Arco dos? capitulo I

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Ok, voy a darles esta explicación. Lo haré porque es importante para mí intentar ordenar a través de palabras la lucha interna ante la que me rendí: la continuación de esta historia. Y si, eso fue un spoiler que mata la expectativa que podría provocar mi confesión, pero ¿saben qué? Lo vale. De hecho, sirve para para caracterizarla, ¿a quién? A mi confesión. Que mejor manera de presentar a un “personaje” anticlimático que de forma anticlimática.
Tuve muy claro como quería que terminara esta historia, no desde el principio porque al principio creí que sería un Oneshot (¡já!), pero sí desde hace muchos capítulos. Pero al intentar escribirlo, simplemente no fui capaz, no fui capaz ninguna de esas muchas veces que lo intenté y me frustré y me dije “qué coño, hago esto para mí misma de todas formas, nadie me obliga, ¿Por qué siento que alguien me obliga? ¡Si no dejas de amenazarme con ese cuchillo yo misma te lo arrebataré y me cortaré las venas, lo voy a disfrutar!” entre otras muy sanas conversaciones internas de ese estilo… En fin, mi punto es el siguiente: No, no puedo dejarlo así. Pero tampoco puedo escribirlo como lo tenía previsto.
Entonces que hago, ¡Oh, quien podrá defendernos! Mi amigo, mi mejor amigo: El absurdo. “Si no puedes contra ellos, confúndelos”. Y de eso se trata esta secuela, por llamarle de alguna forma. De confundir todo y a todos, de mezclar cosas inverosímiles y de contar el maldito final que me siento obsesivamente empujada a contar, pero en partes, mucho más chiquitas y digeribles, y en medio de un contexto super absurdo al que estoy segura encontraré maneras cuestionables de justificar.
Equis, por favor disfrútenlo, mis adorables invitados.
Comencemos.

I

No quiero pensar en las razones reales, no me refiero a las excusas que me impulsaron a caminar, si no, ¡a la verdadera línea de acontecimientos que terminó llevándome hasta allí!
—¿Podrías hablar más separado, por favor? —dijo ella con timidez, debo estar poniendo esa cara otra vez... Pareció estarme rogando, pero era difícil de determinar debido a su odiosa lentitud al hablar que hacía sonar a súplica lo que sea que dijera.
—…Fue una petición tonta, lo siento. Lo que quería decir…
Se apresuró en agregar, tras palmearse el rostro a sí misma, aquella joven que respondía al nombre de “Kai’sa”.
—Te entendí —le interrumpí— ¿Sabes dónde puedo encontrar este sitio? —pregunté, señalando el lugar marcado en mi mapa estelar, definitivamente indigno de ojos peligrosos como los suyos, pero que aun así no me impidieron albergar esperanzas casi reales de que esa desconocida fuera capaz de entender mis triangulaciones por alguna extraña razón patriótica— …El cielo aquí está iluminado a cualquier hora, no soy capaz de orientarme correctamente —continué hablando tras el incómodo silencio que se produjo ante su gesto estupefacto. Aquel era de entendimiento universal, a diferencia de la capacidad de ubicarse a través de la triangulación de estrellas. Bah, Diana, como si cualquiera pudiera hacer cosas así solo por haber nacido en Shurima, ¡como pudiste ser tan tonta como para querer creértelo!
—No es necesario que hables así de lento— susurró Kai’sa— Ni tampoco que grites, no soy sorda.
Tomó el papel con delicadeza y se lo acercó un poco más al rostro, como si buscara activar alguna especie de instinto que de repente desbloqueara habilidades ocultas de su cerebro… Esfuerzo que por supuesto habría sido en vano.
—¿Puedo quedármelo un poco más? Juro tener cuidado —suplicó, derrotada.
No le creí. Pero ella a sí misma sí y me aferré a ello. ¡Estaba tan desesperada, la madre me derrita!
No fui capaz de pronunciar las palabras, pero hice un gesto de aprobación y entonces ella se fue con mi mapa… ¡Con mi más valioso tesoro!, ¡una completa desconocida! El aire empezó a serme insuficiente. ¿Tal vez era el clima de Jonia?, no contemplé ese tipo de factores al planificar este viaje… Cosas como las incidencias físicas o atmosféricas, el hecho de que no he tenido fuentes realmente confiables de información respecto al lugar, ¿por qué las cocinas en Jonia eran tan ridículas? Blancas y relucientes como imitaciones burdas de la madre argéntea.
Me senté en una de las horribles sillas altas, a observar a Kai’sa comunicarse en idioma desconocido con un par de personas aún más desconcertantes que el sitio mismo. Solo me interesaba el bienestar de mi mapa, necesitaba asegurarme en todo momento de que se encontrara a salvo en manos de una persona tan poco espiritual como la que acababa de conocer. Una persona en cuyas manos confié mi bien más preciado, lo único importante que me quedaba, aquello que había vuelto a hacer que mi pecho se sintiera físico luego de… Mi muerte.
Me froté los ojos con rabia, no podía llorar, no en una cocina tan horripilante.
El grupo de mujeres seguía conversando junto a mi como si nada, decidí observarlas para distraer mi mente, aquello se había vuelto en mi mayor refugio: Encontrar cosas muy variadas e insustanciales con las que distraerme.
Parecían chicas, en vez de mujeres, pero todo el mundo en Jonia lucía demasiado joven para la actitud que exhibía, por lo que asumí que mi percepción de la edad no sería realmente confiable allí, así que la di por obsoleta. Al igual que otro montón de constructos sociales que Targón me había obligado a dar por sentados.
Ambas eran mucho más bajas de estatura que Kai’sa, y tenían unos cuestionables colores de cabello. Sí, me ofendieron, a pesar de que el mío había pasado de ser de un negro tan oscuro como el momento exacto antes del amanecer al blanco reluciente de la luna llena, seguían siendo reflejos de mi ser, partes de un mismo ciclo. ¿Qué clase de reflejo podría ofrecer de uno mismo el tener un cabello esponjoso y rosado como si de un ramillete de vísceras se tratase? Me estremecí de tan solo pensarlo. Aquella mujer probablemente escondiese mucha más hostilidad de la que sus expresiones ligeras y tono de voz infantil buscasen reflejar. Las personas así eran las más peligrosas.
Por su parte, la otra chica, reflejaba una clara dualidad entre su luz y oscuridad a través de llevar un cabello negro y amarillo, repartido caprichosamente. Una analogía predecible, digna de alguien más frontal que imaginativo, pero estuve francamente a favor. Me agradó ella como persona en cuanto lo consideré, a pesar de tener un lenguaje corporal tan agresivo, como si siempre llevara un escudo desenfundado, que, en vez de usar para resistir golpes imaginarios, fuese un azadón con el que se pudiesen desenterrar raíces. Sentí pena por no poder entender lo que hablaban.
Tomé algo más del brebaje que Kai’sa me había ofrecido. Estaba frío, le di demasiadas vueltas y esperé, es como si ahora le tuviera fobia a beber té. Sobre todo, si estaba caliente.
Sostuve el aliento e hice mi mayor esfuerzo por enfrentarme a esa sensación, insistía siempre en hacer ese esfuerzo, beber té no era algo a lo que estaba dispuesta a renunciar tan fácilmente. Era de hecho lo único que me había salvado de tener que comer más de una vez por día, o por par de días… Entonces lo tragué, de golpe, como si mi vida dependiera de ello. Y el maldito pulgar de mi otra mano se escapó de mis órdenes otra vez, acariciando de arriba hacia abajo la grotesca cicatriz que había quedado en mi pecho, aquella que empezaba en medio de mis clavículas y terminaba en el plexo.
Esa que no me permitiría olvidar, ni en mis más hermosos sueños, que yo ya había muerto.

Un ruido metálico me despertó, era el ruido que hicieron unas llaves chocando contra el mesón reluciente, tan chillón que me transportó durante un instante a los campos de entrenamiento solari. ¿Todo en Jonia era así de exagerado? La casa donde me encontraba tenía techos muy altos, los espacios abiertos como si las paredes nunca hubieran sido una opción viable, y el color… Todo era tan blanco que mis pupilas no eran capaces de relajarse, mis nervios estaban sobre estimulados por lo que sería perfectamente viable que mi cuerpo empezara a recitar plegarias por pura costumbre, en medio de aquella ¿cocina?, ¿salón? “Casa”, ¿un lugar de nombre indeterminado que era de hecho mucho más similar a un templo que a la chabola donde viví durante años?
La mujer, que era alta y… Es decir, ¡no creo que tenga nada de malo reconocer la belleza ajena!, es especialmente sano para la autoestima ser capaz de… Aff, no importa Diana, tienes que mirarla a la cara, al rostro, a los ojos… Amarillos.
—Discúlpala, no era su intención despertarte. —Aclaró Kai’sa de inmediato, como si se hubiera materializado de la nada, ¿o es que siempre estuvo allí? ¿Cuánto tiempo estuve dormida?
Observé la expresión en el rostro de esa… Mujer. Había mucho desconcierto y curiosidad, así que probablemente tampoco compartamos idioma. Kai’sa la apartó y habló con ella en voz más baja, sé que hablaban de mí, porque la mujer no dejaba de mirarme, costumbres como esconderse tontamente para hablar de alguien parecían ser imposibles de evadir al menos de forma inconsciente, porque yo estuve segura de haberle dejado en claro a Kai’sa que los únicos dos idiomas que yo conocía eran el shurimano y el shurimano muy antiguo… Aunque no me era del todo ajeno el shurimano moderno. A pesar de resultarme irritante por ser demasiado lento.
Busqué con la mirada a las chicas de antes, en un intento desesperado por salir del magnetismo de esa mirada amarilla y depredadora. La cabeza me daba vueltas así que dejé salir el aire que no me había dado cuenta que había empezado a contener y me sostuve con fuerza de esa fea silla. Las chicas de antes conversaban amistosas sentadas en un sofá, pero no estaban solas, había una rubia con ellas y, lo que voy a decir a continuación es muy serio, ¡tenía orejas de animal, cola de animal! Abrí los ojos lo máximo que me era posible, ¿acaso el mundo se había vuelto loco?, ¿así es como se sentía estar muerta?
Mi mano no dominante corrió a esconderse a su lugar prohibido favorito, la cicatriz. La tomé con la otra y a fuerzas la aparté, no podía desmayarme de nuevo, no en medio de tantas personas desconocidas, perdiendo de vista a mi mapa, ¿Dónde estaba? Necesité tocarlo, al pedazo de papel que me mantenía unida a la realidad. Una gota de sudor más fría que el resto se resbaló a través de mi nuca y tuve que hacer un esfuerzo digno de la escogida de una diosa en no desmayarme de nuevo, esta vez sería sobre la silla horrorosamente alta. ¿Qué significaría ser un aspecto en Jonia?, ni siquiera fui capaz de entender lo que significaba serlo en Targón, cuando aún vivía me refiero…
—Diana, hoy estamos hasta arriba de compromisos, por lo que me temo que no podré ayudarte a encontrar lo que buscas.
Aquella era mi señal, salté de la silla esa feísima y me envaré como si así mi presencia mágicamente fuera capaz de borrar la penosa primera impresión que había dejado en el grupo variopinto de individuos desconocidos. Kai’sa me miró con sorpresa, no supe como actuar a partir de allí así que simplemente extendí mi mano al frente, con la palma hacia arriba, en espera de mi preciado tesoro. Pero ella no me lo entregó. Rechiné los dientes, me sentía conmocionada.
—Creí que habías aceptado prestármelo —aclaró— espero no te moleste que ahora sea durante un poco más, pero como comprenderás, no voy a tener tiempo de analizarlo hasta que me desocupe.
—No te entiendo —dejé salir y de inmediato me arrepentí, pues ella empezó a repetir lo que había dicho de forma aún más lenta y con un tono de voz todavía más bajo— ¡me refiero a que acabas de decir que no me puedes ayudar!
—Oh, no, ¡no dije que no lo haría! —agitaba las manos en mi dirección, con evidente consternación— solo dije que no podía hacerlo ahora, espero que no sea demasiado urgente, solo necesito que esperes un poco a que me desocupe
La mujer con mirada de depredadora se había unido a la charla de resto en el sofá. Todas parecían distraídas en su conversación, incluso ella que ya no me miraba, como si yo me hubiese vuelto parte del decorado del lugar, me pregunto que le habrá dicho Kai’sa sobre mí para lograr algo así.
—Yo… No tengo intenciones de incomodar, tampoco es que sea algo de vida o muerte, es solo que… —balbucee, mirando mi mapa entre sus manos con una obsesión poco disimulada. Ella lo guardó en su bolsillo.
—No molestas, créeme. De hecho, soy yo quien teme incomodarte a ti —su tono de voz era diplomático, pero logré identificar una sonrisa oculta tras su solemnidad. Sé bastante sobre emociones que se esconden tras la solemnidad— …te toca dormir en la habitación de Evelynn.
—¿De quién? —pregunté.

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