CHENLE
Chenle casi había llegado a su remolque cuando una botella de cerveza se estrelló a su costado a pocos centímetros de su cabeza, cerveza y restos de vidrio le golpearon la piel. Chenle se hubiese sorprendido de no ser por las pequeñas píldoras rosa que Karina le había dado. No era la primera vez que le tiraban una botella a la cabeza, ni siquiera era la primera de ese mes. La clientela de los clubes baratos de striptease a menudo tomaba malas decisiones.
─Hey, pequeña mierda. No huyas de mí.
Gary lo giró a la fuerza y lo empujó contra el remolque, su cabeza se golpeó con tanta fuerza como ver esas pequeñas estrellas de los dibujos animados. ─Hola, Gary, ¿Cómo estás? ─preguntó Chenle con una risita escapándose de sus labios.
Debían lucir graciosos para los observadores externos. Gary era treinta centímetros más alto y cincuenta kilos más pesado, y su mano regordeta alrededor de la garganta de Chenle podría haberle rodeado el cuello con facilidad si él no estuviera presionado contra el revestimiento metálico del remolque.
El estómago de Chenle se agitó ante el hedor de sudor, cerveza y mal aliento que salía de Gary, quien estaba a una pulgada de su rostro. ─¿Tú lo tomaste?
Chenle arrugó el ceño, luego parpadeó y se forzó a sí mismo a concentrarse. ¿Qué tenían esas píldoras? ─¿Tomar qué cosa?
Echó la cabeza hacia atrás cuando Gary le propinó una bofetada en la cara con la suficiente fuerza como para hacer que el mundo girara. ─Mi mochila, ¿tú la sacastede mi oficina?
Chenle podía sentir como sonreía y luego soltaba una risa, no podía detenerse. ─Ni siquiera trabajé esta noche. Salí con mis amigos. ¿Por qué me habría de robar una mochila? ─Consiguió tornar su expresión en una seria─. ¿Qué había dentro? ¿Tu sentido del humor?
Por segunda vez, Gary lo abofeteó.─Si sigues haciendo eso, voy a obligarte a que me pagues la cena. ─Chenle bufó mientras que se lamía los dientes superiores en son de burla. Tropezó cuando Gary lo soltó con brusquedad. ─Tu padre era un amigo mío, pero estás poniendo a prueba tu suerte. Si descubro que fuiste tú, te enterraré en esta hojalata a la que llamas hogar. ¿Me estás escuchando, hijo de puta?
Antes de que Chenle fuera capaz de formular una respuesta, Gary se dio la vuelta y se dirigió hacia la entrada del club. Chenle se las arregló para entrar en el remolque marca Airstream después de empujar la débil cerradura. Dio otra mirada breve a través de la ventana para así poder asegurarse de que Gary se había retirado, antes de dirigirse hacia el feo sofá de flores que se hallaba en la pequeña sala de estar y levantar el cojín, sacando de su escondite una fea mochila de camuflaje.
Gary era un maldito idiota. Chenle había robado la mochila la noche anterior mientras que él se pasaba el tiempo follándose a sus bailarinas sin darse cuenta de que faltaba el objeto en cuestión hasta veinticuatro horas después del suceso. Chenle sabía exactamente lo que había dentro: un montón de dinero falso en efectivo, un revólver Ruger de punta chata, algunos trozos de papel y sus llaves.
Las llaves eran lo que había estado buscando. Ya les había hecho moldes y estos mismos había llevado a Kevin de la tienda de llaves para que les hiciera unas copias. También fotocopió la licencia de Gary, con la esperanza de que la dirección que allí figuraba estuviera actualizada. En algún lugar dentro de la casa de Gary estaba la clave para resolver el misterio de Chenle. Un escalofrío le sacudió todo el cuerpo, como si alguien estuviera caminando sobre su tumba.
Había planeado dejar la mochila en donde la había encontrado, pero Karina y su novia lo habían convencido de que fuera con ellas al club. Beber, bailar y salir de fiesta parecía una perspectiva mucho mejor que sentarse dentro de su destartalada casa rodante y obsesionarse con su proyecto actual. Tampoco se arrepentía de esa decisión. Si no hubiera salido, nunca habría besado a Jisung, ni sentido sus manos en el rostro, ni él lo hubiese mirado con la misma intensidad abrumadora de la primera noche en que se encontraron.