Capítulo 2

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Resultaba gracioso como es que la vida de los adultos de vuelve tan monótona. La mayoría de ellos no disfrutaban sus trabajos, tan solo se concentraban en poder pagar las cuentas y la alimentación de sus hijos. Cuando era adolescente ese era uno de mis mayores miedos, tener una vida simple, pero cuando uno es joven e ingenuo cree que todos los días habrá una nueva aventura, un chico nuevo que besar y tres drogas nuevas esperando a ser inhaladas por ti.

Eso es basura, porque la monotonía no es aburrida, sino que depende de tu actitud ante la vida para poder lidiar con las cosas de la vida. La mía si era aburrida, pero porque tenía una actitud de la mierda, y podía comprobarlo.

Mi mejor amiga Gracie tenía una vida parecida a la mía, con la diferencia de que sus padres vivían al otro lado del continente; y aun así, la maldita desprendía un brillo increíble cada que entraba en el aula, sonriendo con sus mejillas llenas del rubor rosado que había comprado en el centro comercial el mes pasado.

- ¡Hey Charlie!, preparé galletas para no morir de hambre en clase, ¿quieres una? -.

-Sabes que mi debilidad es la comida- tomé una galleta con chispas rojas, besando la mejilla de la pecosa en forma de saludo.

-Luces hermosa hoy- dijo con la boca llena de comida antes de sacar los libros de su bolsa, el maestro había llegado y la clase de italiano comenzaría.

-No tienes que mentir Gracie, sé que luzco mal, necesito mis dos litros de café mañanero, o no sobreviviré el día-.

Sabía que me veía bien, no había durado dos horas frente al espejo tratando de tapar las ojeras con varios kilos de corrector, pero estaba en esa etapa en donde creía que todos me odiaban y cualquier cumplido lo tomaba como una ofensa, definitivamente el problema era yo y mi mala salud mental.

Después de tres horas donde el maestro habló con un perfecto acento italiano, por fin se terminó mi única clase del día. Por lo que acompañada de Gracie me dirigí a la cafetería, comprando un café de vainilla y unas mantecadas con relleno de fresa. No tardamos mucho en sentarnos en una de las bancas del patio con nuestros amigos.Saludé a todos con un abrazo, antes de recostar mi cabeza en las piernas de Sonny y comerme a mordidas grandes un par de mantecadas.

Gracie, Sonny, Tim y yo éramos inseparables. A ambos chicos los había conocido en el colegio, pero cuando entramos a la universidad cada quien tomó una carrera diferente; Gracie llegó unos meses después, venía de intercambio a la misma licenciatura de yo, así que fue fácil integrarla en el grupo, porque parecíamos diferentes versiones de una misma persona, nos complementábamos.

- ¿Qué harán esta noche?, estaba pensando en que podríamos ir al cine, ver la nueva película de Rápidos y furiosos y después emborracharnos en el Skype, ¿qué dicen? -propuso Tim, los demás chicos afirmaron emocionados.

-Esta vez paso, mamá quiere que le ayude a hacer las compras- respondí, levantándome de mi lugar para por fin beber mi café.

-Mentirosa, todos aquí sabemos que no tienes nada que hacer, pero en realidad no quieres salir con tus adorables amigos- Sonny me apuntó amenazadoramente con su tenedor.

-No tengo muchas ganas de salir, pero diviértanse, no dejen que mi amargura los afecte. Los amo- me despedí, besando la mejilla de cada uno.

Entendía perfectamente que mis amigos se disgustaran un poco por mi repentino cambio de humor. Meses antes yo era la que proponía los planes, podía aceptar hasta ir a la iglesia con tal de no permanecer mucho tiempo en casa, porque me asfixiaba.

Ahora lo que quería era estar ahí, con mamá cocinando algo delicioso y papá llegando en la noche del trabajo. Disfrutaba verlos juntos, a pesar de tener como un siglo de edad, parecían ser dos adolescentes enamorados, aún bailaban canciones de su época mientras cocinaban, se regalaban ramos de flores y salían los fines de semana a citas románticas.

Si bien se podía decir que había crecido en un ambiente sano, con padres afectuosos y responsables, por eso creía que yo era el problema, porque lo había tenido todo, había tenido tanto que comencé a exigirme a mí misma más de lo que debía, pasando de ser la estrella de la familia a alguien sé que ocultaba en las cenas para no ser interrogada por los demás miembros.

Al llegar a casa noté un recado de parte de mi padre en la barra de la cocina, decía que había faltado al trabajo para llevar a mamá a una convención de plantas en uno de los auditorios del Londres, y que si quería los acompañara.

Mamá era una señora loca por las plantas, tenía un gran vivero en la parte trasera de la casa, lo cual era una gran ventaja porque en todos los cumpleaños tenía un ramo de las flores que ella cultivaba en el espacio de atrás, sobre todo de tulipanes, mis favoritos.Devastada por no haber salido con los chicos y aburrida en casa sin la presencia de mis padres decidí que era una buena idea acompañarlos.

Subí rápidamente a mi habitación a cambiarme por algo más cómodo y calientito, un cárdigan y un pans negro.

Las calles estaban mojadas por la típica lluvia del lugar, en mis audífonos sonaba una canción de Bon Jovi, y cuando menos acordé había llegado al dichoso auditorio, estaba lleno de macetas y plantas, personas con ridículos gorritos de jardinería y turistas comprando plantas exóticas.

Localicé a mis padres un rato después, papá cargaba varias bolsas de tierra para plantas y mamá tenía bolsas de semillas en sus manos, ambos se veían relajados hasta que me vieron, sus rostros se iluminaron y sonrieron, hice lo mismo.

-Qué hay chinita- me saludó papá.
-Creímos que no ibas a venir, pero de todos modos compramos algunas bolsas de semillas de tulipán para plantarlas el próximo fin de semana-.
Les agradecí en voz baja, abrazándolos de manera corta antes de caminar por los puestos de la mano libre de papá, comprando fertilizantes y productos que mamá necesitaba para el invernadero.

Al salir del evento y subir las cosas en el auto, noté un poco de neblina en el puente cerca del río, parecía como si lloviera tan solo en esa zona, dejando un poco seco el resto de las calles. En voz baja avisé a mis padres que me quedaría un poco más, tomé el libro que había dejado abandonado en el auto la semana pasada y me dirigí hacia el puente.

La lluvia desapareció como por arte de magia cuando llegué allí, me senté sobre las viejas tablas, sin importar que mi trasero comenzara a humedecerse y abrí el libro, sumiéndome unos cuantos minutos en la trama de la historia.

Estaba tan entretenida en el romance de época de los protagonistas que no me di cuenta de la presencia de una segunda persona a mi lado. No hasta que el olor a cigarro molestó en mis fosas nasales.
Un chico vestido con una gabardina negra y un pantalón de cuadros estaba apoyado en el barandal del puente, mirando los árboles, parecía perdido en sus pensamientos, así que lo ignoré.

Lo ignoré hasta que se sentó, rozando un poco nuestras piernas en lo que se acomodaba correctamente; también sacó un libro de su bolsillo, el cual comenzó a leer después de dirigirme una sonrisa tranquila, la cual correspondí.



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