12. Solo contigo

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Me despertó el sonido de unas llaves que intentaban abrir la puerta principal de casa. Al inicio estaba como sedada, ya saben, como cuando recién intentas levantarte de la cama pero aún tienes esas inmensas ganas de volver a dormir. Luego, el golpeteo de un cuerpo cuyo equilibrio estaba por los suelos, me despertó por completo. «¡Mierda, no estoy sola!», me alarmé. Giré la cabeza hacia el ángel que definitivamente había caído justo a mi lado y temí. No quería que supiera cómo era mi madre, mucho menos que supiera quién era. Necesitaba actuar rápido, así que le di una pequeña sacudida y abrió los ojos, confundido. Esperaba no haberle interrumpido un buen sueño.

    Coloqué un dedo sobre mis labios, indicándole que se mantuviera en silencio. Asintió, aún confundido, pero me siguió sin protestar hasta donde los monstruos se esconden: debajo de la cama. Nos arrastramos juntos hasta que estuvimos resguardados bajo las patas de madera. Él ya estaba riendo en silencio cuando quise avisarle cuál sería el siguiente movimiento. Esta risa era abierta, pero sin sonido, y sus ojos se achicaban mientras más reía. Se veía hermoso.

    Le toqué el hombro para que me prestara atención. Lo hizo y gesticulé que me esperara allí hasta que regresara. Asintió de nuevo y yo continué arrastrándome por el suelo hasta que salí del escondite y abrí la puerta de mi habitación. Mi objetivo era la sala. Sabía que allí la encontraría a medio morir.

    Unos quejidos penosos y luego arcadas repetidas me iluminaron el panorama. Otra vez tendría que limpiar el vómito y lavarla a ella. Me tomará más tiempo del que pensaba volver con Abrazos Gratis, concluí enojada. Hacía tanto tiempo que no dormía tan cómoda y mi madre tuvo que estropearlo todo, como siempre.

    —¡Eres un desastre, joder! —me quejé mientras la sujetaba—. ¡No me extraña que por eso mi padre se haya marchado! —En cuanto esas palabras salieron de mi boca, quise traerlas de vuelta.

    Ella, tal vez en un momento de claridad, me miró con unos ojos tan tristes que quise decirle cosas aún peores. Me jodía demasiado que se hiciera la víctima, que no tomara al toro por los cuernos y decidiera salir de esa vida tan lamentable que tenía, sufriendo por un hombre que no daba ni un penique por ella. Hacía mucho que se había marchado. ¿Cuánto le tomaría olvidarlo? ¿Tan difícil era? Joder, no era como si yo pudiera decir algo al respecto tampoco. Quizás éramos dos tintas buscando algo que sabíamos que no podíamos encontrar.

    En un abrir y cerrar de ojos, ya la tenía en la bañera, desnuda y lista para lavarla. Se podría decir que era una experta en borrachos. Me había graduado con honores, vamos. Nadie mejor que yo para limpiar la suciedad y la mediocridad de aquellos que no tenían los cojones suficientes para establecerse.

    —¡Qué asco toda esta mierda, joder! —bramé a la vez que la enjuagaba y la espuma cubría gran parte de su cuerpo.

«¿Cuándo llegará el día en que me despierte de esta pesadilla?» supliqué a quien fuera que me estuviera escuchando.

    Empecé a sacarle el jabón con agua templada, con cuidado de mantener su cabeza en alto. Una vez que terminé allí, busqué el jabón de cara y eché un poco en la palma de mi mano. Tenía olor a mango, el favorito de mi madre desde que tenía memoria. De pequeña me encantaba besarle el rostro y hacer que la mordisqueaba. Ella reía, y cuando lo hacía, el mundo era un lugar mejor.

    Suspiré, consciente de que eso había terminado. Ahora solo quedaba un rostro vacío, un lienzo en blanco incapaz de ser pintado.

    No la pude salvar porque no me di cuenta cuando todo se fue a la mierda, cuando ella empezó a sentir que le hacía falta algo más, cuando yo empecé a no ser suficiente para su felicidad.

    Busqué su mirada, intentando encontrar un resquicio de lo que fue, pero solo vi un pozo profundo de tristeza y... ¿arrepentimiento? Su mirada me quemó, y sentí pena por ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y estas empezaron a inundar no solo mi mente, que no la había visto llorar, sino también mi corazón. Me dolió verla así, tan desgastada, como si hubiese vivido infinitas guerras.

Hasta que mi corazón deje de latir ©️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora