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El avión alcanzó la altura de crucero y el piloto les comunicó que podían desabrocharse los cinturones de seguridad durante las tres horas que duraría el vuelo hasta Las Vegas. Nunew apenas había abierto la boca desde que habían embarcado.

Después de que Nunew accediera a ser su esposo durante un año, Zee había planeado un viaje relámpago a la Ciudad del Pecado que incluía una breve visita a una capilla. Estaba convencido de que una boda romántica en Las Vegas resultaría mucho más creíble ante los abogados de Parker y Parker que un viaje al juzgado.

Zee se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento del jet privado para coger una botella de champán. Cuando miró a su prometido, se dio cuenta de que Nunew no dejaba de tocarse las manos.

Qué curioso, pensó, él podía perderlo todo y, sin embargo, era Nunew el que no podía estar quieto.

—Toma, puede que esto te ayude. —Le dio una copa de champán y se sentó frente a él en una de las enormes butacas de piel del avión.

—¿Tan evidente es?

—Los nudillos blancos te delatan.

Nunew se bebió la mitad de la copa de un trago.

—Nunca he querido ser actor.

—Pues seguro que muchos estudios estarían dispuestos a contratarte como doblador por un dineral.

Él se encogió de hombros.

—Si me dieran un dólar por cada vez que he oído eso...

Zee estaba seguro de que era así.

—Tienes una voz increíble.

Nunew apartó la mirada y sus mejillas empezaron a teñirse de un ligero color rosado.

—Creo que esto del matrimonio funcionará mejor si no encontramos nada increíble en el otro. No es nada personal.

—Seguramente tienes razón, pero recuerda que hemos acordado ser sinceros el uno con el otro. Y tienes la voz más sensual que he escuchado en toda mi vida.

Merecía la pena enseñar las cartas sólo para ver cómo se removía incómodo ante el cumplido. A esas alturas ya estaba colorado como un tomate, lo cual era adorable.

Sin apenas darse cuenta, Nunew ya había vaciado la copa de champán por segunda vez.

—No sé si darte las gracias o pedirte que seas menos superficial.

—Eres tú quien pedía sinceridad.

Zee lo observó mientras se quitaba los zapatos con los pies y escondía las piernas bajo el asiento. Sus dedos empezaban a recuperar el color. No sabía muy bien cómo tomárselo, pero era evidente que meterse con él le ayudaba a sentirse más cómodo.

—La única persona que se atreve a llamarme superficial es Net.

—¿Tu mejor amigo?

—Mi único amigo de verdad.

—¿En serio? Pensaba que alguien con tu fortuna tendría un séquito de amigos.

—El dinero atrae a la gente, no a los amigos —respondió él.

—Amén a eso. Supongo que Net sabe lo nuestro. Lo del acuerdo, quiero decir.

—¿Y tus amigos? ¿También lo saben?

Ahora le tocaba a él sentirse incómodo. Aunque su matrimonio iba a ser una farsa, se le hacía raro hablar de sus «amantes» con el que en breve se convertiría en su esposo.

—Contárselo a mis amigos, como tú los llamas, sería como llamar a la Inquisición y concederle una entrevista a doble página. —Zee apuró el champán y se levantó para rellenar de nuevo las copas.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora