Introducción

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Jerónimo, 2003

Como el verdor de las ramas de los árboles a las cuales me gustaba colgarme, como el intenso color del césped del jardín vecino, como las esmeraldas que los trabajadores de las minas sacaban de lo recóndito de la tierra, así era el verde de sus ojos.

Me gustaba contemplarla, la forma en que su naricita se arrugaba cuando algo no le gustaba, los pucheros en sus labios al pedirme algo, la forma en que sus pecas adornaban sus mejillas y su cabello se ondeaba con el viento.

La belleza de su ser solo podía ser comparada con los hermosos atardeceres que surcaban mis amadas tierras, con sus tonos naranjas y rosados en el cielo, la cascada cayendo lentamente a nuestras espaldas y el sonido de las hojas repiqueteándose con el viento.

Tenía cinco años la primera vez que la vi, perdida y sucia en el oscuro bosque, con sus ropas rasgadas, la piel cubierta de barro y sus dedos llenos de granos, tantos que tan solo verlos causaba dolor.

La encontré, yo la encontré y desde ahí la reclamé como mía.

No sabía hablar, no había forma de que uniera dos palabras para decir su nombre, parecía no tenerlo o siquiera conocerlo, así que la bautice como Bianca.

La ayude a bañarse, le cure las heridas, le puse ropa limpia y le enseñe poco a poco a comportarse. Ella era una hermosa muñeca de trapo, delgadísima, con los cabellos finos y la piel canela, con los ojos más hermosos que había visto en la tierra y la sonrisa más tierna que hubiera podido conocer.

Bianca se había convertido en la distracción perfecta para olvidarme de los problemas de una familia disfuncional. Cuando ella se reía conmigo, yo era capaz de ignorar los gritos en la sala; mientras le enseñaba a usar los cubiertos era capaz de olvidar la soledad de aquella habitación; cuando dormíamos juntos en las noches de lluvia, no tenía miedo, yo era fuerte por ella, por mi amada muñeca de trapo.

Ella me había regalado las fuerzas y la esperanza de que el mundo sería mejor; yo, en cambio, le había regalado mi corazón.

Y aunque, papá y mamá insistieran en que la llamara hermana, yo siempre la llamaría mi muñeca de trapo, mi dulcísima muñeca, de pecas relucientes, mejillas sonrojadas y sombreros exagerados.

Ella era la dueña de mi corazón, mi hermanita querida, mi ilusión, el mejor regalo de cumpleaños que la vida pudo haberme regalado.

Esa niñita que había llegado para revolucionar mi universo y hacerme conocer por fin lo que significaba el amor.

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Les dejo por aquí regalito semanal. ¿Les gustó este capitulo? ¿les gustaría conocer más de los protagonistas? Hay muchos secretos aquí, ¿les gustaría conocerlos?

Nos vemos el viernes :)

Cuando las rosas se marchitenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora