxi negociables y correos sin abrir.

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Es una verdad universalmente reconocida que lo peor que te puede pasar en un avión es tener a un niño sentado a tu lado

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Es una verdad universalmente reconocida que lo peor que te puede pasar en un avión es tener a un niño sentado a tu lado. Más, si el niño en cuestión encaja los golpes como si hubiese recibido clases de artes marciales del mismísimo Bruce Lee.

Puede parecer que exagero, pero apenas han pasado diez minutos desde que el avión ha despegado y estoy a un golpe de que me salga un hematoma en la zona de las costillas. No tengo del todo claro qué hace el niño, pero me gustaría saber por qué le ha dado por usarme como saco de boxeo.

—Oye, ¿podrías tener un poco de cuidado? —le pregunto tras otro codazo, cuando mi paciencia se empieza a acabar.

Intento decirlo a un volumen lo suficientemente alto para que lo oiga su madre, que está al otro lado, pero ella está demasiado ocupada viendo una comedia romántica en su pantalla. Siento la tentación de apagársela para enseñarle cómo, mientras en la película Hugh Grant pasea por una tienda de libros, su hijo está en medio de una posesión infernal.

—Es que no se enciende —dice el niño, y resopla.

—¿El qué?

—La pantalla. Creo que ha perdido la... tactileza.

«Ah, que él también quiere ver una película», pienso. Es bueno aprender que la paliza que llevo recibiendo desde el inicio del vuelo no es por algo personal, sino que el crío tiene problemas motores severos que debería hacerse mirar.

—¿Y no le puedes pedir ayuda a tu madre?

Se encoge de hombros.

—Se enfada cuando la molesto.

«Ya, es mejor molestar al que está sentado a tu lado».

—Trae, anda. —Me inclino para acercarme a su pantalla, que, como era de esperar, funciona a la perfección, y busco en el catálogo de la sección infantil—. ¿Cuál quieres ver?

—Kill Bill —dice sin ningún miramiento.

Con razón. Ya sabía yo que esta capacidad de golpear donde más duele no era algo innato. Aunque sean accidentales, sus codazos a mis costillas sólo podían estar inspirados en las peleas de Tarantino.

—Sí... no sé qué va a pensar tu madre de eso. —Lo último que necesito es que la señora que está ignorando a su hijo de diez años me eche una bronca por ponerle desmembramientos—. ¿Qué tal alguna que no sea para mayores de edad?

—No, gracias. Esas son un coñazo.

Mi boca se abre unos centímetros al escuchar una palabra así saliendo de su boca. La madre sigue sin inmutarse, claro.

—No deberías decir palabrotas.

—Perdón. ¿Me pones Kill Bill, entonces?

Niego con la cabeza.

Cómo resolver un asesinato (antes que tu ex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora