22 de agosto de 1868: Las aguas de un lago intranquilo.

5 3 0
                                    

22 de agosto de 1868: Las aguas de un lago intranquilo.


—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —preguntaba Brid una y otra vez. Los brazos de Joyland la sujetaban contra la pared. Cuando había cerrado la puerta de golpe, la chica de rizos color sangre había explotado.

Era común que Bridget Jones explotara con una descomunal facilidad, lo difícil era tranquilizarla. Pero Joyland llevaba conociéndola exactamente toda la vida como para saber qué mierda hacer en esos casos.

Y aun así, le era difícil.

—Tranquila. Por Lucifer, tranquila. —sus dedos estaban enredados entre sus cabellos, jalándola con delicadeza mientras ella se removía como si le quemara. Como si le doliera.

—¡Estamos en el maldito infierno! ¡¿Por qué mierda estamos en el maldito infierno?!

Joyland la miró un momento, como si quisiera contestar aquella pregunta. Pero no tenía la respuesta. No lo entendía. No lo comprendía. Sintió su respiración agitarse cuando se percató que, en esencia, estaba en la misma situación desconocida que Jones, y aun así la situación recaía en sus hombros ansiosos.

Joy contuvo el aliento y sus negros ojos comenzaron a arderle con el calor del infierno que residía dentro de él.

¿Cómo le explicaría a la joven que estaba frente a él, llorando como desquiciada, que estaban jodidamente muertos? ¿Cómo le diría con la calma de alguien paciente que lograrían salir de ahí?

¿Cómo le diría, sin dudar, que la amaba tanto que hasta la idea de estar en el infierno con ella le llenaba las venas de algo muy parecido a la felicidad?

¿Cómo haría para esquivar el puño firme de Jones cuando recitara dichas palabras?

—Corriste. Maldita sea, Jones. —Joy la sujetó por los hombros. Era unos centímetros más alto, por lo que la chica tenía que alzar el rostro. Rostro cuyos pómulos estaban anegados en lagrimas cristalinas y rojizos por la rozadura del aliento de un amante perdido en el tiempo. —Hiciste lo que quisiste, como haces siempre. Nos llevaste a la muerte. Tú.

Brid abrió los ojos de golpe y entonces Joy se arrepintió de abrir la boca, pero ya era demasiado tarde, como siempre.

—¿Demetrie también está muerto?

Se sintió culpable de sentirse celoso. Pero cuando el nombre de Demetrie salió de los temblorosos labios de la chica, de su chica, sintió un nudo en el corazón. Como si la mano invisible del destino lo jaloneara desde dentro hasta un punto muerto. Un abismo al que recurría cuando Bridget se apoderaba de sus sentimientos.

Lo cierto era que no se lo había preguntado. Lo cierto era que ni siquiera se había planteado dicha posibilidad, y se sintió asqueado. Asqueado por no tener la suficiente cabeza de preocuparse por alguien más que no fuese Brid.

—No lo sé. Soy un imbécil. —Joy se apartó de ella y bajó las escaleras hacia la oscuridad acostumbrada de su recoveco alejado del mundo. Brid, insegura, lo siguió.

—¿Por qué dices eso?

Joy no la miró. Estaba recargado en su escritorio de piedra vieja. Ambas manos posadas con fuerza, provocando que sus músculos se tensaran. Sus mechones negros acariciaban sus mejillas y Brid solo veía su cuerpo contorneado por la luz tenue de las antorchas.

—No debí. Y ahora está perdida.

Bridget no lo comprendió, pero Joyland se mostraba terriblemente arrepentido. Era la primera vez en toda la vida en la que Bridget escuchaba a Joy decir semejante afirmación sobre sí mismo.

TRES ERRANTES © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora