22 de agosto de 1868: Mansión Ednes.

20 6 0
                                    

22 de agosto de 1868: Mansión Ednes.


Klaus Ednes bajó del carruaje una vez que el cochero hubo anunciado la llegada al destino. Su firme brazo ayudó a Donna y Danno a bajar, les pidió que mantuvieran su apariencia humana para que pudiesen integrarse a los nuevos chicos. Fue Danno quien protestó y fue Donna quien le dio un ligero abrazo y le dijo lo mucho que la amaría si obedecía al amigo de Joy.

Así que, sin rechistar, los tres chicos, el de la cicatriz en el rostro y las dos chicas que de vez en cuando tenían cuatro patas, se detuvieron frente a una gran verja de hierro.

Klaus rebuscó entre su pesado abrigo y fue Donna quien preguntó:

—¿Qué es eso? —cuando Klaus ubo sacado un pequeño dije de cuatro ges entrelazadas del bolsillo.

Klaus la miró un momento y se encogió de hombros.

—Una llave.

Donna sonrió.

—¿Por qué tienes llaves de esta casa?
Danno soltó un bufido.

—Es obvio. Es su casa.

Donna sonrió con entusiasmo y dio un brinquito de felicidad. Klaus sonrió un poco.

—Klaus tiene una casa. No puedo creerlo.

—Klaus es un Ednes, Donna.

—¿Qué es un Ednes? —preguntó ella a su hermana.

Klaus interrumpió a Danno antes de que respondiera.

—Una familia muy poderosa. Esta es la mansión Ednes, es de mi familia, no es mía, Danno. Pero puedo usarla cuando quiera. Unos viejos amigos viven aquí, se los presentaré.

La verja soltó un chasquido resquebrajado cuando Klaus la empujó y entró, liberando las cuatro ges de la cerradura y guardando la llave de nuevo en su abrigo.

—¿Klaus? —fue de nuevo Donna quien habló. Llevaba ahora un delgado vestido celeste que contrastaba con sus rizos plateados.

—¿Sí?

—¿Quiénes son tus amigos? —preguntó ella. Era unos centímetros más pequeña que él.

Klaus nunca lo había preguntado, pero estaba seguro de que las gemelas no tendrían más de dieciséis años. Aun así, si veía con la suficiente atención sus ojos, descubriría dentro de ellos la crueldad que habitaba en ellas.

—Los conocerás pronto.

Los tres jóvenes llegaron a la puerta de entrada: una monstruosidad de madera con rosas talladas en la superficie pulida. Klaus alzó el puño recubierto de viejas cicatrices y lo estrelló. Anunciando su llegada.

Donna sonrió y Danno miró a su alrededor , esperando que no hubiese nadie. Siempre se mantenía alerta, por si tenía que desenvainar su daga y despedazar a alguien en segundos.

La puerta se abrió y una chica apareció en el umbral. Llevaba los pantalones abombados de lana y una camisa desabotonada. Sus rizos negros eran cortos, como los de un chico, y sus verdes ojos eran como los de un gato. Llevaba diversos anillos en los dedos, fue Danno quien descubrió todo ello.

—Cruell…por Lucifer, hace tanto que no te veo.

Cruell sonrió y se abalanzó contra Klaus, abrazándolo.

Donna daba brinquitos de felicidad y Danno se mostraba un tanto incómoda.

—Klaus, ¿Qué haces por acá? Creí que no regresarías en un buen tiempo.

—Te lo diré en el comedor, junto a los otros.

Cruell asintió lentamente y entonces sus verdes ojos cansados encontraron la mirada penetrante de Danno, quien se mantenía erguida y sin expresión alguna.

TRES ERRANTES © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora