3. Un reencuentro, muchos reproches y algunos recuerdos regurgitados.

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Siempre me he dicho a mí mismo que si alguna vez volvía a cruzarme con Eric, actuaría con naturalidad

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Siempre me he dicho a mí mismo que si alguna vez volvía a cruzarme con Eric, actuaría con naturalidad.

Era una posibilidad que, por poco que me gustara, debía contemplar. Después de todo, vivimos en la misma ciudad y nunca sabes a quién te puedes encontrar en la cola de un supermercado o en un nuevo gimnasio que han abierto.

Por eso, he practicado en el espejo —más veces de las que me gustaría admitir— la cara con la que lo miraría en caso de verme en esa situación hipotética: una mirada apática, de indiferencia, acompañada del más absoluto silencio.

Mi intención no sería hacerle creer que lo odio, sino que llegara a plantearse si incluso me acordaba de quién es.

No hace falta decir que el plan lo he ejecutado regular.

Basta que te pases meses paranoico, segurísimo de que tu ex estará detrás de cada esquina que dobles, para que luego veas un asiento libre en el avión y ya asumas que es el suyo.

Luego pasa lo que pasa: que te lo encuentras cepillándose los dientes en la habitación de hotel que reservasteis y te bloqueas como un imbécil. Porque, sin duda, «con naturalidad» no son las palabras que usaría para describir mi reacción.

Me están viniendo a la cabeza pequeños detalles de Eric que casi había olvidado. Entre ellos, su inigualable habilidad para enfrentarse a cualquier situación con calma. Todas sus acciones son calculadas. Solía verlo como una virtud, pero —ahora que me hace parecer idiota— he cambiado de opinión.

Cinco segundos y todavía no ha hablado.

De hecho, ni se ha movido.

(Yo tampoco).

Es como si el tiempo se hubiera detenido desde que hemos cruzado miradas: la maleta sigue tirada en el suelo; él sigue en la entrada del baño; y, aunque no lo he comprobado, tengo la ligera sospecha de que mi boca sigue entreabierta.

Mientras tanto, él debe de estar ideando un plan maquiavélico para convertir mi vida en un infierno. Es la única explicación para su silencio. El día que se abrió la caja de Pandora, el espíritu de Eric fue lo primero que salió disparado.

También es posible que simplemente esté disfrutando de verme bloqueado, porque le permite anotarse un punto en el marcador imaginario de nuestras victorias. Lo confirmo pocos instantes después, cuando sus labios (semicubiertos de pasta de dientes) dejan de expresar sorpresa y se curvan en una sonrisa socarrona. Se da la vuelta para caminar hacia el lavabo, escupe el dentífrico y me mira de arriba abajo.

—Mira quién ha decidido unirse a la fiesta —dice.

Me estremezco al oír su voz.

Antes, me parecía aterrador pensar en él. Pronunciar su nombre, aún más. Pero no ha sido hasta ahora que he entendido que hay cosas muchísimo peores que un nombre; la primera de todas, tener delante a la persona que lo lleva.

Cómo resolver un asesinato (antes que tu ex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora