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—Necesito una esposa, Net, y la necesito para ayer.

Sentado en la parte de atrás de su coche, de camino ni más ni menos que a un Starbucks, Zee Panich miró el reloj por décima vez en menos de una hora
La carcajada de sorpresa de Net acabó de crisparle los nervios.
—Pues escoge a una cualquiera y dirígete al altar.
El consejo despreocupado de su mejor amigo le habría resultado útil si Zee confiara en las mujeres de su vida. Tristemente, no podía hacerlo.
—¿Y arriesgarme a perderlo todo? Me conoces bien. Lo último que necesito es que las emociones se interpongan en algo tan importante como un acuerdo matrimonial.

Precisamente eso, un acuerdo, era lo que Zee necesitaba. Un contrato, un convenio mercantil que beneficiara a ambas partes durante el curso de un año. Luego podrían tomar caminos distintos y no volver a verse nunca más.

—Algunas de las mujeres con las que sueles aparecer en público estarían encantadas de firmar un acuerdo prematrimonial.
Ya había pensado en ello, pero había trabajado tan duro para construirse una reputación del cabrón insensible que ahora no veía la necesidad de arruinarla fingiéndose enamorado, y todo con el objetivo de conseguir que una mujer accediera a subir con él las escaleras del juzgado.

—Necesito a alguien que esté de acuerdo con mi plan, alguien por quien no sienta ni la más remota atracción.

—¿Estás seguro de que este servicio de citas es lo más adecuado?

—De parejas, no de citas.

—¿Cuál es la diferencia?

—No te buscan a alguien que se adapte a tus intereses amorosos, sino a tu plan de vida.

—Qué romántico. —El sarcasmo de Net sonó con tanta contundencia como un grito.

—Al parecer no soy la única persona en mi situación.

Net se atragantó en medio de una carcajada.

—En serio —consiguió articular—, no conozco a ningún hombre con tu título y tu dinero que necesite llamar a un extraño para que le ayude a sentar la cabeza.

—Esta tipa tiene muy buenas referencias. Es una mujer de negocios que ayuda a hombres como yo en situaciones similares.

—¿Cómo se llama?

—Nunna.

—¿Así sin más? Nunca he oído hablar de ella.

A dos bloques del lugar del encuentro les pilló un atasco en la intersección de dos calles. Los segundos no dejaban de pasar y ya llegaba tarde a la cita. Maldición, Zee odiaba llegar tarde.

—Tengo que irme.

—Espero que sepas lo que estás haciendo.

—Estoy haciendo negocios, Net.

Su amigo resopló para mostrar su desaprobación.

—Lo sé. Son las relaciones las que se te dan como el culo.

—Que te follen. —Pero Net sabía que su amigo tenía razón.

—No eres mi tipo.

El chófer de Zee dio un golpe de volante y cambió de carril. Implacable, justo como le gustaba a su jefe.

—Quedamos esta noche para tomar algo.

Zee colgó el teléfono, lo guardó en el bolsillo del abrigo y se reclinó en el respaldo del asiento. Llegaba tarde, ¿y qué? Los hombres de su posición podían presentarse media hora después de lo acordado y aun así la gente se deshacía en atenciones como si fuera culpa suya. Mucho dependía de aquel encuentro. Tenía que encontrar esposa antes de una semana si quería conservar la propiedad ancestral de su familia que iba unida al título, por no mencionar lo que quedara de la fortuna de su padre, y todo ello dependía de Nunna Perdpiriyawong.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora