Levi llegó como un tornado a su casa, azotando la puerta. Kuchel, quien estaba tejiendo con nervios, lo miró con ansiedad y miedo, a la espera de noticias que ya suponía de qué índole serían.
Sólo le bastó la mirada compungida de su hijo para confirmar que las cosas no habían salido según lo esperado.
—Estaba en lo cierto, madre —comenzó Levi con la mirada llena de decepción—. La señorita Ral no me quiere —se sentó junto a su progenitora y agregó—. Nadie me quiere ni me tiene en consideración, excepto tú.
Con tristeza, Kuchel acunó su rostro entre sus manos.
—El amor de una madre es fuerte y para siempre —le dijo con amor—. En cambio, el amor de una mujer es como un soplo de humo: cambia a cada golpe de viento.
—Sé que no soy lo suficientemente bueno para ella —se lamentó su hijo—. Y ahora pienso en ella más que nunca.
Su madre deformó su rostro en una mueca de amargura.
—La odio —sentenció con voz estrangulada. Esa joven era la fuente de sus problemas y de la infelicidad de su hijo—. Intenté no hacerlo, cuando pensé que podía hacerte feliz... ¿Quién se cree para rechazarte?
—No —la atajó Levi. Kuchel siguió hablando.
—Tu pesar es el mío, y si me pides que no la odie, no cumpliré tu pedido.
—Le traigo sin cuidado, eso es todo —aclaró el azabache, en un intento por calmar los malos sentimientos que comenzaba a albergar su madre—. Lo único que puedes hacer por mí es no nombrarla más.
Dicho esto, se levantó y caminó hacia la ventana, contemplando el paisaje triste y neblinoso que conformaba Orvud.
—Sólo deseo que ella y su familia se larguen por donde han venido —masculló Kuchel, también levantándose para dejarlo solo. Realmente lo necesitaba.
.
Farlan estaba furioso. Lo había estado desde el día de la revuelta en la mansión de los Ackerman, y, desde entonces, no descansó hasta descubrir el motivo por el cual la mitad de los huelguistas había decidido romperla sin previo aviso. El plan no sólo era no presentarse a trabajar hasta lograr un acuerdo salarial adecuado, sino que también lo era no llegar a ningún tipo de acercamiento con los jefes, ya fuera pacífico o no. Y, debido a unos campesinos traídos de la Muralla Rose para reemplazarlos, habían decidido enfrentarse a Levi Ackerman, el peor de todos. Si el problema era la gente de afuera, él, como otros miembros del sindicato, sabían que no aguantarían tanto trabajo en un lugar tan confinado y durante muchas horas al día, como lo era una fábrica. La mayoría terminaría por volver al campo o buscaría otros horizontes en la ciudad. Pero lo que más lo enfurecía en ese momento fue el conocimiento de lo que sucedió exactamente.
Boris Feulner había inflamado los mermados ánimos de aquellos huelguistas, pero no con palabras de aliento y motivación; sino cercenándoles las cabezas con una mala imagen de los campesinos, que nunca más volverían a trabajar, que verían cómo eran reemplazados sin piedad, que sus familias morirían de hambre y que los jefes, encabezados por Ackerman, se estarían riendo de todos ellos en ese momento. Que sólo tenían una opción, y esa era la de ir todos a casa de ese maldito y unir fuerzas para que su reclamo fuera de verdad escuchado, así tuvieran que recurrir a la violencia.
Pero Farlan sabía muy bien cuáles eran las intenciones de Feulner con ello: la venganza. Él ya no pertenecía al sindicato después de haber sido despedido por el azabache, y, a pesar de algunas ayudas hacia su familia, no lograba sentar su cabeza y buscar un nuevo trabajo con el que recuperarse. Había desperdiciado su tiempo masticando un odio silencioso y letal hacia Levi Ackerman, y la huelga, con todo lo que implicaba, era su oportunidad perfecta.

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Norte y Sur
FanfictionLa joven Petra Ral se traslada junto a su familia del distrito Shiganshina del sur al industrial Orvud, en el norte de la Muralla Sina. Horrorizada con su nuevo entorno, sentirá desprecio por el tosco y desagradable Levi Ackerman. Él tampoco se most...