8. La historia del Rey Garad

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Su nombramiento como escuderos se desarrolló sin sorpresas, aunque Adara se quedó muy extrañada cuando la pidieron disculpas por no llevar las espadas. Por lo visto ella no había dado ningún recado a Noa, ni le había entregado la llave de la sala de armas. Por si esto fuera poco, cuando volvieron a encontrarse con su amiga, ella no recordaba absolutamente nada.

—Pero si yo he estado toda la mañana en la enfermería —insistía Noa, una y otra vez.

—Puede que la hayan hipnotizado para conseguir que nos trajera la llave y el supuesto recado de Adara —dijo Aixa—. Seguro que alguno de los amigos de Kail tiene el poder de hacerlo. ¿Te has encontrado con alguno de ellos esta mañana?

—Creo que no —respondió ella—. Bueno, no estoy segura. Sobre las diez de la mañana vino un chico con una herida en la pierna. Mirena me dejó que le pusiera el vendaje yo sola.

—Pero entonces, ¿era uno de los amigos de Kail o no? —preguntó Aixa.

—No lo sé —dijo Noa—. Era muy alto, con el pelo castaño y los ojos muy azules, tan azules que...

Noa se quedó callada.

—Tan azules que no podías dejar de mirarlos, ¿verdad? —dijo Aixa.

Noa asintió con la cabeza, sin poder evitar sonrojarse.

—Está claro. Te ha hipnotizado. A partir de ahora todos hemos de tener mucho cuidado con ese chico de ojos azules. Pase lo que pase, no tenemos que mirarle a los ojos.

Aquella noche todos esperaban con impaciencia su nuevo calendario de tareas, ya que ahora que eran escuderos podrían empezar a hacer prácticas con la espada y el arco. Por eso se quedaron muy decepcionados al ver que lo que primero aparecía en su horario era «clase de historia». Óliver miraba el papel como si fuera su peor pesadilla hecha realidad.

—Antes de aprender a usar las armas debéis saber los acontecimientos que nos han llevado a necesitarlas —dijo Adara, adivinando sus pensamientos—. El conocimiento es el arma más poderosa que tenemos, pequeños. Si no mantenemos viva la memoria del rey Garad no tenemos nada por lo que luchar.

Así que al día siguiente a las diez de la mañana los seis se encaminaron hacia el aula para recibir su clase de historia. Óliver no paraba de refunfuñar y decir que no merecía la pena viajar hasta un mundo diferente para seguir teniendo clases, y se preguntaba si nadie tendría el poder de meterles el conocimiento en sus mentes sin necesidad de lecciones aburridas.

Cuando entraron un hombre que parecía muy, muy viejo les dio la bienvenida. Tenía un largo pelo blanco, una barba puntiaguda y la cara más arrugada que Rodrigo había visto en su vida.

—Pasad, pasad, amigos. Sentaos donde queráis. Mi nombre es Erold y voy a ser vuestro maestro de historia.

—Seguro que él se la sabe de memoria porque la ha vivido —susurró Óliver—. Al menos los tres últimos siglos.

Rodrigo, que estaba sentado al lado de Óliver, tuvo que hacer esfuerzos por contener la risa.

—Bien —comenzó el anciano—. Supongo que de la era de Arakaz ya os habrán contado muchas cosas, aunque pocas serían ciertas. Nosotros vamos a empezar desde más atrás, antes incluso de la llegada del Rey Garad. Eran tiempos difíciles. Los hombres vivíamos divididos y enfrentados. Había decenas de reinos diferentes, y en cada uno de ellos se hablaba una lengua distinta. No éramos capaces de entendernos y siempre recurríamos a nuestros poderes para destruirnos unos a otros. Las casas ardían, los campos se inundaban... ya os podéis imaginar. Mientras tanto los hurgos aprovechaban nuestra rivalidad para invadir nuestros pueblos uno a uno. Lo saqueaban todo y mataban a cualquiera que encontraran en su camino.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora