07. Sentimientos encontrados

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Nash

Ha pasado una semana. Siete días sin saber nada de mi madre. Es raro, después de los primeros dos años en España pensé que no volvería a pasar, que no volvería a desaparecer sin más. Aunque realmente fui yo quien se fue, lo hice las dos veces.

La semana ha sido más fácil de lo que creí al despertarme el lunes. Sí, la presión en el pecho ha estado presente, junto a las ganas continuas de llorar, pero todo ha funcionado como siempre. Mak y yo tenemos una rutina y, gracias a que compartimos la mayoría de las clases, es más fácil compaginar las horas de estudio con el mantenimiento de la casa. Nos entendemos bien.

El problema es que creo que sabe que hay algo que no funciona, que mi cuerpo rechaza la comida. Solo tardó dos días en cambiar su comportamiento. Se preocupa para que me acabe el plato; come más lento, a mi ritmo y, cuando acabamos, siempre busca alguna forma de mantenerme entretenido o se mete a la ducha, manteniendo el baño ocupado.

Pero que no lo haga no evita que piense en hacerlo ni que sienta náuseas. Es todo lo contrario, lo empeora. Incrementa mis pensamientos negativos. No soy capaz ni de evitarlo por mi cuenta, siempre dependiendo de alguien, siempre buscando atención.

Estamos sentados en el sofá, compartiendo la manta gris que siempre tenemos doblada en una esquina, mientras vemos una película de Disney. Este fin de semana le tocaba a Mak elegir y, a pesar de que la norma es no discutir ante la elección, acabé convenciéndola para que no pusiera “Pesadilla antes de Navidad”.

—Sigo diciendo que la primera idea era la mejor opción —continúa con la discusión una vez que comienzan los créditos.

—Volemos a lo mismo… No puedes poner esa película si no estamos en octubre.

—¿Pero por qué no? Siempre es buen momento para verla —frunce el ceño mientras se gira en el sofá para enfrentarme.

—Fácil, es una película de Halloween. Como “Los mundos de Coraline”, “Casper” o “Frankenweenie”, esa del perrito —vuelvo con el mismo argumento que al principio—. Quedan seis días para que empiece octubre. Ahí ya podremos ver las películas que quieras, pero respeta las tradiciones.

—¿Y la película de miedo que viste con Lynx el otro día? —me recrimina mientras se cruza de brazos.

—Eso no cuenta, recordé que no le gustaban y quise molestarlo un poco —una sonrisa burlona aparece en sus labios mientras hablo.

Antes de que pueda contestar el sonido del timbre se escucha por toda la casa. Los dos miramos hacía la puerta, luego cruzamos miradas y, con una sonrisa cerramos uno de los puños.

—Tres, dos, uno… —yo lo dejo cerrado, ella estira tan solo dos dedos—. ¡Gané!

—¡No es justo! Siempre ganas tú —ella suspira mientras aparta la manta de sus piernas semi desnudas y se levanta del sofá—. Tengo que buscar otro método.

Camina hasta la puerta y la abre, viendo el pasillo vacío. Niega levemente y acerca el telefonillo a su oreja.

—¿Quién es? —no llego a escuchar la voz de quien está abajo, pero ella abre rápidamente—. El tercer piso —cuelga el portero automático y vuelve al sofá, dejando la puerta abierta.

La miro con curiosidad y ella sonríe. Tardo varios segundos en reaccionar y saber que se trata de Lynx, entonces suelto un pequeño suspiro antes de coger mi móvil y abrir la cámara frontal para arreglarme el pelo. Una vez lo dejo algo más decente que antes me quito las gafas y las dejo en la pequeña mesa redonda que hay junto al sofá. La montura destaca sobre la madera blanca, a pesar de ser fina, por su color negro y la ausencia de decoración sobre el mueble, que solo cuenta con dos velas.

Deja que ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora