Era extraño.
La muerte llega a formar parte del llamado ciclo de la vida, la parte final y crucial para todo ser vivo que existiera. La muerte es lo único que todos tenemos asegurados en la vida, dos caras de la misma moneda y, sin embargo, dos cosas tan distintas y preciosas. Uno llega a pensar que ya muerto dejarías de temer eso, que olvidarías todo aquello que el miedo a morir te causaba, pero aquí estamos, temiendo un oscuro y espantoso vacío en el cual un nuevo grito de agonía se suma a los ya incesantes gritos que existían anteriormente.
En mi mente no podía dejar de pensar en el hecho de que me quedé solo a un metro, solo uno, de traerlo de vuelta. La verdad no sabía si enserio estaba muerto o si solo era parte de su visible mentalidad desequilibrada y rota, aunque, haya sido lo que haya sido, ya no había manera de revertir el hecho de que se fue.
-Lamento haber caído sobre ti, pero no podía dejar que cayeras también en el sufrimiento del vacío- me dijo Gabriel mientras se levantaba.
Parecía que más personas como nosotros nos vieron, todos estaban perplejos y pálidos por lo que acababan de ver. Una mujer joven se había caído hacia atrás del miedo que le provocó ver la expresión de aquel muchacho. Y mientras los de este lado del mapa estábamos en un shock colectivo, en el otro solo seguía entrando y saliendo gente, tal como si fuera justo lo que es: una miserable puerta.
Volví a mi recamara sin decir nada más de la situación a nadie, pensé en que ver a la persona que supuestamente me ama me haría sentir bien. Fijándome me di cuenta que leía una novela de romance, no sabía si era una lectura de su gusto o solo decidió leerlo por ser uno de los libros que le había prestado aquella amable enfermera.
Durante lo que posiblemente fueron horas por las diferentes personas que pasaban, las páginas del libro y la cada vez más demacrada cara de mi esposa intenté distraerme en adivinar mi nombre con la ayuda de Alicia. Por nuestras predicciones pasaron nombres como Jesús y Ernesto, hasta más comunes como Luis y Juan.
- Creo que tienes nombre de Mario - Dijo la pequeña mientras veía mi rostro.
- Bueno, no es justo, tu si puedes verme - Y es que era cierto, ni siquiera podía verme en reflejos o algo para saber cómo era, así que me limitaba a decir nombre al azar.
- Supongo que Miguel.
- Han, no pareces Miguel - Dijo con tanta seguridad que podía dudar de que no supiera mi nombre.
- Bueno, dejémoslo en Ramiro, como ya habíamos quedado.
- No, es mejor pensar en tu nombre. Iré a jugar ¿Vienes?
La idea no era mala, poder distraerme de todo lo que pasaba y de una desesperación creciente dentro de mí por conocer algo tan básico como mi nombre. Sin embargo y aun con su expresión de desilusión decidí que en esta ocasión me quedaría, con la excusa de que quizá me recuerde algo.
Durante todo ese tiempo repitiéndome los nombres que habíamos dicho en nuestro intento por adivinar, aquella mujer por fin terminó el libro, parecía mencionar algo de una estrella y la pasta era azul, fuera de eso y del género que tocaba no sabía nada más, pero había hecho estragos en la mente de tan bella mujer.
- Sabes, tu padre llamó - Mi interés y emoción subieron hasta el cielo - sigue siendo un idiota y le colgué la llamada.
La segunda afirmación me había dado más dudas que respuestas, creí que quedarme me ayudaría a recordar algo, pero ahora solo quiero que las cosas que dice tengan algún sentido para mi vacía mente.
- ¿Recuerdas aquella vez en el parque? - volvió a hablar con lo que parecía mi cuerpo - los tres estábamos muy felices, jugábamos, reíamos y disfrutábamos todo lo que el día nos llegaba a dar. Ese es el día que más te he visto sonreír y quiero que se repita, amor.
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El lugar de las almas
ParanormalUn hombre despierta en un lugar desconocido sin recordar nada de el mismo solo para darse cuenta que las personas a su al rededor no le prestan atención , el encuentro con una pequeña niña cambia su rumbo tomando una decisión que querrá cumplir, sin...