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La luz del sol se asomaba por el este, el señor del uber no parecía descontento con su presencia. Por lo menos no tanto con la idea de que estuviera mojando el asiento trasero con lágrimas, las cuales se asomaban silenciosamente.

Vió como el vehículo aparcaba en la puerta de su casa, el silencio en su barrio era notorio, y es decir, ¿quién en su sano juicio pararía a las 6 de la mañana de un domingo?

Estiró el dinero al conductor sin dirigirle directamente la visión, detestaba dar lástima en momentos en los que se encontraba tan vulnerable.

El de mayor edad le extendió su cambio sin decir una palabra, abrió la puerta para que pueda salir del reducido espacio y mientras dejaba el efectivo en su bolsillo abandonó el auto. Caminó los pocos pasos que quedaban hacia la puerta de su vivienda y mientras introducía la llave en la cerradura, notó la falta de presencia de su papá.

Un suspiro algo profundo salió de sus labios
inconscientemente, y una vez se encontró por completo en el hogar soltó un primer sollozo.

Con sus ojos rebalsando lágrimas realizó el corto tramo a su habitación, no llegó a la cama, no deseaba estar tirado, eso solo haría su pensamiento de inutilidad aún más fuerte.

Se quedo allí parado por un tiempo, quizás minutos o segundos, una eternidad de todos modos. No tenía plata, no tenía nada que callara su cabeza, y no sabía porqué pero ésta ya no parecía hablar, si no gritar.

Vociferaba, aullaba, una especie de mezcla terrorífica de la cual se extraía solo la palabra que lo denominaba en momentos como este, por excelencia, una "carga".

Eso era, una carga, una responsabilidad para todos. Para Alejo, para su padre, para su madre, con respecto a todas las personas que lo rodeaban. Ellos renunciaban tarde o temprano a él, a sus adicciones, sus problemas, a lo que el traía con su presencia.

Y lo entendia, claro que lo hacía, sin embargo no
encontraba como frenar todo. Se encontraba a sí mismo cansado de ser alguien momentáneo, de ser esas personas a las que abandonan enseguida al notar que no cuentan con un arreglo. Porque, ¿él alguna vez tuvo una forma de reparación?

El no tan largo de su vida se compuso de desastre en desastre. Desde aquella mujer la cual después de mucho sufrimiento lo abandono en su infierno personal, hasta el hombre que prometía acompañarlo con el inconveniente de que jamás logro mantener una palabra la cual no terminara en discusión.

Aún recordaba las palabras que salieron de la boca de Véliz varios días atrás, en medio de la pelea que lograron consolidar: "Uno de mis mayores errores, fue el encontrarme con vos Matías". Eso solo afianzaba sus pensamientos.

Notó que hipaba en el momento que el sonido realizado por su boca, tomo un poco de eco gracias a la poca presencia de algún tipo de mobiliario en el cuarto, además de una cama y el armario.

Apoyó su cuerpo en el frío piso y reposó su cabeza en la estructura de madera que lograba sostener el colchón antiguo. Era estúpido seguir llorando, pero no podía frenarse.

Sus orbes, ahora carmesíes, ardían.

Todos encontraban un reemplazo para el espacio que alguna vez ocupó su presencia. Alejo ahora tenía a un nuevo chico, a uno superior. Mejor, estable, responsable, sin miles de problemas, no le pedía prestado dinero hasta las piedras para malgastarlo en una tonta adicción como la suya, o por lo menos, no en una tan toxica. Seguramente tampoco se enfadaba ante ridículas ideas, ni sufría de algún maldito ataque de llanto como el que mantenía en ese momento.

Dolía, quemaba, más de lo que era imaginable. Peor era que no se trataba de un dolor físico el cual parecía sanar tarde o temprano, sino que era uno emocional, de esos permanentes. Tales como el que se presentaba cuando veía a la nueva familia de su madre, tan felices, como si los presentes en ella se quisieran con todas sus fuerzas.

Al igual que el chico ese Buonanotte que llevaba de la mano a Alejo últimamente. Lo admiraba de la misma forma que éllo hacía, con esa mirada que enamora y cautiva en cuanto contactas con ella, y de carácter dulce casi empalagoso.

Se hallaba desarmándose de nuevo en la soledad, en el frío clima de su apagada pieza. Pieza la cual lo asfixiaba, lo destruía en torno a recuerdos, a nostalgias de cosas que alguna vez fue, de recuerdos que vivió, y de unos tantos que imaginó en lo profundo de su psiquis a su temprana edad. Cuando podía soñar entre la tensión que emanaba su ambiente.

Y ahora, anhelaba como en su niñez que toda esta situación se tratara de una pesadila, una alucinación de las cuales solías despertar, con la objeción de ser en un mundo diferente.

Uno en el que su madre lo llamaría para poder recurrir al secundario, el olor al desayuno llenaría el lugar y los gritos de su padre serían solo susurros de algún aparato encendido funcionando para callar cualquier tipo de silencio incómodo. Llevaría su mochila destrozada a la entrada y mientras tomaba su camino habitual, saldría su vecino a acompañarlo como sucedía los primeros años. Ya llegado al establecimiento, vería a Alejo junto con un amigo de verdad, que tendría, no como los que conservaba en estos momentos. Seguramente serían aquellos que te acompañan ante toda situación, que no fallan a la mínima, y no solo están a tu lado a costa de un beneficio; al igual que Facundo con su pareja.

Una dimensión tan idealizada en la cuál su felicidad era totalmente real y momentánea, pero duradera. No una ensamblada gracias a algo que no controlaba, a algo que debía ser adquirido con frecuencia para su estabilidad.

Algún cosmos inimaginable en el que no necesitaba de estar "enfiestado" para sentirse completo y querido, o como mínimo, para callar los pensamientos que lo acechaban día a día.

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enfiestado || véliz x souléDonde viven las historias. Descúbrelo ahora