CAPÍTULO 7

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Abstinence

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Abstinence

Estás alejada, completamente aislada del mundo y el submundo al que vienes, queriendo ser parte.

Algunos te ven raro, otros te ven con desprecio, muchos con superioridad y la gran mayoría con la burla que les cuesta disimular.

Eres pez de otro estanque y lo sabes.

Con cada minuto que pasa sabes que no perteneces y que no pertenecerás nunca. Pero también sabes que la no pertenencia solamente es un impedimento. Es una barrera a la que la mente humana entiende, debe pasarle por arriba para lograr lo que ansía: en mi caso libertad y todo lo que engloba ser libre.

—Por órdenes del Comando usted habitará este dormitorio durante cuatro lunas; es decir cuatro noches enteras —el Cabo me da su saludo militar. Un saludo que en automático le devuelvo ya que en la vida se me olvidará cómo alzar la mano o cómo pararme delante de un colega dentro del regimiento.

—¿Podré salir?

La pregunta me brota con torpeza y el sentido del ridículo me embarga al notar que el soldado parpadea, cuestionándose quizá, si fue en serio lo que acabo de decir.

—No podrá salir, aprendiz —todavía recto pero rompiendo el protocolo, baja la voz—. Su cuarto estará bajo llave —vuelve a enderezarse y a mostrar severidad—. Le dispondrán de cuatro comidas diarias, ropa y será supervisada en el aseo que se realiza en duchas conjuntas. Podrá rechazar la hora del aseo más no los alimentos. De no consumirlos será orillada a hacerlo. Recibirá asistencia médica en caso de ser estrictamente necesario y transitará el proceso de abstinencia en exilio. ¿Alguna duda?

No tengo noción alguna de la abstinencia y conociendo mi cuerpo, dudo que los psicofármacos o el uso de las drogas en un tiempo tan escaso hayan causado semejante estrago como para afrontar una desintoxicación. Lo que sí me llena de miedo es la soledad. La plena y absoluta soledad durante cuatro días, encerrada en un cuarto sin hablar con nadie, sin ver la luz del sol o respirar aire fresco...

—¿Tiene dudas? —lo repite y niego con la cabeza; aclarándome la garganta al dar con su semblante hostil.

—No, señor.

—Soldado —me corrige—. Dígame soldado o Cabo. Señor es al alto mando del destacamiento, no a mí.

—Claro —carraspeo con incomodidad ante mi accionar tan burdo y mi falta de diplomacia—. Gracias soldado.

—Buena suerte, aprendiz.

Sin más se va, cerrando la puerta y asegurándola. Dejándome en el más sepulcral mutismo, puesto que desde acá no se escucha el exterior, sólo su forma de introducir la llave en el cerrojo y sus botas; el sonido de sus suelas alejándose.

Dancing in Hell © +21 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora