15. El inicio de nuestro viaje

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Recostada sobre la cama, me preguntaba mil y una cosa, pero las respuestas no estaban en las tres estrellas del techo de mi habitación. Estaba tan confundida... ¡Confundida y furiosa! Seguía pensando en lo que había pasado hacía menos de una hora: yo volviéndome loca y obligando a Abrazos Gratis a ir al hospital más próximo porque su semblante lucía descompuesto; eso sin contar la sangre que salía de su boca cada vez que tosía.

    Me sentí tan impotente e inútil. No sabía qué demonios estaba pasando, pero Abrazos Gratis no dejaba que lo ayudara. ¿Qué jodidos le pasaba? ¿Quién en su sano juicio niega la ayuda de otro estando solo en la calle y tosiendo sangre? ¿Lo peor de todo? Que la gente decidió mudarse a otro país justo en ese momento. No había ni un fantasma en toda la calle, ni siquiera vecinos cotillas que se asomaran por las ventanas para averiguar la vida de personas desconocidas.

    —¡Dime ahora mismo qué sucede contigo! —demandé nerviosa.

    —Nada, nada, es solo... Mira, necesito irme. No te preocupes, ¿sí? Estaré bien —aseguró con un hilillo de sangre sobre su mentón.

    —¡Jodidamente no! ¡Estoy llamando ahora mismo a emergencias! —Busqué de inmediato el móvil y comencé a teclear los números con dedos temblorosos.

    —No lo hagas, por favor —suplicó.

Eso me hizo detenerme.

    Lo miré a los ojos, intentando buscar respuestas, pero solo encontré preguntas. Abrazos gratis me estaba asustando más allá de lo imaginable, así que cogí su rostro entre mis manos y fui yo la que le suplicó con la mirada que confiara en mí y me dijera qué estaba ocurriendo. Pero él solo cerró los ojos y negó.

    Aquello me dolió más de lo que podría haber imaginado. Asentí derrotada y, tras un último vistazo, retrocedí dos pasos.

    —¿Quieres que llame a un uber? —¿Esa era mi voz? Sonaba tan... quebrada.

    Abrazos Gratis se frotó el puente de la nariz y luego se pasó la manga de la sudadera sobre la boca, quitando todo rastro de aquel color rojo que ahora odiaba.

    —No... no es necesario, ya lo tengo. —Me dio una sonrisa débil y sacó su móvil.

    A los pocos minutos, un coche negro se estacionó frente a mi casa, y yo...  Yo tenía que intentarlo.

    —¿Quieres que te acompañe?

    Supe el momento exacto en que iba a decir que no. Hacía esa mueca en el lado derecho de su boca, como si estuviera mordiendo el interior de ella.

    —No es necesario...

    —Ya lo tienes. —Completé por él.

    Asintió y yo di otro paso atrás. Señalé con la cabeza al coche.

    —Está bien, ve.

    Y así lo hizo.

    Una hora después, me encontraba mirando a las estrellas y preguntándome si debí haber hecho más.

    El fracaso es nutriente para nuestro cuerpo. No le temas. Nada de lo que hayamos sido capaces de hacer nos deja sin resultado alguno, aunque fallemos.

    ¿Qué jodidos estaba mal conmigo? ¿Por qué recordaba frases de un libro que había leído? Además, no era como si se adecuara por completo a mi situación actual.

    Rodé de nuevo sobre la cama y apreté la almohada, como si la abrazara. ¿Qué podía hacer además de esperar? Observé el móvil, aguardando a que la luz de la pantalla se encendiera y notificara así que Abrazos Gratis había leído mi mensaje. Se lo había enviado minutos después de entrar en casa, le había escrito que me escribiera en cuanto pudiera, que esperaría su mensaje. De eso hacía ya exactamente una hora y veintitrés minutos.

Hasta que mi corazón deje de latir ©️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora