❛❛Tras meses de silenciosa observación, ¡llegó la hora de pasar a la acción!
Enid es la alfa más temida y respetada en todo el instituto, pero no ha podido evitar caer por la dulce omega de cabello pelinegro y mejillas regordetas. ¿Será capaz de dar...
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Wednesday estaba nerviosa, y no entendía el porqué. Enid ya había estado en su casa antes, aunque, en ese momento, se sentía diferente. Pugsley estaba pasando la tarde en casa de su amigo Eugene Ottinger, así que estaba sola a la espera de que la alfa llegara para acabar el trabajo. Mentiría si dijera que aquellas magdalenas recién ordenadas descansaban sobre la mesa de centro por casualidad. Le encantó ver cómo Enid disfrutaba de sus galletas, y quería que probara otra de sus especialidades. Cuando el timbre sonó, salió disparada hacia la puerta, tropezando con uno de los juguetes de su hermano pequeño por el camino. Antes de abrir, se detuvo frente al espejo de la entrada intentando organizar su cabello castaño que estaba desordenado. Se dio por vencido justo antes de que el timbre volviera a sonar. Enid estaba tan imponente como siempre, con unos ajustados jeans negros con rotos en las rodillas y una sudadera del mismo color, siempre fiel a sus botas de combate. Le dedicó una suave sonrisa que le aceleró el corazón, y que Wednesday devolvió con una mucho más grande y brillante.
—
Pase.
Se hizo a un lado, permitiendo que la alfa entrara a su casa. Al hacerlo, una fuerte oleada de olor a bosque le hizo suspirar. Debia comprar supresores pronto.
—Pugsley está celebrando el cumpleaños de un amiguito en su casa, así que estamos solas.
—Mejor.
Enid habló sin pensar y, al ver los ojos abiertos como platos de la omega, se apresuró a arreglarlo.
—Quiero decir, así podremos trabajar más tranquilas.
Maldijo mentalmente. Enid era una persona que alardeaba de tener siempre el control de las situaciones, pero todo eso se iba al traste cuando estaba con Wednesday y sus irresistibles ojitos brillantes. Se sentía tímida y torpe, y ella nunca fue ninguna de esas dos cosas. El filtro cerebro a boca de Enid desaparecía cuando estaba junto a la omega, y lo último que quería era espantarla. Lo que ella no sabía era que, quizá y solo quizá, aquella matización había decepcionado a Wednesday.
Las chicas entraron al salón donde, al igual que el día anterior, les esperaba una mesa llena de libros. Wednesday no tardó en adoptar su postura estudiosa y responsable, y se concentró en el trabajo, mientras que las palabras "estamos solas" se repetían en la cabeza de Enid como en un viejo gramófono estropeado impidiéndole centrarse. Wednesday llevaba una camisa blanca, con el último botón despasado, y unos ajustados vaqueros descoloridos; y Enid solo podía pensar en lo que le gustaría barrer todas las hojas de la mesa con su brazo y tumbar a Wednesday sobre ella, arrancarle la camisa esparciendo los botones por toda la estancia y amasar ese trasero que tan perfecto se veía bajo esos pantalones apretados.