Capítulo 7

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Los personajes son de Naoko Takeuchi, la historia es fines de lucro y sin ofender a nadie es solo por diversión.

Capítulo 7

MOLLY se dirigió a la puerta.

– Su Majestad puede llamar cuando me necesite... – murmuró, y haciendo reverencia salió de la habitación.

Serena se volvió hacia Mina, quien estaba de pie en el extremo apuesto de la alcoba, junto a la puerta, vestida con ropajes de viuda.

Su vestido, demasiado elegante para una mujer embargada por la pena, revelaba su esbelta figura.

Completaba su atuendo un pequeño sombrero y un espeso velo negro que cubría totalmente su rostro.

Levantó el velo con sus manos enguantadas y Serena vio que estaba sonriendo.

– ¡Aquí estoy! – Exclamó Mina – Y no me digas que estás sorprendida de verme.

– No... Sorprendida no – logró contestar Serena – Pero te esperaba ayer... o anteayer.

Mina se acercó a ella y de nuevo Serena sintió la extraña sensación de ver su propia imagen reflejada en el espejo. El luto era un disfraz muy hábil, y acentuaba la piel blanca de Mina, el cabello rubio y los ojos azules.

– Pensé... – continuó Serena – que leerías en los diarios que el matrimonio del rey... iba a adelantarse... y que comprenderías que era... imperativo que volvieras... a toda prisa.

– No vi los diarios por algunos días – dijo Mina – Tenía otras cosas en qué pensar – sonrió al decir esto y añadió – ¡Oh, Serena, nunca podré agradecerte lo suficiente por haber tomado mi lugar! ¡He sido tan feliz! Pasé unos días paradisíacos con Malachite.

Había una nota casi soñadora en su voz. Entonces, en un tono diferente, añadió:

– ¡Pero debes darte prisa! Él está esperándote abajo y tu tren parte en una hora.

– ¿M - mi... tren? – repitió Serena atontada.

– Malachite tiene tu billete y él te llevará a la estación para despedirte. También lleva consigo el dinero que te prometí.

– P - pero... yo... – empezó a decir Serena, sin poder continuar.

No había ya nada qué decir, ni nada que pudiera hacer. Este era el momento en que el cuento de hadas llegaba a su fin. Haciendo un enorme esfuerzo, se puso de pie.

– Como no te has vestido, todo lo que tienes que hacer es ponerte mi ropa... – estaba diciendo Mina – Tendrás que desabotonarme el vestido.

Se quitó el sombrero de viuda al decir eso, y se volvió para que Serena pudiera desabotonar los diminutos botones forrados de seda de la espalda de su vestido.

– ¿Fuiste... feliz...? – le preguntó.

– ¡Maravillosa, increíblemente feliz! – Contestó Mina – ¡Amo a Malachite y, para mí, es el hombre más atractivo del mundo!

– Entonces... ¿por qué... no te... quedas con él?

Serena no pudo evitar hacer la pregunta que afloró a sus labios involuntariamente.

Mina levantó las manos en un gesto de protección.

– No lo digas – suplicó – No he oído otra cosa de boca de Malachite todo el tiempo que nos tomó llegar hasta aquí. Lanzó una breve risa que terminó casi en un sollozo.

– Tú no comprendes, ni Malachite tampoco, pero no puedo... no puedo desvanecerme en la oscuridad como lo hizo tu madre. Habló con violencia, y después de un momento, añadió:

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