PRÓLOGO: UNA BODA A LA VISTA

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El sonido de la puerta lo sacó rápidamente de sus lecturas matutinas. Dos golpes secos y rítmicos que decidió ignorar, puesto que ya había iniciado sus oraciones. Gruñó y continúo con la lectura:

Mi lugar no está aquí
Mi reino no está aquí
Sálvame y ven conmigo
Luz eres mi hog...

Los golpes volvieron. Esta vez eran tres, y habían subido en intensidad. Además, iban acompañados de una voz ronca que, de cada tres palabras que profería, dos eran insultos.

—Alma de Grog —decía desde detrás de la puerta—. Por eso no me gusta trabajar con umgis, no tienen sentido del deber.

Volvió a golpear la puerta. Cuatro veces ahora, y tan fuerte que parecía que la tabla iba a ceder sobre los goznes. Lanlott se levantó, urgido por el miedo a que su puerta quedara destrozada. Fuera, el enano, que seguía pataleando e insultando en khazalid, golpeaba la puerta, ya con la paciencia colmada.

—Voy ya, extranjero —le gritó Lanlott con voz ronca, mientras se acercaba a la puerta.

El enano se detuvo un momento y lanzó un sonido que parecía una risa por lo bajo. Luego se hizo el silencio.

Lanlott se apresuró a abrir la puerta justo en el momento en que ésta estallaba en mil pedazos, haciéndose astillas y tablas irregulares, desparramándose por todo el suelo. Detrás de lo que antes era una puerta decente, ahora sólo había un enano de algo menos de metro treinta, limpiándose el polvo y las astillas y sonriendo de oreja a oreja.

—¡Mi puerta! — exclamó Lanlott en algo que podríamos definir de forma indeterminada como un gruñido, un quejido, un llanto, o una amenaza de odio profundo.

El enano miró las tablas destrozadas desparramadas por el suelo y se encogió de hombros, como si fuera algo normal.

Unbak —dijo simplemente.

Lanlott enrojeció de ira casi al instante. Odiaba a los extranjeros y a todos aquéllos que no hubieran tenido la suerte de nacer al amparo de la Luz. Su religión era un camino constante hacia la perfectibilidad; es decir, hacia todo aquéllo que te hacía mejor que los demás, y que, por ende, te hacía digno del mayor de los dones del mundo: el uso de la Luz Sagrada, que podía usarse como arma, como poder curativo, y, desde luego, como filosofía. 

Todos los que nacían fuera de los confines de la Luz eran bárbaros, y los enanos eran los peores de todos ellos. Rompían todo lo que veían con la misma velocidad con la que construían y tallaban cosas que nadie necesitaba, y su respuesta era siempre la misma: "Unbak" una palabra en khazalid que significaba "roto y sin remedio".

Lanlott echó un paso atrás y se dispuso a darle un portazo en la cara al desagradable enano, pero entonces se dio cuenta de que no tenía puerta. Gruñó fuertemente y acercó su cara a la del mediano.

—Si no te vas ahora mismo llamaré a la guardia —amenazó el caballero cargando de una amarga ira todas y cada una de sus palabras—. Soy un noble de la casa Fieflord y puedo asegurarte que tengo al alcance de mi mano la posibilidad de que te encarcelen de por vida. Mi hermana es Capitán del Ejército y estará deseosa de tener noticias mías. ¡Fuera! ¡Ahora!

El enano ni se inmutó. Se mesó la barba tranquilamente y, de repente, miró hacia arriba como si hubiera recordado lo que venía a hacer.

—¡Häphtfder! —gritó triunfal—. ¡Tu hermana me pidió que te dé un mensaje!

Lanlott salió un momento y miró hacia los dos lados de la calle. Vivía en el distrito central del Reino, la zona de los nobles, y, aunque su apellido había perdido el título y las tierras les fueron arrebatadas recientemente, tanto a él como a su hermana se les permitió mantener unas pequeñas casas en el distrito, puesto que, a pesar de todo, no dejaban de ser personas que habían sido educadas como nobles. 

Elegido por la LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora