02. Reencuentros

40 6 1
                                    

Nash

  Ahí está, mi mejor amigo de cuando era niño. Frente a mí, después de seis años. Y sin camiseta.

  Creo que es un detalle importante el hecho de que tengo ante mis ojos a mi primer amor y está semidesnudo. No sé si es gracioso o vergonzoso. Poco después, su madre aparece detrás suyo, con una sonrisa amable.

  —Por favor, Lynx. Ponte la camiseta. —su voz no ha cambiado en absoluto. Aún recuerdo como nos llamaba para comer galletas justo antes de reñirnos por dejar todo lleno de tierra del jardín.

  Vuelvo a mirar al chico, a pesar de que solo me lleva un año, es unos doce centímetros más alto que yo. Mis padres entran a la casa, obligándome a hacerlo también. Mientras se marchan hacia el salón yo me quedo junto a Lynx, cuando vuelvo a mirarlo ya tiene puesta la camiseta, cosa que agradezco internamente.

  Ninguno dice nada, solo nos miramos fijamente. Él sonríe. Yo también. Ha cambiado. Se nota que hace deporte, aunque siempre ha sido así, ahora es visible en sus brazos y torso. A pesar de que, a simple vista, su pelo parece estar despeinado, tengo la sensación de que cada pelo está colocado con la finalidad de dar esa apariencia. Sus ojos siguen teniendo la misma forma almendrada, a pesar de ser más grandes ahora, y también tienen el mismo color grisáceo que los hace parecer un cúmulo de nubes a punto de romper y dejar que llueva.

  De pronto, lo escucho aclararse la garganta, y sé que he sido demasiado descarado. Noto como mis mejillas arden de la vergüenza cuando me mira directamente a los ojos, sonriendo con ellos además de con su boca, y agradezco que Alina asome la cabeza por la esquina del pasillo.

  —Mamá dice que vengas a cenar ya...

  La miro en silencio y le dedico una muy pequeña sonrisa al ver que sus rizos castaños siguen tan revueltos como cuando era pequeña, no se ve muy cambiada. La misma expresión de inocencia y esa soltura al hablar. Al verme frunce el ceño, como si tratara de averiguar quién soy. ¿No me recuerda? No era tan pequeña... ¿Tanto he cambiado?

  —¿Nash? —de pronto corre hacia mí y me abraza, sin previo aviso, mientras se ríe—. ¡Has vuelto!

  Se separa de mí, aún con las manos sobre mis hombros y me mira de arriba a abajo con una sonrisa, ni siquiera he tenido tiempo de devolverle el abrazo. Me fijo en lo alta que se ha vuelto, pues es de mi altura, y en su ropa cara y bonita. Y me llevo un golpe de realidad. No pego aquí. Le dedico una sonrisa a medias y ella se da media vuelta al escuchar de nuevo la voz de su madre.

  —Deberíamos ir ya. Mamá se enfadará.

  Asiento ante la recomendación, pero no puedo moverme. No quiero llegar al salón y destacar entre toda la elegancia.

  Lynx parece notar lo incómodo que estoy. Lo noto en como me mira, como siempre lo ha hecho, como si necesitara protegerme en todo momento. Respiro hondo y lo miro directamente a los ojos. O lo intento, porque está de espaldas a mí. ¿Se está poniendo una sudadera? ¿Con el calor que hace? Cuando acaba es él quien fija sus ojos en los míos mientras me dedica una sonrisa entera, muy diferente a las mías. Irradia confianza en sí mismo. Yo prefiero esconderme.

  —Ya no eres el único que no va arreglado.

  Su comentario me roba una sonrisa.

  —Te he echado de menos.

  —Yo también.

  Pone una mano sobre mi pelo, revolviéndolo un poco más y luego la baja a mi hombro, acercándome a él en un medio abrazo mientras caminamos hasta el salón. Los nervios me ganan.

Deja que ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora