13. Sentimientos

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Nos sentamos sin dejar espacio entre nosotros y observamos el infinito paraíso de luz y oscuridad. Sentí que esa era la verdadera paz, compartir en silencio.

    —Cuéntame de tus padres —agregué, después de un rato. Me acerqué y recosté mi cabeza sobre su hombro.

    Él hizo un sonido como si estuviera pensando. Me gustó oírlo; y me percaté de que, al parecer, esa era su forma de empezar una conversación importante.

Una de las razones por la que le pregunté sobre sus padres fue porque deseaba con todo mi ser que no tuviera una familia tan jodida como la mía. Necesitaba saber que el mundo no era tan malo, que había esperanza y que un ser humano tan bondadoso y cariñoso como Abrazos Gratis podía pertenecer a una buena familia en la que el cariño siempre estuviera presente. La segunda razón fue porque me preocupaba por él y quería que compartiera conmigo lo que estuviera dispuesto a darme. Quería sentirme parte de su vida así como él estaba siendo parte de la mía.

    Aunque no podía negar que ya sentía que era parte de mi vida, un gran pedazo que si fuera arrancado, ya no volvería a ser la misma. No me había dado cuenta de cuánto había crecido ese pequeño trozo que se había encajado a mi rompecabezas sin pedir permiso.

    —Mi madre es una mamá osa, al igual que mi padre. Creo que se complementan tanto que no pueden existir como un ser individual sin el otro. Sueña extraño, pero es así. Cuando alguno tiene que viajar por asuntos de trabajo, se llaman y hablan a todas horas siempre que puedan. Parecen unos locos enamorados. —Bufó, pero habló con cariño de ellos. Los amaba. Y eso me dolió.

    »No parecen darse cuenta de que ya están mayores para esas cosas. ¡Agh!, ¡y cuando empiezan a mostrar «afecto», como dice mi padre...! ¡Agh! De verdad, a veces me avergüenzan. ¡Son unos desvergonzados! A mamá le fascina la cocina, igual que a mi padre. Bueno, creo que a los dos les gustan las mismas cosas. No son para nada como el ying y el yang o polos opuestos que se atraen, nada de eso. Ellos son como dos gotas de agua.

    »Les gusta escalar montañas, correr, tomar batidos asquerosos de color verde y naranja, jugar al escondite —hizo una pausa, como si estuviera recordando algo. Luego sonrió—. Sí, parecen unos niños cuando empiezan a correr por toda la casa y me hacen señas para que no delate su posición al otro. Ah, y a ambos les gusta mostrar mis fotos de pequeño a toda persona que pisa nuestra casa. ¡Son tan molestos! Les digo que no lo hagan, pero ellos insisten. Hace tiempo que ya ni lo intento. —Emitió un suspiro y luego negó con la cabeza, pero tenía una sonrisa en los labios.

    Yo también quería ver sus fotos de bebé y todas las que mostraran sus etapas de crecimiento. Me gustaría mucho saber si era regordete, si miraba tiernamente con esos preciosos ojos que tenía o si sonreía como lo hacía ahora. Seguro que tenía a sus padres en la palma de su mano.

    —Los amas —afirmé.

    —Más que nada. Y haré todo lo que esté en mis manos para no hacerlos sufrir más de lo necesario.

    «¿De qué habla?», pensé. Temía preguntar. Parecía personal, del tipo personal que no cuentas hasta que te obligan a hacerlo. Se sentía incorrecto preguntarle de forma directa, o de cualquier otra forma, pero la curiosidad me mataba y a la vez me hacía temblar. Sonó tan serio, tan... no sé.

    Tomé una respiración mental y decidí dejarlo correr. De igual forma a veces no lograba captar lo que me decía en ocasiones. Estaba bien con eso. Por ahora.

    —¿Dónde están? —me atreví a preguntar.

    Se movió inquieto.

    —Aquí y allá —respondió vagamente.

Hasta que mi corazón deje de latir ©️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora