Cap1

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20 de Junio, 1898

Sarah

Yo y mi hermano corrimos hacia el gran crucero. Era realmente grande, Mike y yo nunca habíamos presenciado un barco de tan grandes magnitudes.

El precioso barco tenía detalles de un color blanco nube y las piezas de madera se veían realmente espectaculares.

Nos hacía mucha ilusión este viaje. Recorrer el Atlántico siempre fue nuestro sueño.

-¡Corre Mike, que lo perdemos!

Seguimos corriendo, cansados ya. Llegamos justitos de tiempo.

Yo llevaba mi precioso gorro azul claro que casi se me vuela al pasar por la rampa de la entrada del navío.

Nos revisó el ticket un chico aparentemente joven con una sonrisa muy particular. Ambos le devolvimos la sonrisa.

-Ticket, por favor—extendió la mano—Vale, bien, pasen.

Entramos en el crucero. Esto era algo moderno. Admiramos la decoración. ¡Era inmenso!

Caminamos hacia nuestro camarote. En el camino recorrimos los lujosos pasillos admirando los preciosos cuadros colgados en las paredes, cada dos pases había una ilustración de los patrocinadores o proveedores aliados de la compañía del barco.

El camarote era el número 173-A, de colores claros y espaciosa. Ya entrados los dos, regañé a mi hermano.

—¡Menudo vago eres! ¿Con quién te vas a casar si se te olvidan hasta estas cosas?

—¡Carámbanos, hermana! Tampoco seas tan dura conmigo...

-Dura voy a ser yo...¡Dura tu cara, que eres un pelele!

Me senté en la cama, agotada de tanto correr. Pero no pude descansar por mucho tiempo, ya que llamaron a la puerta.

—Espero no molestar, pero es la hora de comer—dijo uno de los de la tripulación vestido con un traje blanco.

-No, no, faltaría menos. Gracias por avisar, ya vamos...

Los dos salimos de la habitación para ir a comer. En el restaurante del crucero, sirvieron bistec con puré de patatas, y tranquilamente regresamos a la habitación.

Mike se dio cuenta de una pequeña ventana redonda en el cuarto, con vistas al mar. Abrió la ventanilla y la habitación se llenó de ese olor del mar.

Ese que cuando estás en el puerto inunda tus fosas nasales y sientes que respiras el océano en tus pequeños e insignificantes pulmones.

Yo me acerqué para poder ver las vistas marinas. Había pececillos nadando, y a lo lejos se veían unas pequeñas islas.

Los dos miramos a la lejanía por la ventanita del cuarto, pero de repente notamos un tambaleo que se fue agrandando.

—¡Ah!—se alcanzó oír un grito desde la cubierta.

—¿Hemos chocado?—pregunté angustiada.

Sentí como los líquidos de mi cuerpo se tambaleaban de un lado al otro y, acto seguido, el barco dio un golpe seco, con el que acabé estampándome con la pared.

A lo próximo que supimos, el barco estaba hundiéndose.

Oímos unos golpecitos en la puerta y corrí para abrirla.

—¡Corran, corran, afuera!—el hombre que nos avisó antes nos volvía a avisar, pero no para comer, sino para no morir.

Nos dimos prisa para llegar a salir, y encuentramos un alboroto, una histeria.

Me recogí la falda para que al mojarse no pesara y me costara caminar.

Tanto niños como adultos gritaban de terror, pero gracias a Dios, no estábamos tan lejos de la costa. No a muchos kilómetros.

El agua comenzaba a inundar los pasillos y Mike y yo los recorríamos cogidos de la mano. Si moría, no quería hacerlo sola.

Mis pies estaban congelados, no los sentía al correr, y sentí un gran alivio cuando llegamos a las escaleras que daban a la cubierta.

—¡Niños y damas primero! Suban, suban a los botes!—gritó un hombre, aparentemente de clase baja.

Yo salté a uno de los botes, sin pensar. Todo a mi alrededor era caos, pánico, desesperación...

Algunas personas se tiraban por la borda. Otros se escondían, como que eso los salvaría de no tocar el agua helada del Atlántico.

Pero entre tanto ruido, conseguí oír un canto a lo lejos. Como si hubiera un ángel cantando.

La melodía hacía que me sintiera atraída a las ondas que acariciaban mis oídos provocando como un shock o una hipnotización que me hacía no estar entre aquel caos.

El canto, de pronto, se dejó de oír, y le resté importancia.

Desvié la mirada para ver la de mi hermano y muchos otros más pasajeros. Ya no quedaban botes. el barco estaba hundiéndose poco a poco, y cada vez más agua alcanzaba rincones más lejanos.

Yo había subido al bote de mujeres, Mike me miraba desde la popa de la nave con una mirada que decía "Nos volveremos a ver".

Yo lloraba, prácticamente había subido porque mi cuerpo me había obligado, no quería abandonar a mi hermano, ahora no.

De pronto, el barco comenzó a tambalearse y vi cómo la gente caía a los lados de este.

El bote se alejó y vi a mi hermano caer fuertemente al agua y hundirse. No puede hacer nada más que mirar y culpar a mi voluntad de vivir de no haber podido ayudar a todas esas personas que se hundieron junto con mi familia, mi verdadera razón de vivir; Mike... 

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