Portadora de la calamidad

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Nicole estaba de rodillas en el suelo, incapaz de apartar la mirada de Link, quien no perdió un segundo para acercarse hasta ella y comprobar su estado. Con delicadeza le pasó por encima de los hombros su chaqueta para que pudiera cubrirse; las Twinrova habían rasgado su camisa.

-¿Te encuentras bien? – le preguntó Link preocupado, arrodillado frente a ella.

Seguía sin ser capaz de apartar sus ojos de él. Su respiración estaba alterada y su cuerpo no dejaba de temblar.

-Él es el portador de la Trifuerza del Valor. Él es el elegido. – las palabras se repetían en su cabeza – Él es quién me selló. – añadió – Él debe morir. Tengo que matarlo.

Sus manos comenzaron a moverse sin que pudiera detenerlas, buscando la empuñadura de la espada que tenía tirada a su lado. El iris de los ojos de Nicole comenzó a brillar con un temeroso color carmesí. Link dudó unos instantes. Los pelos de la nuca se le erizaron y comenzó a sentir una presencia tenebrosa emanando de ella, sus sentidos le gritaban que se alejara, pero su mente le decía lo contrario. No podía permitirse dejarla sola hasta no asegurarse de que se encontraba bien.

-¡Nicole! – intervino la princesa Zelda, interponiéndose entre ambos y abrazando a su querida amiga, agarrando la mano derecha que ya portaba la espada – Menos mal que estás bien.

Fue gracias a la intervención de la princesa que los ojos de Nicole volvieron a su ser, haciendo que aquella horrible presencia desapareciera del corazón de Link. Fuera lo que fuese lo que acababa de ocurrir, había terminado y eso era lo único que le importaba.

Los soldados comenzaron a entrar en la catedral, socorriendo a los civiles y ayudando a todo aquel que estuviera herido. Contarles lo que había ocurrido fue más complicado de lo que pensó originalmente. Admitir que había despertado el poder de la Trifuerza en su interior era un tema más delicado de lo que pensaba. Al comienzo lo miraban con escepticismo, tomándolo por loco, pero cuando les enseñó el dorso de su mano para que lo vieran por ellos mismos, no tuvieron más remedio que creer en su palabra.

Un par de días más tarde, cuando se había convencido de que sus acciones no tendrían ningún tipo de consecuencia, Link fue llamado ante la presencia del rey. A pesar del mucho tiempo que había pasado en el palacio, ir para hablar con el monarca lo ponía nervioso, sobre todo teniendo en cuenta los sucesos acontecidos. Comprendía a la perfección la importancia que la corona y el reino le daba a la Trifuerza y temía más que nada que le dieran un trato especial.

Había hablado de ello con Raven y su hermano lo había hecho sentirse algo más tranquilo, aunque no demasiado.

-Solo es una formalidad. – le explicó – Lo único que quiere es felicitarte y darte las gracias por lo que hiciste. Te colmará de elogios y de algún regalo, pero no más que eso. Debería preocuparte más el cómo te tratará el resto. – le advirtió – Algunos te admirarán y otros te envidiarán, es algo con lo que tienes que aprender a lidiar.

Eso último hizo que la tranquilidad que sintió al principio se esfumara. Solo esperaba que el rey no fuera demasiado lejos con sus felicitaciones y obsequios.

En aquella ocasión, la reunión tuvo lugar en el salón del trono, ante la presencia de los nobles y caballeros más importantes del reino. Era una estancia amplia, adornada con amplias columnas que delimitaban el pasillo central y el espacio en el que los presentes observaban atentamente las acciones del rey. El Gobernante y la princesa, sentada a su lado, quedaban situados sobre una zona escalonada que los hacía estar a una altura mayor que el resto, reafirmando su posición social.

Las grandes puertas del salón se abrieron, dando paso a un indeciso Link. Entre la muchedumbre pudo ver a su padre y a sus hermanos, también estaba Hann, junto a una mujer y un hombre joven que le recordaba enormemente a Nicole. Sus pensamientos se detuvieron por un momento, ¿dónde estaba Nicole?

The legend of Zelda: La princesa del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora