—¡Tenemos que avisar a Balkar! —dijo Rodrigo, levantándose de la cama y dirigiéndose a la puerta de salida—. ¡No se abre! Está cerrada con llave.
Un ruido a su espalda hizo que se volviera sobresaltado. Mirena acababa de aparecer en el otro extremo de la sala, al lado de los armarios llenos de pociones.
—¿Qué estás haciendo, Rodrigo? —La enfermera clavó su severa mirada sobre él—. Os he dicho que no podéis salir de aquí.
—Es que tenemos que hablar con Balkar —respondió Rodrigo—. Es muy urgente.
—Balkar no está en la fortaleza. Se ha tenido que ir a una misión. ¿Qué es eso tan urgente que le tenéis que decir?
Rodrigo meditó por un momento si contarle a la enfermera lo que había pasado, pero recordó que el maestre les había dicho que no hablaran con nadie de los anillos.
—No... no es nada, realmente —mintió—. Es que tengo muchas ganas de salir.
—Pues ya puedes olvidarte de eso —respondió la mujer—. Ahora lo que tenéis que hacer es desayunar bien para recuperar fuerzas.
Mirena les entregó sendas bandejas con leche y tostadas y volvió a desaparecer.
—Maldita sea —susurró Rodrigo—. Tenemos que hacer algo. Dónegan podría seguir suelto por la fortaleza.
—¿Dónegan? —se extrañó Óliver—. ¿Por qué dices eso?
—¿Quién más podría haber entrado aquí sin que nadie se diese cuenta? —preguntó Rodrigo—. Ya oíste lo que dijo Vega. Entró en el dormitorio de la vidente y en el despacho de Balkar sin necesidad de abrir la puerta.
—A lo mejor sólo ha sido el trasgo —dijo Óliver—, el que te robó el plato de comida. ¿Por qué iba Dónegan a quitarnos los anillos? Quiero decir... Si quiere hacernos daño, ¿Por qué no nos ha matado directamente?
—No lo sé. A lo mejor no quiere matarnos. A lo mejor quiere...
—Utilizarnos para encontrar el espejo del poder —dijo Óliver, terminando la frase de Rodrigo.
—Exactamente.
Los dos se quedaron callados. La posibilidad de que Dónegan pudiera seguir dentro de la fortaleza resultaba muy inquietante.
«Hola chicos. Mirad por la ventana».
A pesar de conocer el don de Aixa, Rodrigo no podía evitar sobresaltarse cada vez que oía su voz dentro de su cabeza. A Óliver debía de pasarle lo mismo, porque miró de un lado a otro como si estuviera buscando el origen de esa voz.
«Venga, asomaos ya» —insistió Aixa.
Los dos se levantaron de la cama y se acercaron a la ventana. Delante de ellos se alzaba la torre de la biblioteca, donde todos sus amigos les saludaban desde un ventanal. Un estrecho puente de piedra comunicaba una torre con la otra. Era el arbotante por el que Kail quiso hacerles caminar el día que llegaron a la fortaleza.
—Si va todo bien levantad el brazo. Si necesitáis algo de nosotros sacudid la cabeza —dijo Aixa.
Rodrigo levantó el brazo, pero Óliver sacudió su cabeza de un lado a otro.
—¿Por qué sacudes la cabeza? —preguntó Rodrigo.
—Tenemos que decirles lo de los anillos —dijo Óliver—. Alguien tiene que averiguar si Dónegan sigue dentro de la fortaleza.
Rodrigo tuvo que aceptar que su amigo tenía razón. Aunque Balkar les había pedido que no hablaran de los anillos con nadie, seguramente no contaba con la posibilidad de que alguien pudiera robárselos. Estaba a punto de darle la razón a Óliver cuando vio a Aixa salir por el ventanal y caminar sobre el arbotante con una ligereza propia de una ardilla.
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Rodrigo Zacara y el Espejo del Poder
FantasyRodrigo está acostumbrado a que su amigo Óliver le meta en algún lío de vez en cuando, pero jamás hubiera podido imaginar que una de sus ideas más alocadas los llevaría hasta el reino de Karintia, un mundo mágico donde cada persona tiene un poder di...