4. Cuando la lluvia cae

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Todas las mañanas, antes de comenzar mi caminata diaria, descansaba en el sillón del tocador y me colocaba frente al espejo de la habitación para deslizar de forma suave y continua el cepillo por todo mi cabello, hasta la cintura. Lo consideraba parte de un ritual. Era extraño, porque nunca fui de gastar tanto tiempo en banalidades como esa. A veces hasta quería dejar de hacerlo, pero, era como si mi cuerpo y manos se movieran por sí solas, evitando a toda costa que escapara de mi deber.

Tostadas, mermelada de fresa y un vaso de leche conformaban mi desayuno todos los lunes, miércoles y viernes. Se volvió una costumbre, y no logro recordar por qué. Hacía ya un par de meses que había finalizado el bachillerato, pero aún no decidía lo que quería hacer con mi vida. Lo bueno era que mi madre no me presionaba, me dejaba a mis anchas. Por momentos estaba más que feliz con eso pero, otras veces, renegaba de que ella no se implicara en mi vida. Ni siquiera yo me entendía.

Lo que sí sabía era que me gustaba la música, pero no creía que eso fuera suficiente como para estudiarlo como carrera, así que solo me encogía de hombros y posponía para otro día mi futuro. Al fin y al cabo, ¿quién esperaba por mí?

Los chicos y yo ya acampábamos con tranquilidad en los alrededores del parque. Acechar se había convertido en nuestro hábito. Todos y cada uno de ellos, traían consigo diversos bocadillos y frutas que compartían conmigo mientras disfrutábamos de una animada charla, si es que se le podía llamar conversación a la mayoría de las cosas que salían de sus labios. A veces, emitían frases ininteligibles para mi básico cerebro, pero, por el bien del grupo, hacía como si comprendía cada una de sus palabras. Era divertido, no lo podía negar.

Y no, no pude cumplir lo que prometí. Aquello de no volver nunca más si no aparecía en una hora. Fui una cobarde que no merecía ser la líder de los mosqueteros. Merecía la condena eterna por tal afrenta contra nuestro lema: «tus palabras son tu promesa». Debo acotar que Alejo lo trabajó con sumo cuidado. Recuerdo aquel día cuando, en medio de nuestro espionaje, dijo con severidad que debíamos tener una bandera de letras, y, cito textualmente: «Somos cinco personas con un objetivo. Nos falta nuestro estandarte escrito». Asombrada de que conociera tal palabra, le pregunté en dónde la había aprendido, y de forma escueta respondió que de los libros que le gustaba leer en sus ratos libres. Me recomendó ojear El arte de la guerra.

De inmediato me pregunté qué comían los niños que les hacía tener tanta inteligencia. «¿Adónde fueron aquellos nenes que aún juegan a la pelota en secundaria?», pensé divertida.

Era entretenido ver cómo el mundo cambiaba poco a poco, pero a un ritmo tan acelerado.

¿Era así como se sentían las personas mayores al ver pasar los años justo frente a sus ojos? En la actualidad, no estoy para nada lejos de la realidad que en ese entonces presencié. El tiempo se te escapa de las manos y es inevitable tratar de retenerlo porque tiene vida propia. Lo único que puedes hacer es intentar seguirle el paso, pero sin dejar de entender que en el camino se gana, pero también se pierde.

Fueron increíbles todos los momentos que pasé con esa manada de listillos.

Y, de vuelta a la realidad, cuando sentía que todo giraba, que la cabeza me daba vueltas y que la respiración me fallaba, sabía que me encontraba en casa, en la soledad de mi habitación. La oscuridad me acompañaba, y por más que quisiera llamar a mi madre y pedirle que regresara, que no me dejara en esa casa vacía, no lo hacía. Sabía que ella no acudiría a mi auxilio. Entonces me encogía en el suelo frío y cerraba los ojos con fuerza para evitar que las lágrimas fluyeran. Me preguntaba qué había hecho mal para que mamá me alejara de esa manera, para que no me diera más de un vistazo, para que me tratara como una conocida más, o tal vez ni siquiera eso. «Yo no era la culpable de que papá nos haya dejado atrás, ¿o sí?». Temía que yo hubiese sido la razón de su desdicha.

Hasta que mi corazón deje de latir ©️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora