Capítulo IV

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—¿Qué es eso? —Jak acababa de entrar en el despacho detrás de Celia y había visto el mismo libro negro que Sergio y yo dejamos cerrado sobre la mesa, pero esta vez estaba en el suelo del despacho abierto por una página que bien podría haber sido al azar pero que sabía que no era así, era la página que habíamos estado buscando antes y al parecer nos rendimos demasiado pronto.

—Este... es un... —empecé yo a hablar buscando la aprobación de Sergio con la mirada, no quería decir algo que él no quería revelarle a nadie, pero con el gesto afirmativo de su cabeza me decidí a contarlo. —Es el diario del alcalde de la historia que nos ha contado Sergio, al parecer lo encontró hará un tiempo y ha estado guardándolo hasta ahora pero antes hemos estado buscando lo que sea que sabia el alcalde, supuestamente, y no hemos encontrado nada.

—¡Anda, por eso tardabais tanto! —exclamó Merche —Yo ya creía que estabais teniendo un momento íntimo de esos.

—Sí, Maia y yo seguro que sí. —Sergio avanzó unos pasos sin darse cuenta del comentario que acababa de lanzar y le quitó el diario a Jak de la mano para después dirigirse directamente a mí. —Lo tenemos, pero ya no tengo tan claro si quiero leerlo. Esto ha sido raro de narices.

—¿Por qué lo dices? ¿Porque tú lo habías dejado tranquilamente encima de la mesa y cerradito y ahora estaba en el suelo y abierto? —repliqué sarcástica. Ya en un tono normal, aproveché para decirle que deberíamos leerlo para terminar de concluir la historia, la curiosidad podía conmigo.

—Yo también me muero de ganas, entonces ¿lo leemos o qué? —preguntó esta vez a todos y solo por educación, Sergio. —Bueno, quien no quiera que no escuche:

» En caso de encontrar este diario, por favor, entregar sin abrir a David Cases, bibliotecario y familiar mío, él sabrá qué hacer.

Debí hacerle caso a ese estúpido viejo, intentó advertirme, pero hice caso omiso, me moví por la codicia y lo admito.

Todo empezó cuando movimos las tumbas y encontramos nada más y nada menos que seis esqueletos sin ataúd, ni lápida, ni ninguna forma de identificarlos y, como era de suponer, nadie vino a reclamar el hecho de que esos cuerpos no se encontraran en el nuevo cementerio, por lo que procedimos a la incineración de los cadáveres... ¡Y todas las personas que estuvieron presentes en ese momento están muertas! Se que soy el siguiente, lo sé, por eso quiero dejar constancia de todo lo que he descubierto.

Por si fuera poco, teníamos también los problemas con ese viejo chiflado que se presentó en las obras el primer día antes de encontrar los muertos, empezó a hablar de que el lugar estaba encantado, poseído, que una serie de demonios lo habitaban. Resultó ser que aquel hombre era el antiguo guarda del cementerio al cual retiraron por demencia, decía ver espíritus allí dentro.

Por aquel entonces las habladurías estaban a la orden del día y en un pueblo tan beato y católico como este, la gente empezó a desconfiar de la edificación, las viejas señoras se santiguaban cuando tenían que pasar por delante de las obras y la situación empeoró cuando la gente empezó a morir. Primero fue Daniel, el capataz que tuvo un infarto cuando él era la salud en persona; Fernando y su manía de nunca dejar nada a medias fue el siguiente; y por último mí cuñado Miguel. Perros rabiosos y lobos... ¡¿Cómo pudo la gente tragarse semejante patraña?! Lo que fuese que mató a Miguel no era humano ni animal, era una obra del mismísimo Lucifer, el señor del Infierno en persona, habíamos alterado el descanso de seis de sus vasallos y lo pagamos caro.

Un cardenal fue llamado para realizar un exorcismo de urgencia, el mismo cardenal fue enterrado al día siguiente de poner un pie en el centro escolar. Un infarto... Infarto sus narices, el demonio había entrado en su cuerpo y lo había matado como hizo con Daniel, Fernando y Miguel y como va a hacerlo conmigo.»

—La siguiente entrada es de unos días después, concretamente del 16 de enero de 1943, hoy hace 70 años. —este último comentario lo hizo con una mezcla entre incertidumbre y miedo que hizo que todos nos mirásemos las caras, asombrados por la casualidad, incluso un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.

» Las víctimas ya ascienden a cinco y serán seis muy pronto porque sé que esta noche me toca a mí. La que iba a ser la directora de la sección femenina del instituto, mi buena amiga Lourdes Conde ha muerto esta mañana haciendo papeleos en el centro, al parecer entró en su futuro despacho en el preciso momento que unos asaltantes estaban allí para robar las cuentas del instituto. Que ingenua es la gente.

Precisamente estoy yo aquí ahora, dispuesto a morir a manos de esos demonios, porque hay más de uno, como si la cosa no fuese suficientemente horrorosa, pero me he documentado y sé que mi muerte ahorrará muchas en el futuro.

Está aquí, noto su presencia infernal, el termómetro parece haber descendido quince grados en picado, tengo el vello erizado y aprovecho mis últimos momentos de vida para rezarle al altísimo por las almas de los que hemos sucumbido a esta plaga de ángeles caídos»

"Mors ultima linea rerum est"

—¿Eso es francés? —preguntó Merche extrañada al no conocer el idioma en el cual estaba escrito esa última frase.

—Latín, lo que no tengo claro es que significa —respondió Sergio cerrando el diario, inmediatamente yo respondí ya que sabía lo que significaban aquellas palabras de todas las veces que las había leído. —¿Que pensáis?

—Que somos idiotas...—esta vez era Celia la que daba una respuesta para nuestra sorpresa— En conserjería hay un teléfono fijo, desde ahí podemos llamar y que vengan a buscarnos porque no pienso aguantar un minuto más aquí dentro sabiendo que, a falta de uno, hay seis discípulos de Satán que van a matarnos por algo que pasó hace 70 años. Vamos a morir —a Celia empezaba a faltarle el aire y se notaba cuando hablaba. —¡Estamos muertos, encerrados y muertos en el instituto, somos carne de demonio!

—Celia cálmate, respira e intenta... —intenté calmarla.

—No puedo calmarme, ¡no quiero calmarme! —me empujó hacia atrás y salió corriendo en dirección al patio —Necesito aire, quiero salir —la puerta se había atrancado y no podía abrirse por lo que Celia apoyó la espalda en la puerta y se dejó caer abrazándose las rodillas. —No quiero que me maten, no quiero morir.

—¿Lo de esta mañana no se lo contamos, no? —preguntó Jak al ver el estado de Celia, Sergio fue a comprobar cómo, efectivamente, el teléfono no funcionaba y Merche y yo nos quedamos alejadas de Celia con Jak debatiendo sobre si contárselo o no.

—Si se lo contamos le da algo. —opinó Merche. —Pero ahora todo encaja, por eso no encontraron al asesino, ten tú narices de identificar las huellas de un demonio.

—Pero, a ver, que eso no puede ser —me metí en la reflexión de Merche dispuesta a dar mi opinión —Los demonios, los fantasmas, vampiros, zombis, hombres lobo, brujas... ¡No existen! –sentí una pequeña punzada en mi interior al gritar esa afirmación, no entendía muy bien porqué, pero no le di importancia.

—¿Y cómo explicas todo lo que está pasando? —cuestionó Jak —No tenemos cobertura en los móviles, hace un frío de narices, no hay forma humana de que salgamos de aquí, el teléfono no tiene línea, y encima la fecha coincide con las dos matanzas que hubo aquí mismo, ¿no te das cuenta?

—Puede ser una serie de catastróficas desdichas. —dije en voz alta, pero la siguiente frase que salió de mi fue casi un susurro —Pero es lo que le falta a Celia, confirmar ese miedo al ver todos pensáis y creéis lo mismo, alguien debe tener un pensamiento racional. Y no quiero creer nada de eso, no tenemos pruebas de que estemos aquí por eso, simplemente estamos en el lugar equivocado en el momento equivocado mientras parece que todo está en nuestra contra, ¿estamos? Todo está bien y todos vamos a vivir, y chitón. —dicho esto me acerque hacia donde estaba Celia para intentar consolarla. —Celia, cariño, tranquila, no va a pasarnos nada, todo esto es una simple casualidad, te juro sobre mi tumba, a la cual tardaré mucho en ir, que vamos a salir todos de aquí sanos y salvos.

—¿No hay línea? ¿De verdad? —preguntó Celia intentando relajarse, a su pregunta asentimos todos —¿Nos tenemos que quedar aquí? —otra vez asentimos —Volvamos al despacho, por favor —se levantó —¡Pero nada de historias de muertos!

—¡No, mamá! —le respondimos los cuatro al unísono y empezamos a caminar tras ella.



La muerte es el límite final de las cosas

La reunión del pánico (Carcassonne I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora