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Veintiséis horas después de pronunciar el «Sí, quiero», la prensa descubrió a Nunew y a Zee desembarcando de su jet privado. Gracias a Dios, Nunew había tenido la precaución de llevarse unas gafas de sol bien grandes consigo tras las que poder ocultar el estrés, que ya era evidente en sus ojos.

Los periodistas no habían cambiado desde la detención de su padre. Les bloquearon el paso, tomaron fotografías de los dos y les hicieron todo tipo de preguntas. Zee lo guió hacia el exterior del aeropuerto con un brazo posesivo alrededor de su cintura. Con un poco de suerte, antes de que llegara el fin de semana muchos ya se habrían bajado del carro, llevándose los focos a otra parte. De no ser así, tendría que enfrentarse a los paparazzi él solo.

Zee dijo unas palabras, más bien pocas, mientras avanzaban. Cosas
como «el amor de mi vida» y «me hizo perder la cabeza». Parecía tan sincero. Si no estuviera al tanto del plan, Nunew le habría creído sin pensárselo dos veces. En una ocasión, Zee acercó los labios a su oreja y le susurró: «Será peor en China, así que saca al esnob que llevas dentro y sonríe.

Sin dejar de sonreír, Nunew se apoyó en él para montarse en el asiento trasero del coche que les esperaba. La instantánea del momento apareció en los canales de televisión más importantes y en tres revistas del corazón.

El amigo de Zee, Net, resultó ser toda una sorpresa. Con su pelo rubio y su apariencia de surfista era el extremo opuesto a su marido. Siempre bien vestido, era inteligente, pragmático y tenía un gran sentido del humor. Le dio a Nunew su número de móvil y le animó a que lo usara si necesitaba cualquier cosa mientras Zee estuviera fuera de su alcance.

Tal y como habían acordado, Zee le entregó a Nunew una copia de las llaves de su casa, que estaba en la zona más elevada de Bangkok y cuyas vistas sobre el mar eran espectaculares. La casa era enorme: mil metros cuadrados en una propiedad de cuatro hectáreas. El servicio incluía cocinera, asistenta y un equipo de jardineros para cuidar de la finca. Siwon, el chófer de Zee, se ocupaba del personal y vivía en la casa de invitados.
Era tan corpulento que un equipo de fútbol americano al completo se sentiría intimidado a su lado. Zee le contó que también hacía a veces de guardaespaldas.

Tras desearle un feliz vuelo a su marido, Nunew regresó a su adosado de alquiler sumido en sus pensamientos. El proceso de búsqueda de un esposo y su ejecución habían sido movimientos muy inteligentes por parte de Zee. Ni siquiera un hombre fuerte como él podía evitar volver la cabeza y mirar cuando una fortuna como la suya pasaba junto a él.

—No quiero ni saber cuánto cuestas —murmuró, admirando el anillo que brillaba en su dedo y haciéndolo girar. Tendría que devolverlo en cincuenta y cuatro semanas, pero hasta entonces disfrutaría de él.

La voz de James gritó un «Sin comentarios» y luego se oyó un portazo.

—Madre mía, ¿cuánto tiempo vamos a tener que aguantar esto? —James, más amigo que empleado, descolgó la mochila de su hombro y la lanzó sobre la mesa de café.

—Se irán en un par de días.

—Pareces muy seguro.

—Lo he vivido antes. El divorcio atraerá todavía a más prensa.

James lanzó sobre la mesa un periódico en cuya portada aparecían los rostros sonrientes de Nunew y Zee.

—Sois muy convincentes.

Nunew sonrió. Se moría de ganas de que la prensa desapareciera, pero al mismo tiempo le gustaban las fotografías que les habían hecho. Al fin y al cabo, eran las únicas fotos que tenía de su boda.

—No hacemos mala pareja.

—¿Mala pareja? Si parecéis felices como dos tortolitos.

—¿Las tórtolas tienen cara de felicidad? —se burló Nunew.

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