Cap 1. ¡No podemos dejar que viva!

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Los seres sobrenaturales estaban casi borrados de la realidad humana. Hacía más de dos mil años que estaban desapareciendo junto con los dioses que les habían dado forma y vida. Dentro de unos siglos pasarían a ser historias para maravillar a los niños, y leyendas; para asustar a los adultos.

Hombres lobo, licantropos, vampiros, quimeras, elfos, duendes, árboles gigantes, montañas caminantes, ríos mágicos, vientos susurrantes, reinos acuáticos, ghouls, nahuales, brujas, chamanes; la mayoría de estos seres encontraban muriendo en soledad y amargura. La extinción y supresión de estas especies y lugares mágicos habían sido provocadas por el ahora espécimen dominante del planeta, los seres humanos. A tal punto llegó esto que las especies orgullosas y poderosas que se creían superiores a la humanidad, se vieron forzados a apretar la mandíbula, bajar la mirada y postrarse ante los nuevos dueños del mundo. Todo por culpa de una chiquilla. Era imperativo asesinarla a toda costa.

Sus músculos se tensaron al gritar. Las venas de su garganta rodearon su cuello en columnas gruesas.

- ¡MATENLA! ¡SE ESCAPA!- el enorme hombre de dos metros escupía las órdenes con ira y asco naciendo de su pecho.

- QUIEN LOGRE DESCUARTIZAR A ESA ABERRACIÓN ¡SERÁ EL NUEVO ALFA DE LA MANADA! - la desesperación habló por él, mientras corría sobre las dunas al atardecer.

Bajo el cielo naranja de Egipto, pasaron dos noches sin descansar. Ni la joven ni los cazadores daban señales de rendirse.

- ¡SE ESCAPA!- rugió

<SOLO, solo, ¡SOLO un poco MÁS!>

El mar, la libertad, la vida se veía en la costa, ella solo tenía que seguir corriendo.

-¡No dejen que toque el agua!

Una serpiente gigante de arena custodiaba la orilla. Parecía sonreírle a la joven.
Estaba rodeada, pero no era el fin. Giró noventa grados y se topó con un vampiro que trató de decapitarla con su espada.

Para cuando la joven corría a las montañas los vampiros vieron a su compañero agonizar sobre la arena, con la mandíbula desecha.

Otras seis horas pasaron, la oscuridad observaba desde las orillas. Los que alcanzaban a la chica morían casi al instante en que la atacaban.

Los gigantes desnudos le habían tirado proyectiles mientras pasaba por las montañas rocosas, que también, como espíritus conscientes de quién era ella, trataban de limitar su paso enviandole avalanchas y temblores que la obligaban a perder tiempo y energía.

Tardo en darse cuenta de que una lluvia de flechas iba por ella. Sorprendentemente todas dieron en el blanco, pero ninguna logró lacerar su piel.

Continuó corriendo, el sudor bajaba por su frente. Y al fin, divisó el acantilado que llevaba al mar.

<¡NO VOY A MORIR AQUÍ!>

Se secó el sudor.

<¡Casi!>

Sonrió mostrando todos dientes y abriendo sus ojos hasta donde pudo como una loca.

Era el ahora o nunca para todos.

La Luna llena apareció. Con su luz trató de limitar a sus hijos para que no le hicieran daño.

Con la luna en su contra, los licántropos se transformaron con dificultad, los hombres lobo también y los vampiros parecían tener más fuerza que antes.

A segundos de llegar al final del camino las quimeras bajaron en picada tratando de detener a su presa, sin embargo la embestida les resultó fatal, varias de ellas terminaron estrellándose, sin alas y con la cabeza colgando del cuello.

Los gigantes desesperados, le lanzaron rocas colosales y hasta sus propias armas.
Ninguna dió en el blanco.

Ella había gastado casi toda su energía defendiéndose.

Los vampiros jadeaban.

Las dos razas de lobos corrían a cuatro patas sin poder alcanzarla.

Mientras estos 3 ejércitos la perseguían; al costado y alumbrando el campo de persecución, el sol y la luna eclipsaban.

Ella tocó la orilla rocosa del acantilado y con su pie se empujó hacía abajo. La última quimera, la más vieja de todas se empino con toda la velocidad que podía.

El sol y la luna no dejarían que ella muriera, claro que no.

Con el sol brillando a espaldas de la luna, decidió resplandecer con toda su ferocidad. La luna reflejó sus rayos proyectandolos únicamente a la quimera que estaba a una garra, de matar a su hija.

La bestia voladora empezó a quemarse y el dolor hizo que flaqueara por un momento, pero no cedió.

Faltaban quince metros para llegar al agua. Sus alas empezaron a arder en llamas y por fin creyó que todo había valido la pena.

La luz había llegado a ella y le quemó los ojos. Perdió de vista su objetivo que aprovechó sus garras para impulsarse al agua.

Ya era tarde.

La joven se encontraba en un nuevo mundo.

En el nuevo mundo.


   Un cuadro que yace en el interior de                    una mansión

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Un cuadro que yace en el interior de
una mansión.

Nota: la imagen no es mía, créditos a
quién corresponda.

Ella, La Que ViajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora