Una de las señoritas, pelirroja y de ojos miel, me fijé mucho en sus ojos. Justo un rayito de sol le daba en la cara y, aunque ella ponía cara molesta, sus ojos brillaban más, y, a mi gusto, se veía espectacular. Ojo de artista, no te equivoques. Sé apreciar el arte.
Dio un paso enfrente y empezó a hablar.
—Este no es un lugar cualquiera. No es un lugar de diversión. No es un lugar de descanso. Aquí, vosotros NO seréis los reyes.
Su acompañante de pelo violeta y ojos azules como el mar dio un paso enfrente para igualarse a ella, y también hablar con un fuerte temperamento.
—Sí, aquí no seréis reyes...Más bien lo contrario. Me presento, soy Lorelei. Y esta es mi acompañante...— hizo una pausa para dejar a su acompañante hablar.
-Sereia. Me llamo Sereia. Y lo que quiere...bueno, queremos decir, es que...Seréis esclavos. Trabajaréis muy duro, porque si no lo hacéis por las buenas...tendrá que ser por las malas...Y es importante acabar fuerte, para poder ganar la competición al final del año.
Me pregunté de que se trataba esa tal competición al final del año, y a juzgar por las caras de los demás, todos estábamos pensando lo mismo, pero Sereia y Lorelei no nos dieron el gusto de saberlo, simplemente nos pusieron en una fila y empezaron a contar y apuntar en un papel que deduzco que fabricaron a partir de unos peculiares árboles que pude ver desde la cueva.
Sereia fue la que sacó el papel, y acompañando a la hoja, también, sacó una pluma para escribir. Era de ave de verdad, grande y colorida, de algún exótico pájaro autóctono de la isla, supuse.
Su acompañante, en cambio, sacó unas etiquetas con números y empezó a engancharlas a nuestra ropa mientras contaba.
—...12, 13, 14, 15...— me pegó la etiqueta 15 a mi y siguió pasando y repitiendo lo mismo con los demás —...16, 17, 18...
Había una sorprendente cantidad de gente aquí. Aunque algo que me extrañaba era que todos eran hombres, aunque habían quedado bastantes mujeres en el crucero debido a la reducida cantidad de botes.
Dejé mis pensamientos a un lado cuando vi donde nos encontrábamos: la cueva tenía otra cueva más grande al fondo, con unos caminos construidos por donde pasaban hombres llevando carritos que contenían distintas cosas pesadas en ellos (desconozco su contenido).
La cueva asemejaba más bien una gran playa recubierta de roca, supongo que volcánica, que tenía pequeños agujeros en el techo y se dejaba ver la luz. No por el tamaño de los agujeros, sino, por la gran cantidad de estos que había. Era un lugar digno de un cuadro.
¿Tendría yo y todos los demás que hacer esas arduas tareas día y noche?
Mis pensamientos fueron resueltos cuando escuché a alguien detrás de mi aclarándose la voz; Lorelei. Como siempre, pegada a Sereia. Empezó a parlotear:
-Sí, sí es lo que estáis pensando. ¡¡A TRABAJAR!!
Me tiró una gran bolsa que pesaba muchísimo, y con suerte la conseguí atrapar.
—¡Venga, al almacén! ¡Que es para hoy!
Y lo mismo hizo con los demás, a diferencia de que a algunos les daban carritos.
¿Quién le habría hecho tanto daño a Lorelei para tratar con esa sangre fría a todo el mundo?
Algunos hombres se desmayaban por el calor, el esfuerzo y la desnutrición, debido a ser alimentados unicamente con porciones de pan seco en escasas cantidades, y con suerte una mezcla liquida de ingredientes desconocidos y que ella simplemente lo dejara pasar. O cuando algún muchacho le rogaba piedad por no haber cumplido sus órdenes al pie de la letra. O incluso cuando le pegaba a Sereia. Sus ojos inundados de lágrimas que no decían otra palabra más que "dolor", me partía el corazón.
¿Qué tan perturbada podía estar una persona como para llegar a someter a todos a los de su alrededor a tales circunstancias?
Sin dudar, quería saber para qué hacíamos esto, y, por qué Lorelei era tan despiadada.
Regresé a la realidad absorto a mis pensamientos y me di cuenta de que había dejado aquella bolsa tan pesada en el suelo y me puse a mirar a un punto fijo mientras recapitulaba las últimas semanas de mi vida.
Bien, el almacén. El almacén, ¿Dónde demonios estaba eso?
No sabía donde estaba el almacén, así que opté por seguir una flechita en donde estaba inscrita la palabra con letras medio borradas y casi ilegibles en un idioma no identificado: "Ⲁ𝓵ⲙⲁⲥⲉⲛ"
Te das cuenta de lo grande que es el lugar cuando tienes que cargar con bolsas de tantos kilos. Fueron los 5 minutos andando más largos de mi vida.
Cuando ya no encontraba más flechitas hacia el almacén, vi una puerta de madera, bastante gastada a causa de la humedad y de los años. En medio de ella estaba la inscripción en grande: "Ⲁ𝓵ⲙⲁⲥⲉⲛ".
Abrí la puerta e hizo un crujido. Cuando entré, me asusté mucho: no solo había mercancía, sino también hombres amontonados uno encima de otro, cuerpos sin vida.¿Es esto lo que sería de mi?
Deposité la pesada bolsa junto al resto de mercancía. Mi corazón iba a mil por hora. Podía sentir cómo subían las pulsaciones y se me agitaba cada vez más la respiración. Pude sentir la humedad de aquella cueva en la nuca y me dio un escalofrío al fijarme en que al lado había una foto dentro de un tarro ardiendo. Eso era químicamente imposible, pero era así.
Pensé en aquella foto. "Espero que me cremen como a esa foto llegado el momento". No pude aguantar más el olor y las caras de horror de los cadáveres flacos como si no hubieran comido en semanas. Que obviamente era así, no habían comido en semanas, y tuve que salir pitando de allí después de haber depositado allí aquella bolsa.
A cada minuto cuestionaba mas el contenido de las bolsas.
A la salida pensé en poder descansar un poquito, pero me di cuenta de que no iba a poder ser cuando recibí un ardiente latigazo. No era ni Sereia ni Lorelei: Era una muchacha de tez oscura, con una cicatriz en la mejilla y un largo cabello oscuro. Supongo que era su ayudante, y nunca llegue a saber su nombre, ya que solo gritó:
—¡Venga, a trabajar!—Lanzó otra bolsa para el almacén y se fue.
Miré el entorno y vi a la misma y a otra azotando a muchachos y hombres que, ya exhaustos caían rendidos al suelo.
Al final del día nos ofrecieron un panecillo con olor rancio, y dormimos en el suelo.
Cuanto echaba de menos a mi hermana...Ella podía pegarme e insultarme a veces por vago, pero ella nunca me sometería a algo así.
Antes de dormirme volví a recordar los cadáveres. Amontonados, estaban tan, tan muertos...Nunca había llegado a apreciar la vida de aquella manera. Nunca me había preocupado la posibilidad de morirme algún día.
Hasta ahora, ya me había pasado dos veces. O quizás más. Pensaba que moriría ahogado, congelado o quizás que en aquel momento de pánico, como lo fue el hundimiento del barco, provocará que alguien me matara en un momento de desesperación, pero no, me salvaron.
Por un momento pensé que me habrían salvado algunos pescadores o quizás gente de otro barco quizás. Pero como me hubiera gustado saber que me equivocaba desde más bien desde el principio.
Estoy aquí después de haber sobrevivido a lo imposible para morir como una rata.
A fin de cuentas todos morimos algún día, y no es por quejarme de la creatividad de Dios ahora, pero morir de hambre, de una paliza, de cansancio o de alguna enfermedad que me propaguen mis compañeros de tortura no me parece de lo más divertido.
Preferiría haber muerto en el mar, flotar ahora libre con mi cuerpo en descomposición y ser la comida de algún animal suertudo.
¿Qué planes tendrá Dios para mí ahora?, ese fue mi último pensamiento antes de cerrar los ojos.
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La Isla
FantasyDos hermanos, Sarah y Mike van en barco, pero el barco se hunde. Sarah es rescatada, pero Mike se hunde y unas sirenas le secuestran. Lo siguente esta para ti a descubrir.