Quería divertirse con los otros niños, comer tantos postres para ser dulcemente regañado conque sus dientes se pudriran, jugar a las escondidas, ser alguien normal.
Pero, él no era normal. Su madre siempre le decía que debía aspirar a ganarse la corona, por más que hubiera nacido en una cuna dorada, ¿De qué servía si sus argollas y cadenas lo seguían imposibilitando?
Era pecado sonreír.
Era pecado llorar.
Era pecado ser vulnerable.
Le dolían sus piernas, sus brazos, sus muñecas, sus manos. Su espalda de piel suave se volvía áspera con cada golpe que sonaba con estruendo por parte de su progenitora.
Sus ojos tan cálidos y vivaces se volvían tenues con el paso de los días. Odiaba su vida, no quería vivir, ¿Para qué después de tanto sufrimiento? No, no había tiempo para pensar así, su madre le reprenderia.
Cuidado al levantar la cabeza al caminar, tropezarse era malo, cometer cualquier error era premio de castigo.
A veces escuchaba de los soldados cartas hablar muy animadamente y amorosamente de los logros de sus hijos. Estaba celoso, no debía sentir celos porque era el futuro rey, pero lo estaba.
Incluso si hiciera todo perfecto nunca era suficiente, nunca sería suficiente. Quería seguir creyendo la idea que su madre hacia todo por su bienestar, pero no había forma de seguir creyendo eso.
No después de los azotes.
No después de los golpes.
No después de ser encerrado.
No después de ser abandonado.
Su padre lograba calmar un poco a su madre, decirle que era suficiente, que estaba sangrando demasiado... Pero, sólo le obedecía ella unos momentos, cuando él debía salir a cumplir sus deberes y la dejaba sola... Volvía todo, dolor más errático, más fuerte, más terrible.
— ¡Te dije que cerraras la puta boca, hijo inservible! –Dijo enojada su madre, para luego sentir un fuerte golpe en su cabeza y nublarse su visión.
Era pan de cada día.
[• • •]
Lloraba en su cuarto a escondidas, cuando sabía que el mounstro de su madre no le visitaría en todo el resto del día después de mandarlo por octava vez al médico en lo que eran apenas los primeros días de la semana debido a la brutalidad de su "educación".
— Duele, escoce... Ugh... –Dijo entre lágrimas mientras trataba de sobar su piel rojiza y moreteada de los golpes que había recibido en la mañana.
Tak, Tak, Tak.
Sonido de tacones. Ese horrible sonido de tacones.
Empezó a hiperventilar. Sabía que había llorado, de seguro hizo algo mal, tal vez lo iba a encerrar de nuevo en la sala oscura, lo haría chillar hasta que sus rodillas se entumecieran. ¡Ayuda!, ¡Por favor!
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✷ Sin salida || Twisted Wonderland
RomansaBueno, ya estabas acostumbrada a vivir en Twisted Wonderland; después de un largo y tedioso día fuiste a descansar al dormitorio. Fue un confortable sueño, del cuál claramente debías tarde o temprano; esperabas toparte con tu cuarto, pero, era estab...