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Zee acarició las fotografías de las tres mujeres que Nunew le había enviado. Todas eran perfectas: cultas, con estudios y preciosas. Entonces ¿por qué se habían apuntado a una agencia de citas para encontrar un marido temporal? Tenía que haber algún tipo de conexión entre ellas y el propio señor Casamentero, pero Zee no conseguía dar con él.

Candidata número uno, Ciara... Sin apellido. Según el informe, era estudiante de derecho de segundo año y tenía las típicas deudas de estudios. Le encantaba el arte y dedicaba su tiempo libre a correr maratones. Zee volvió a mirar la fotografía. El parecido con Sophie era desconcertante. Nunew había pensado en todo, hasta el punto que había incluido las medidas y el peso de la chica al final de la página. Debajo de la fotografía, Nunew había escrito una nota explicando que las agencias de citas solían utilizar imágenes antiguas del instituto retocadas con Photoshop, pero que Alliance actualizaba las suyas cada seis meses.

Candidata número dos, Aranya... De nuevo, sin apellido. Ayudante en la consulta de un médico y preparándose para entrar en medicina. Le encantaba la navegación y pasar temporadas en lugares exóticos. Había viajado por muchos países, pero los papeles de Nunew no hablaban de cómo se lo había costeado.

Candidata número tres, Jennifer... Zee no se molestó en buscar el apellido. Sabía que no aparecería por ninguna parte. Jennifer podría haberse dedicado al mundo de la moda. Sus ojos, de un marrón increíble, y su hermoso cabello de un rubio blanco como la nieve eran suficientes para dejar sin respiración a cualquier hombre. Jennifer no iba a la universidad y tampoco tenía préstamos de estudios pendientes. Dirigía una especie de hogar para ancianos y hacía de mentora para chavales en un club para niños y niñas.

Las tres eran perfectas. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que ninguna de ellas encajaba?

Se inclinó hacia delante y cogió el teléfono.

—¿Y bien, Aaron? —preguntó cuando su ayudante respondió al otro lado del teléfono.

—Todavía tengo un par de llamadas sin respuesta, pero he encontrado algunos datos interesantes acerca del señor Perdpiriyawong.

—Genial, tráeme lo que tengas.

Zee se acercó al ventanal de su despacho, que ocupaba toda una pared desde el suelo hasta el techo, y miró hacia abajo, a la ciudad que se extendía a sus pies. Llevar su negocio de transporte marítimo desde cuatro puntos distintos del mundo le daba ventaja sobre sus competidores. Había levantado la empresa desde la nada a pesar de la oposición de su padre.

Zee quería demostrarle que no necesitaba su dinero, ni su título, y esa misma determinación le servía de combustible para seguir adelante. Sin embargo, el apellido Panich le había abierto muchas puertas a lo largo de los años, y menospreciar el grueso de su herencia no era algo que estuviese dispuesto a hacer, especialmente ahora que el viejo llevaba tiempo muerto.

Aaron llamó a la puerta del despacho antes de entrar. Zee se dio la vuelta y señaló con la cabeza hacia la mesa de café que ocupaba una esquina de la estancia, donde podría ver los documentos que Aaron llevaba en la mano.

—Pongámonos ahí.

Aaron se sentó y rápidamente repartió los papeles sobre la mesa para que Zee los revisara.

—Nunew Perdpiriyawong, veintisiete años, nacido en Bangkok, hijo de Anton y Margaret Perdpiriyawong.

Zee tomó asiento.

—¿Por qué me suenan esos nombres?

—Deberían sonarte. Anton era un pez gordo de los medios hace ya bastantes años. Fue acusado de evasión de impuestos y malversación de fondos. Él y su familia vivían en una mansión de veinte millones de dólares y tenían propiedades en China y Japón. El sueño oriental, vamos.

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