Sexta rosa.

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Sus dedos se movieron de manera involuntaria por su cabello, cuando la sintieron removerse en la cama. Sus ojos se movían rápidamente por detrás de sus parpados, sus dedos apretaban con fuerza sobre su pecho y de sus ojos brotaban lagrimas aun en el sueño.

—Muñeca... —la llamó Jerónimo, tratando de moverla nuevamente, pero la chica se apretaba con fuerza sobre su abdomen, chillidos brotando de su garganta.

—¡No! —gritó cuando Jerónimo la levantó suavemente y trató de despertarla—. ¡Suéltame, suéltame!

La chica seguía presa de su sueño, de las emociones detrás de un recuerdo que se hacía vivido al interior de su memoria. Jerónimo la agarró fuerte, pero su cuerpo se movió de una manera involuntaria, terminando de una zancada en el suelo, sobre la alfombra.

Jerónimo corrió rápido a verla, sus ojos estaban abiertos, pero su mirada estaba perdida, aun recordando lo que sea que sus sueños traían a colación en ciertas noches.

—¿Estas bien? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué...?

La chica negó, tomando una posición fetal, acercando sus rodillas hasta su abdomen, mientras de sus ojos brotaban lagrimas gruesas que inundaban su rostro. Se llevó una mano hasta la boca, tratando de calmar los fuertes sollozos que ponían en guerra sus sentidos.

Jerónimo se bajó de un salto de la cama, corriendo a arroparla entre sus brazos, sosteniéndola en su regazo y meciéndola como si de un bebé se tratara. La chica hundió el rostro en su cuello, mientras gimoteos le derrotaban, tomando con fuerza sus brazos, tratando de sacar todo lo que esos horribles recuerdos traían a la superficie, circunstancias que deseaba enterrar bajo tierra, secretos de una dolorida vida, de un infame destino del que hubiera logrado salir.

—Shhh... —susurró Jerónimo, sosteniéndola hasta que sus respiraciones se calmaron.

El sonido del corazón del chico siempre calmado, era la cura para sus recuerdos, le hacía sentir acompañaba, le hacía sentir nunca más volvería a estar sola. Jerónimo trató de moverse dándole espacio, pero la chica se agarró con fuerza de su cuello, impidiéndole hacerlo.

—Espérame —susurró—. Ya vuelvo.

El chico corrió hasta la habitación de baño y Bianca escuchó como abría la llave de la bañera. En cuestión de segundos estaba junta a ella, otra vez, alzándola con sus musculosos brazos, mientras la llevaba hasta allí.

Jerónimo le quitó la única prenda que traía puesta, que era una camisa de botones que le pertenecía a él y prosiguió a quitarse su pijama. Una vez desnudos, tocó el agua y cerró la llave antes de meterse dentro de la bañera.

Bianca lo miraba extasiada, sus músculos flexionándose con cada movimiento, la curvatura de su v, sus musculosas piernas y su polla en medio de ellas. Tragó saliva, alejando aquellos malos recuerdos de sus sueños, cuando él se sentó sobre la bañera y con un gesto le invitó a que lo siguiera.

Con dificultad, ella dio un paso hasta la bañera y una vez se sentó dándole la espalda a su hermano, pudo sentir el agua correr lentamente sobre su cuerpo. El espacio era bastante reducido, así que sus piernas quedaron sobre las de él, mientras sus brazos reposaban sobre la bañera.

El chico recogió el gel de baño de un costado y tomándose su tiempo, lo masajeó en sus manos, antes de empezar a colocarlo en la piel de Bianca. Comenzó con sus brazos, delineándolos con sus dedos, lentamente recorriéndolos hasta llegar con ambas manos hasta el espacio entre sus axilas y bajar con seguridad hasta sus pechos, los cuales juntó con un movimiento, masajeándolos, adorándolos, tomando sus pezones erguidos entre sus dedos, mientras la chica se mordía el labio inferior, evitando gemidos salieran de su boca.

Cuando las rosas se marchitenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora