Una muerte sin explicación

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Era esperable, pero ninguna familia aceptó ser entrevistada. Lo que empezó como una broma de redes sociales sobre "La ciudad maldita", escaló más tarde a niveles de acoso cuando se concentró la atención en un lugar, "El pasaje de la muerte" como fue viralizado, lo que desencadenó un calvario para esas familias. Decenas de curiosos comenzaron a frecuentar el lugar, rompiendo vidrios, realizando rayados en las paredes y dejando ofrendas. Día y noche. Otros visitaban la tumba de Mariana pidiendo favores y convirtiéndola en una animita.

Victoria Sarmiento decidió entonces probar con personas fuera de los núcleos familiares, pero involucradas en alguno de los casos. Solo uno de ellos seguía viviendo en el barrio.

Condujo hasta la dirección según le indicaba el GPS, calle Puerto Montt, número 45. De acuerdo a la revisión que hizo de la zona, el tristemente célebre pasaje Arica se encontraba en forma paralela una cuadra hacía el norte. Si tenía tiempo daría un paseo.

El sol golpeaba fuerte, algo habitual en una ciudad como Quilpué y que podía ser un tanto molesto para alguien acostumbrado al aire marino. Se quitó la chaqueta de cuero y se acomodó los lentes de sol. Las botas negro le estilizaban la figura, pero no eran lo más adecuado para ese clima y se arrepintió de usarlas ese día.

El barrio era como cualquiera de clase media en Chile. Casas de un piso, algunas pareadas, casi todas con antejardín, un poco de patio trasero, casi nada de espacio lateral, todas apiñadas.

Una reja pintada de blanco daba la bienvenida a los visitantes. Había un timbre que presionó, pero como esperaba estaba descompuesto. No le quedó otra que gritar "Aló". En una casa cercana se escuchó ladrar a un perro.

Dos minutos más tarde apareció un hombre. Con short y polera, sin afeitarse y con el pelo desordenado.

—Hola, disculpa que te moleste —revisó la hora en su Festina, las una de la tarde, luego recordó que era día martes y pensó que quizás no era buena idea ir a visitar a una persona sin avisar un día y horario en que la gente trabaja. Pero no era el caso.

—No es problema, ¿A quién busca? —llevaba su mano derecha como visera y cuando se percató que era una mujer, trató con torpeza de acomodar su pelo y entrar un poco la guata.

—Hola, si, mira vengo del diario El Porteño para hacer una nota sobre lo que se dice en redes sociales. Intenté llamar, pero...

—Cambié mi número —interrumpió.

—¿Me podría contestar algunas preguntas?

—Yo pensaba que la cuestión había pasado de moa.

—Es verdad, pero quizás queda algo por contar.

—No tengo idea, en realidad no me interesa.

—Entiendo, bueno fue un gusto.

—Oiga, pero, hágame igual la entrevista poh —dijo el hombre invitándola a la casa.

Claudio Alarcón también sufrió la persecución de la prensa y de unas pocas personas que lo acosaron por redes sociales, pero nada significativo. Siempre fue considerado un personaje de poca importancia. Cuando concedió alguna entrevista fue solo para sacarle una cuña respecto de la vida de Mariana.

La casa se veía bastante limpia y ordenada, Victoria entró buscando donde hacer las preguntas.

—Vivo con mi madre, a ella le gusta tener su casa impecable. No está ahora y yo estoy sin pega —se apresuró en dar explicaciones.

La invitó a tomar asiento en la mesa del comedor. No le ofreció nada. Victoria sacó su teléfono celular y buscó la app para grabar audios. El aceptó que se registrara la entrevista.

—Primero me gustaría que se presente y diga su relación con los casos.

—Me llamo Claudio Alarcón y fui el pololo de Mariana en sus últimos tres meses de vida —dijo inclinándose hacía la grabadora.

—¿Cuántos años tenían de diferencia?

—Mariana estaba por cumplir dieciocho y yo tenía veintiocho. Diez años de diferencia.

—¿Me puedes contar de tu relación con Mariana? —Victoria notó que el entrevistado se rascaba el pecho a ratos.

—Yo andaba puro weviando y ella me arregló la vida. Andaba preocupado del carrete, del copete, del pito, iba a vender cosas a la feria para salvarme, para el fin de semana. Después de conocerla empecé a trabajar, me iba bien y ahora ella no está.

—Los rumores dicen que falleció por un aborto fallido.

—No se porque intentan echarle la culpa, nunca se hizo un aborto —hizo un gesto de despreció con su mano derecha.

—El informe médico no dice nada de aborto, fue el cáncer.

—Si, pero ella estaba sana.

—Son enfermedades silenciosas.

—Ella hizo algo.

—¿Ella misma se hizo algo?

—No, la otra mujer —los ojos de Victoria brillaron— una vecina nueva. Mariana me dijo que llevaba un año viviendo ahí cuando eramos pololos. En ese año murieron Martincito, el Ricardo y el Mauri. Y esa pobre cabra que la mataron sus papás. Siempre dijeron que era coincidencia ¿Usted puede creer eso? Murieron cinco personas que vivían en la misma calle.

—Es terrible, pero no hay evidencia que demuestre una relación entre las muertes, fueron por causas naturales y accidentales.

—Mariana estaba sana, de repente enfermó y a los tres meses la estábamos enterrando —Claudio alzó la voz.

—Tranquilo, pero ¿qué pasa con la otra mujer?

—Ella se me apareció en un sueño. En pelota. Unos amigos me dijeron que intentó hacerme un amarre. Quería que yo, usted sabe.

—¿Qué cosa?

—Quería tener relaciones en el sueño, pero no me gustó, sentí miedo y mucha pena porque ahí estaba Mariana muerta —Claudio se llevó las manos a la cara y se apretó los ojos, tomó aire unos segundos— quería que se lo metiera sobre la tumba de Mariana. Después de eso comprendí que esa mujer hizo algo terrible —finalizó.

—¿Cree que tenga relación con la profanación?

—Seguramente.

Victoria no quería presionar a su entrevistado, lo notaba acongojado, pero no sabía si tendría de nuevo esa oportunidad.

—¿Tú me podrías decir donde vive esa mujer?

—Es al final del pasaje de Mariana, la casa con pasto falso y flores plásticas, pero yo en su lugar no iría. Su mirada —se estremeció.

—Tranquilo, soy inmune a las miradas —sentenció Victoria, tomó las últimas notas y se puso de pie para abandonar la casa.

—Oiga, pero, ¿hay algo que se pueda hacer? Aún no saben quien profanó la tumba de Mariana, la policía vale callampa.

—Si no tiene más información, quedamos hasta acá, tengo otro compromiso— El rigor periodístico le decía a Victoria que no debía prestar atención a una historia como esa, pero su instinto le decía otra cosa.

—Hay algo más —se quitó la polera, una roncha con forma circular cubría su pectoral izquierdo— revise la autopsia, debería decir que Mariana tenía algo parecido en la planta del pie izquierdo cuando murió. Por favor, haga algo.

—He visto esa marca antes y no es un círculo cualquiera.

MadreculebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora