06. Grietas y lluvia interior.

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Nash

  No pasó ni medio minuto desde que llamé al timbre antes de ver a Mak abrir la puerta de su apartamento. Está quieta, en silencio, examinándome con sus ojos. Me hace entrar y, tras cerrar la puerta, me abraza. Y entonces, me rompo. Dejo que las lágrimas salgan mientras sus manos me acarician la espalda con suavidad.

  —Me ha echado... —me cuesta hablar.

  Ella sabía de mis ataques de ira, de todos los problemas con mi madre y conmigo mismo. No sabía muy porque, pero  todo con ella salía con facilidad, reír, hablar y ser yo mismo. Apenas nos conocíamos,pero ya sabíamos mucho uno del otro, desde los primeros problemas que tuve cuando me fui a España con mi padre, hasta que ella lleva más de un año viviendo sola por gusto. Todavía no se mucho de lo ocurrido con sus padres, pero llegará el momento en que me lo cuente.

—¿Tú madre? —tarda unos segundos en preguntar.

  Yo asiento contra su hombro y ella me abraza más fuerte. Ninguno dice nada durante un rato. Cuando logro calmarme un poco nos sentamos en el sofá y le cuento todo. Ella escucha en silencio, asintiendo de vez en cuando y acariciando mi pierna en todo momento. Pasamos unas horas ahí sentados, juntos, sin decir mucho. Vemos una película y a pesar de que insiste, me niego a cenar.

  La última vez que miro mi teléfono tenía varias llamadas de mi padre y el mensaje que Lynx dijo que enviaría, seguido de otros cuantos en los que se preocupa por que no contesté, era la una de la madrugada. Agradezco que al día siguiente no tengamos clase y cuándo miro a Mak veo que se ha quedado dormida. Me acerco al sillón del otro lado de la mesita y cogo la manta gris que hay doblada sobre él. Se la pongo por encima a la chica y me siento de nuevo junto a ella.

  No sé cuánto tiempo pasa antes de quedarme dormido también, con las piernas dobladas en el sofá y la cabeza sobre el hombro de la chica, pero cuando me despierto ya es de día otra vez. Me doy la vuelta sobre el sofá, acabando boca arriba,  y pongo una de mis manos sobre mi cara. Hace calor... Con los ojos entrecerrados miro hacia mi propio cuerpo y veo la manta gris tapándome. Vuelvo a apoyar la cabeza sobre el sofá y suelto un suspiro.

  —Buenos días, Nash —la voz de mi amiga viene desde unos metros a la derecha.

  Apoyo mis brazos en el sofá y levanto mi cuerpo, para mirar hacia la cocina abierta. Veo a Mak preparando café, de espaldas a mí.

  —Buenos días... ¿Te he molestado está noche? —ella me mira con una sonrisa y niega.

  —No, no te preocupes. Suelo quedarme dormida en el sofá, nada nuevo —se acerca al salón con las dos tazas en la mano y me siento para dejarle espacio junto a mi.

  Me paso las manos por la cara y luego por el pelo. Vuelvo a mirar mi teléfono y todas las llamadas que me dejó mi padre la noche anterior, apenas le queda batería.

  —Deberías llamarle... Probablemente esté preocupado por ti, Nash.

  —Me va a pedir que vuelva con ella. Me dirá que recapacite, que no tome decisiones precipitadas. Que no puedo alejarme de ella por una discusión —miro a Mak y ella sonríe apenada—. Pero no es solo por lo de anoche, y él lo sabe. Sabe cómo me he sentido durante todos estos años por la ausencia de mi madre. Por sus comentarios. Lo último que quiero es volver a esa casa.

  —Quédate aquí. Hay espacio de sobra para los dos. Además, llevo un tiempo pensando en buscar compañero de piso —la miro con el ceño fruncido, vacilante—. No me mires así, no tienes muchas opciones. ¿O prefieres dormir en el parque de enfrente? —niego levemente—. Pues está decidido, vivirás aquí.

  —¿Cómo pretendes que te ayude a pagar si no trabajo? Solo tengo los ahorros de este último año.

  —Llama a tu padre y luego hablamos del resto, podemos buscar formas de pagarlo todo.

Deja que ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora