13 de octubre de 1740: una vieja historia de amor...

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13 de octubre de 1740: una vieja historia de amor algo parecida al fin de los tiempos.


El rumor de la puerta abriéndose hizo que Dem se helara de terror. Sus ojos rojizos e hinchados viajaron por toda la habitación cubierta de oscuridad hasta que encontró al extraño chico de rizos escarlatas y ojos celestes peculiarmente conocidos.

Fliends apretó la mandíbula y tironeó inútilmente de sus manos sujetas a la cama con cadenas de hierro. El chico entró y cerró la puerta a su espalda. Llevaba una sonrisa tenebrosa en el rostro. Y algo más. Algo que hizo el corazón de Demetrie un manojo de golpeteos insensatos: una daga y una copa.

—Fliends—susurró el muchacho, dejándose caer con elegancia junto a él. Dem estaba acostado en la cama de hierro, cualquier movimiento que hiciera era inútil, pues estaba completamente encadenado. Parecía que el joven esperaba una respuesta, pero de los labios de Demetrie no salió ni un soplido, por lo que el chico pelirrojo de hasta ahora nombre desconocido sonrió. Una sonrisa cargada de todo menos amistad. —¿Entonces no hablarás?

Dem lo miró un momento. En sus ojos había algo que no entendía del todo. Esas cuencas celestes…sentía que la profundidad lo engulliría en las tinieblas del infierno. Dem contuvo el aliento. Entonces, el muchacho rebuscó entre su abrigo y Dem se impacientó. Estaba débil y vulnerable. Cualquier acto que el chico propiciara en su contra significaría la muerte.

Pero lo que extrajo de su abrigo no fue otra cosa más que una llave de hierro. La llave que residía dentro de los más oscuros sueños de Demetrie Fliends.

La miró y sus ojos ardieron de terror y vergüenza y venganza y todo cuanto sentimiento pudiese sentir un demonio como él.

—¿Qué tal si me hablas de ella?

Demetrie frunció la frente y lo miró con la comprensión de un cachorro que no entiende por qué lo golpean.

—¿Ella? —cuando la palabra brotó de sus labios algo se agrietó dentro de él. Hacia días enteros que ningún sonido humano salía de entre su boca. El chico, al escuchar, sonrió. Una sonrisa que en otras circunstancias incluso hubiese parecido atractiva.

Sus dientes delanteros eran separados por un abismo pequeñísimo.

Le regalaba la elegancia de la imperfección.

—Bridget Jones—respondió el joven. Los largos rizos escarlatas se rizaban tras sus orejas y sobre sus ojos recubiertos en pestañas que brillaban contra la luz solar. Luz que entraba con angustia y rebeldía por un agujero en el techo.

—No la conozco. —mintió Dem, con el verdadero terror carcomiendo sus entrañas. ¿Por qué le hablaba sobre Bridget? ¿Qué quería de ella?

De pronto, el miedo de que tuviesen a Bridget en una habitación cerca de él regresó, aturdiéndolo por completo y lanzándolo a ese abismo del que le costaba salir.

Todo cuanto había hecho…

Si tenían a Bridget, entonces, todo cuanto había hecho no habría valido la pena.

En lo absoluto.

—No mientas. —respondió el chico. Sus rizos se agitaron con la brisa del viento que de vez en cuando dejaba en el completo abandono a Demetrie Fliends. —Sé que ella es tu amante.
Demetrie apretó la mandíbula. Y sus ojos se rompieron.

—No diré nada de ella.

—Entonces, te pondré las cosas claras, Fliends. Sino hablas, Bridget tampoco lo hará. Yo mismo me encargaré de ello.

Demetrie sintió el corazón emprender una carrera dentro del pecho que lo mantenía con vida.

—¿De qué hablas? ¿Bridget está aquí? —preguntó Dem, los ojos ardiendo y en pedazos.

TRES ERRANTES © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora