Capítulo diez

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Las voces que venían de la planta baja lo tenían de nervios, había cerrado su puerta con seguro, tenía comida que robó de la cocina al igual que agua, y estaba sentado contra la puerta en un intento de mantener cerrada su puerta y poder darse cuenta si alguien quería abrirla.

Podía escuchar como la voz alegre de Alemania venia del vestíbulo, así como la de Canadá, y una tercera voz más infantil, seguro era del hijo de la pareja.

Quería vomitar.

Esa mañana su padre lo había encontrado tomando la comida, y aunque sabía no estaba de acuerdo lo dejó recluirse en su habitación y no había subido a pedirle que bajara a saludar como cuando sus hermanos los visitaban.

Suspirando se estiró hasta donde tenía su canasta con bolas de estambre y sus ganchitos para tejer, aún tenía pendientes los calcetines para su hermanito; pero no había dado ni dos vueltas cuando su puerta fue tocada.

– ¡Nia!, ¡Nia abe, quiedo esta cotigo! – se escuchó gritaba Reiviet del otro lado.

Ucrania dejó todo de nuevo en el canasto y se levantó sobre sus rodillas para poder abrir la puerta, no podía negarle eso a su hermanito; pero cuando abrió la puerta se arrepintió por completo, porque la copia de la pareja alemán-canadiense estaba con Reiviet y ambos entraron corriendo.

– A-alto, ¿qué h-hacen? – preguntó con pánico mientras veía a ambos niños corretear por su habitación.

– Jugamos – respondió Reiviet con risa, mientras ayudaba a Fritz a subir a la cama para después él ser jalado por el otro menor y así ambos pudiera saltar sobre la cama.

– No, no, no, deben irse, no p-pueden e-estar a-aquí – exclamó el ucraniano, buscando rápido la manera de sacar a ambos menores de su cuarto.

Era demasiado para él, amaba a su hermano pero no por ello iba a dejar que estuviera allí el clon miniatura de Alemania y Canadá.

– Pedo quedemos está contigo, ¿veda Fitzy? – Reiviet dejó de saltar y miró a su sobrinito, quien miró con sus grandes ojos azules al rubio y asintió, Ucrania no iba a negar que ese niño era adorable, maldición, ese niño desde siempre había parecido de esos bebés perfectos que uno ve en redes sociales y que uno fantasea con que así de lindos serán sus hijos, pero era su peor pesadilla para desgracia de todos.

– ¿Podemos quedanos?, po favo... – Fritz juntó sus manitas como si estuviera rezando y miró al bicolor con ternura.

– N-no, deben irse – respondió Ucrania temblando, su voz era aguda por el pánico.

– Pedo...

– Pero nada, Rei, deben salir, ahora – el mayor señalo la puerta, esperando a que ambos niños se fueran, pero no se movieron en absoluto, así que hizo lo que su desesperación le dictó.

Tomó a cada niño bajo un brazo y salió casi corriendo de su cuarto; ambos menores estaban sorprendidos, nunca los habían cargado así; el bicolor bajo rápidamente las escaleras y entró a la sala, donde dejó ambos menores en el suelo y miró a su padre.

– N-no l-los q-quiero e-en mi cu-cuarto – exigió temblando, viendo como de reojo Canadá tomaba a su hijo en brazos, al parecer el pequeño había comenzado a llorar en silencio.

– ¿Y a ti que te pasa?, ¿cómo te atreves a tomar así a mi hijo? – reclamó Alemania enojado y levantándose del sofá, pero Ucrania no lo miró.

– N-no q-quiero q-que su-suban – volvió a mencionar el rubio, sin dejar de mirar a su padre, quien había hecho una seña a Reiviet para que se acercara y pudiera tomarlo, mientras Reich miraba a su hijo y le decía que no con la cabeza, sabía que iba a comenzar a reclamar.

Broken|| Country Humans UcraniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora