Octava rosa.

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Diciembre, 2013.

Sus dedos se movían sigilosamente por su apretado corsé, recorriendo lentamente las costuras que apretaban su cintura. Jerónimo la miraba con verdadero apetito, como si un delicado trozo de carne le hubiera sido servido, en término medio como tanto le gustaba, lo suficientemente jugosa para poder devorarla de un bocado.

Su espalda tocó el colchón con delicadeza, mientras con uno de sus brazos rodeaba su espalda, deshaciéndose lentamente de la cinta que apretaba su corsé. Bianca gimió cuando con su mano libre, su hermano recorrió la parte interna de sus muslos, con sutileza, con una lentitud que lograba enloquecerla.

Sus piernas temblaban, sus manos apretando las sabanas de la cama, mientras su cinturón rozaba su intimidad totalmente desnuda y dispuesta siempre para él. Bianca recorrió con sus piernas su cuerpo, mientras la cabeza de su amado se hundía en su cuello, depositándole un camino de besos que le robaban la respiración.

Su pecho latía con intensidad, sus manos con fiereza habían terminado sobre el pantalón de su hermano, tratando de liberar lo que tanto ansiaba palpitar entre sus piernas. Jerónimo le sonrió y arrodillándose, lentamente se deshizo de los botones de su camisa.

Su cuerpo había comenzado pronto a tornarse como el de un hombre que dejaba atrás su fase de niño, con su v marcada por encima de su pelvis, pequeños cuadros dividendo su abdomen y sus bíceps marcados y fuertes.

Bianca mordió sus labios cuando se deshizo de su pantalón y levantándose lo arrojó lejos junto a su ropa interior. Ella abrió sus piernas dispuesta a recibirlo y él se abalanzó hacia ella, quedando centímetros el uno del otro.

Cuando estaba lo suficientemente cerca, sus labios se unieron en una sonrisa y susurró despacio sus palabras, al mismo tiempo que la penetraba.

-Te amo, muñeca.

Fue haciéndose espacio lentamente hasta llegar a lo más profundo de su ser, a donde sus cuerpos unidos podían sentirse, desearse y ansiarse como uno solo. Ella sonrió cuando él la beso, despacio y lento, como se besa a quienes más se ama, haciéndose del tiempo y los movimientos suficientes para hacer a su cuerpo enloquecer en cuestión de minutos.

Bianca lo abrazó, sus dedos en sus omoplatos, recorriendo su espalda, sus uñas hundiéndose en su piel, deseando sentirlo cada vez más cerca, más profundo, más fuerte. Jerónimo arremetió contra su cuerpo con un ritmo que lograba enloquecerla y hacerle desearlo a medidas que debían ser prohibidas.

Pudo sentir el orgasmo desde la punta de sus dedos, subiendo lentamente por todo su cuerpo, llenándole de sensaciones, provocando espasmos en sus piernas, haciendo temblar sus manos y su cabeza girar, mientras lo sentía hundirse una y otra vez sobre sí, buscando a través del cuerpo del otro ese lugar en el paraíso al que solo podían llegar juntos.

Un paraíso para un par de pecadores.

Jerónimo cayó a su lado, recorriendo su corsé que no se había tomado el tiempo de desabrochar antes y le sonrió.

-¿Quieres que te ayude con esto?

Bianca solo asintió, con sus ojos adormilados de placer, sin siquiera prestar atención a lo que decía. Jerónimo le sonrió, levantándose no sin antes darle un beso en la punta de la nariz, dirigiéndose al baño.

Bianca abrió levemente uno de sus ojos y con una de sus manos libres tomó una manta a su lado. Aquel viejo sótano se había convertido en su lugar seguro, donde nadie era capaz de escucharlos, donde podían dejar salir sus peores pecados, sus deseos más carnales y prohibidos.

Cuando las rosas se marchitenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora