Cap 4. Vaga feliz por la vida.

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— tu llegada, es como mi muerte ¿Verdad? — Su voz era rasposa, carente de la potencia que alguna vez tuvo en su juventud, suavizada por la edad, se volvió dulce al pronunciar. 

— Con el tiempo he aprendido que, a veces, los seres humanos soportan más de lo que deberían. Tal vez mueras mañana o en diez años, pero dejarás este mundo en su momento. —

— Me alegra dejar este mundo, sobre todo por que  que estarás aquí un tiempo, acompañándome. 

— Estaré en la mansión. Si necesitas algo… — ofreció.

— Tu presencia aquí basta y sobra, madresita mía. — El anciano tosió sobre las sábanas y su madre apretó ligeramente los labios. 

— Mi niño —  suspiró. Casi siempre cuando regresaba a ver a sus hijos, con los que ella compartía su sangre, los jóvenes o ancianos que fueran en ese momento, morían  al mes de su llegada. 

— Has vivido una larga existencia. 

— Y estoy preparado para morir, feliz, ahora que te he visto. 

Enora no dijo nada con respecto a eso. Se quedó inerte, sentada en la orilla de la cama. Se vió obligada a liberar la tensión de su mandíbula para hablar. 

— ¿y mis nietos?¿tus nietos? — Se recostó junto a él. Ambos miraban la pantalla del televisor apagada. Tranquilos.

— Mis hijos están en el extranjero, mis nietos también así que…

— Han dejado el nido. — 

— Sí. 

— ¿Y ella? 

— Está del otro lado de la ciudad. — Suspiró con tristeza. Como cualquier otro acto de respiración, no se notó que lo hacía, le costaba hablar y por ello no se reveló su tristeza. —En un asilo. 

— Iré a visitarla. — No necesitaba ni mirarlo para percibir esa ligera ola de sentimientos que se arremolinaban en el pecho del anciano. —Me harías un gran favor si me mandas la dirección. 

— Claro. le diré a Varis. Sólo que…— Su pecho subió y bajó. Tomó aire. —Ella… está… si la ves, mandale mis saludos.

— Así haré.— Le dio un beso en la mejilla y se levantó de la cama. 

— me voy a la mansión. Ya le di mi número a Varis, si requieres algo…— Le arrimó el control de la televisión. 

— la soledad únicamente. 

— Entonces nos vemos, ilius — Soltó su mano y se fue de la habitación. 

ilius escuchó sus pasos sisear por el piso.  Sus recuerdos dulces y aterradores que había tenido durante su niñez fueron traídos por el sonido reptante de ese andar femenino. Su madre había vuelto, sus pasos de nuevo se escuchaban por la casa, como el reptar de una serpiente. 

Las noches pasaban en la cima de un castillo. Enorme, cálido y bien adaptado a la actualidad, se erguía sobre la montaña con las ventanas y puertas mirando a la luna que apenas aparecía. 

Ella escuchó sus pasos acercándose sobre el mármol. 

— Ya está todo listo, señora. — se apartó del barandal. 

— Gracias. —

Detrás de Enora, en posición de firmes estaba un hombre vestido de traje, a su lado estaba la jefa de sirvientes. Notó que la mujer se había movido con más cautela, como si sintiera temor. 

— ¿Gusta cenar? — Habló con sus manos frente a ella, nerviosa.

— ¿Un paseo tal vez? — se apresuró a sugerir la voz masculina. El hombre cruzó sus manos frente suyo, imitando el nerviosismo de su compañera. 

Ella, La Que ViajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora