|6| La rosa azul

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No me soltó hasta que pude llegar a la cama. Me senté en la orilla. Y miré a Satoru, él se sentó en el suelo, frente a mí. Sus ojos no dejaron de verme, y tampoco quise apartar la mirada. Pero tuve qué, cuando me tomó el tobillo y lo examinó con sumo cuidado.

—Lo siento. —se disculpó.

—Fue mi culpa. Yo resbalé. —miré en otra dirección, pensando en por qué lo dije.

—Fue culpa mía porque resbalaste con el agua que yo dejé gotear de mi ropa.

—Porque yo guié tu curiosidad a seguirme y así viniste a la casa del vecino, así que fue mi culpa.

—Y yo..

—Bueno, ya. —paré.

Cogí un trapo y sequé el suelo, para poder ir al armario. Saqué una toalla.

—No puedes estar con la ropa mojada.

—Solo está un poco húmeda.

—Igual. —Sinceramente sí me preocupaba. Pero no lo voy a admitir—. Seguirás mojando el suelo.

—Bueno. —cedió. Y se quitó la camiseta.

Me giré rápido, para darle privacidad.

—¿Blue? —Ieiri tocó la puerta.

Y volví a voltear, y me dije mentalmente, «la puerta, no él, ve a la puerta, no lo mires a él». Caminé hacia la puerta como un robot, y la abrí.

—Acabo de hablar con el joven de al lado. ¿Tu tobillo está bien? —Ella entró y tuve que retroceder.

—No es nada. Él ya me colocó hielo. No me duele. —moví mi pie para que lo viera, y en mis adentros maldije por el inmenso dolor.

Los ojos de Ieiri fueron de mí, a mis espaldas.

—Moviste el ropero. —musitó.

—Perdón por no avisarte.

—No, está bien. —suavizó su rostro—. Pero, ¿por qué?

—Hace mucho calor. —confesé.

Y Satoru apareció detrás de ella, sin su camiseta.

—¿Calor? —repitió Ieiri, quizá por lo friolenta que me vio los primeros días.

—Sí, mucho calor. —pasé saliva, volviendo a verla.

—Ya veo.

Miré de nuevo a Satoru, quien ahora estiraba sus brazos hacia arriba, con flojera. Bostezó. Bajé la mirada hacia su torso descubierto, estaba aún mojado. Se veía brillante a pesar de ser de noche. La piel es pálida, y quisiera saber si igual de suave que su mejilla. Cuando alcé los ojos hacia los suyos, éstos me atraparon en el acto.

—Blue.

—Yo no veía nada. —dije rápido.

—¿Estás bien? —me preguntó Ieiri.

—Solo tengo sueño. —me senté en la cama—. Me daré una ducha y me acostaré.

—De acuerdo. Avísame cualquier cosa de tu tobillo. —dijo y asentí—. Que descanses. —Ieiri salió de mi habitación. Cuando cerró la puerta solté un largo suspiro.

¿Qué fue eso?

Siento algún tipo de adrenalina en mi cuerpo.

—Ya puedes quitarte la ropa. —murmuré, dándole la espalda.

Satoru no habló, pero sabía que me había hecho caso. Oí su ropa caer al suelo. Su dulce aroma se impregnó en toda mi habitación.

—¿Ya? –pregunté.

Lo azul de sus ojos || Satoru Gojo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora