Cap 3. Son muchas despedidas.

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Los dos meses pasaron. Como era de esperar la mayoría de los lobos encontraron a sus parejas antes del primer mes. Julio tuvo la suerte de que su pareja fuera de una manada vecina y se conocieran desde pequeños.  

Su mejor amigo, el segundo más fuerte de la manda, ahora era su beta.  

"Predecible" 

Se alivió de que todo estaba en orden y el momento de partir, había llegado. 

— Nos vemos niño. — Tomó su enorme mochila y se la puso sobre la espalda. Se cubrió del frío con la capucha de su suéter.

— ~E- enora~ — le rompía el corazón verla irse —Yo…— Su voz tembló. —perdón. No pude convencerlos. — sus ojos se cristalizaron. 

— No tenías por qué hacerlo Julio.— puso su mano sobre el hombro del chico, tratando de transmitirle tranquilidad. 

— Yo… — Su voz se quebró. —de verdad espero que, te vaya bien.

— Así será. — le sonrió con tristeza. 

Alumno y maestra se abrazaron. 

Era inevitable que el joven lobo se echara a llorar, la mujer que lo había criado y amado estaba obligada a irse.

Indiferentes a su tristeza y discreción, la gente empezó a agruparse tras la espalda del alfa.

Sintiendo que Julio apretaba el abrazo para no soltarla, como cuando era un cachorro asustado, decidió ser ella la que empezó a separarse de su hijo adoptivo. 

<"Estoy tan acostumbrada a esto">

Vió que a espaldas de Julio se encontraban las miradas severas de muchas personas, entre ellas, la Luna de la manada. Detrás de ella, protegidos, casi toda la manada, esperaba que Enora se fuera. 

— Hasta luego. — Apretó las manos de Julio y dirigió un beso a la frente del joven. 

— Adiós. — tenía la esperanza de volverla a ver, algún día.

La miró irse sin mirar atrás.

Enora caminó por unos kilómetros en dirección al territorio de los humanos. 

<Ya va siendo hora>

Levantó su bufanda y tapó la parte inferior de su rostro. 

Al anochecer llegó a la gran urbe. Ahí los rascacielos se veían más altos al pasar junto a ellos. Edificios con una exquisita arquitectura se extendían por la ciudad. Las calles pavimentadas y cuidadas eran tan anchas como lo era un edificio. El centro de la ciudad —de noche— relucía por su perfección. 

Le hubiera gustado quedarse ahí más tiempo, pero las horas se iban rápidamente. Tras caminar otro rato, fue a parar a la otra punta de la ciudad, a una zona de mala muerte llena de sucios callejones. 

Esperaba encontrar a alguien, a un joven, un niño para ella.  

En soledad ella caminó sobre la acera rota. En los barrios pobres y sobre explotados de la ciudad la noche era como un descanso para todo trabajador que esperaba tomar alcohol hasta perder el conocimiento. 

Las prostitutas baratas abundaban en las esquinas. Algunos jóvenes caminaban con cautela esquivando a su contraparte que, armados con navajas, buscaban problemas con una mirada perversa.
 
Entre esas calles laberínticas que rebosaban de pobreza, y no eran más anchas que dos personas de hombro a hombro, se encontró con un hombre en pie, custodiando la entrada a un edificio; aparentemente vacío. 

Las prostitutas que estaban cerca de la entrada miraron con la boca abierta a la mujer que se plantó frente al guardia. 

— vengo a ver a tu jefe. Dile que el "Demonio de las cuevas" quiere verlo. 

Ella, La Que ViajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora